Miruendanos (2009), por Urriellu
La antesala del verano trae los fuegos de Beltane. Con la cálida caricia solar las flores abren los pétalos de sus corolas, exhalando aromas con los que el aire se tiñe de tierra. La semilla cobijada en la silenciosa oscuridad del origen, ha recorrido un largo viaje hasta alcanzar este breve e intenso estallido de color. Deberá ceder después, inevitablemente, al peso del fruto que lleva en sí esa nueva semilla, que desprenderá con su muerte y nutrirá con su descomposición.
Cada semilla contiene en su interior esta historia, la de aquellas que la precedieron, la de aquellas que la seguirán. De igual modo, cada etapa de su ciclo enlaza a la perfección con las demás. A través de los cambios y de sus múltiples formas no deja de ser ella misma. No necesita volver atrás, ni correr hacia adelante. Lo que ella es no puede manifestarse por completo si no es en la sucesión cíclica que, a un ritmo silencioso y único, nunca se repite por completo.
En una tradición que proclama el respeto a la naturaleza, debemos empezar por la propia. El tiempo de las flores nos enseña a mostrarnos tal como somos, de una manera íntegra, sin necesidad de disfraces; nos enseña a abrirnos y darnos generosamente sabiendo que también este momento álgido de la floración pasará, y estará bien que así sea.
Nuestras vidas tienen también una canción silenciosa y única que nos acompaña y que desde el silencio puede mostrarnos lo que en realidad somos y guiarnos hacia aquello que es bueno para nosotros y alejarnos de aquello que para nosotros resulta dañino. Ninguna otra voz podrá saber jamás más de nosotros que aquella que habita en nuestro interior.
Sin embargo, es necesario el esfuerzo de liberarnos, al menos por un momento, de todo el ruido a nuestro alrededor y, aún más importante, de todo el ruido en nuestro pensamiento... Es necesario permanecer atentos para poderla escuchar, pero también estar dispuestos a aceptar lo que tenga que decirnos, y decidir si nos comprometemos a seguirla.
Hay muchas voces que podemos escuchar, y muchos caminos que podemos recorrer; desgraciadamente no siempre son los que corresponden a esa semilla que llevamos en nuestro interior y que necesita del tiempo y una serie de condiciones particulares para manifestarse tal como somos en realidad, y en consecuencia nos hagan infelices y rencorosos.
Es posible que estemos separados de nuestra voz o canción interna, pero que en momentos puntuales alcancemos a rozarla, y nos sintamos extraordinariamente bien. También es común, cuando no hay un trabajo personal detrás, que esta sensación sea algo fugaz que se deja pasar y se recuerde como una rareza, en lugar de como un nivel de bienestar que podríamos alcanzar desde la misma cotidianidad a la que nos sentimos expulsados.
Como en tantas otras cosas, no se trata de ir por algo que nos falta, sino de quitarnos de encima el peso de todo aquello que nos sobra y nos impide movernos a nuestro propio ritmo. Pero incluso a pesar de estar pisando el camino al que pertenecemos, algo en nosotros insiste en presentar excusas y explicaciones innecesarias, a un paso de mendigar la aprobación ajena. No necesitamos ningún permiso para ser lo que somos.
Tal vez seguir nuestra propia canción nos convierta en un pequeño misterio para nuestros vecinos, o para nuestros compañeros de trabajo. Tal vez nos encontremos con personas que tienen una lista de valores y necesidades completamente diferentes a los nuestros, que, en más de una ocasión tratarán de imponernos... Ese será el momento de recordar lo que somos, y plantearnos si estamos donde corresponde o es mejor alejarse de un lugar que no tiene nada que aportarnos, cuando no hacernos sentir mal.
Una vez hemos aprendido a escuchar esta voz interna, el latido de nuestra propia canción, la recordaremos una y otra vez, al principio, cada vez que nos extraviemos, cada vez que hayamos ido a dar al fondo de una trampa, cada vez que hayamos tomado aguas contaminadas o que nos sintamos heridos y solos. Pero poco a poco recordaremos nuestra canción en los buenos momentos, en los encuentros afortunados, en los grandes festejos y en las pequeñas celebraciones, cada vez - y hay muchas- que queramos dar las gracias por la oportunidad de encarnar una existencia.
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