Nuestra imaginación colectiva postmoderna está saturada imágenes que representan a un maestro, que descubre en un individuo joven unas cualidades insospechadas por tanto por él mismo como por los demás. Acto seguido, este joven se convertirá en el elegido para desempeñar tal o cual labor de importancia para el resto de su comunidad. Si bien algo tiene de cierto la historia, ésta es una visión sesgada y, en múltiples ocasiones, pervertida, al descontextualizar el drama que se desarrolla en el interior del sujeto.
En realidad, siempre es el alumno quien elige al maestro, quedando bajo su responsabilidad el saber reconocer qué instructor es el adecuado. Sin embargo, aún antes que esto será necesario que pueda eligirse a sí mismo como receptor y portador del conocimiento. Iniciar la búsqueda del conocimiento es el producto de una toma de conciencia y como tal, conlleva la adquisición de una nueva responsabilidad. Es importante tener esto claro; cada cuál es responsable de su vida, de sus elecciones, y de cada una de las palabras y acciones que deriven de éstas.
Lo primero será, siempre, y ante todas las cosas, aprender a cuidar de uno mismo. Es terrible ver tantos aspirantes deseosos de encontrar un maestro externo que los elija, que por impaciencia acaban recibiendo un pobre fajo de fotocopias llenas de listados de correspondencias, objetos “mágicos o nombres de dioses/as, cuyas aplicaciones repetirán sin más como quien arregla un aparador… Dado que la sola enumeración y disposición de elementos no tiene ningún valor por sí misma, todo el ritual se convierte en una especie de teatrillo vacuo, y las herramientas que deberían ser catalizadores, en pura parafernalia, rozando la burla hacia aquello que debería sernos sagrado.
Otros peligros para aquellos que buscan ser descubiertos y pulidos como “diamantes en bruto” son el acabar convirtiéndose en las desgraciadas Galateas de algunos Pigmaliones -en una especie de versión tragicómica del mito-, o bien, directamente, en víctimas de uno o varios de los depredadores que merodean a la espera de que caiga alguna mente blandita para la cena. No podemos transitar el mundo atacados de paranoia, pero tampoco como si fuéramos pisando un lecho de rosas (de hecho, si uno resbala y va a caer en cualquiera de los dos extremos, está perdido). Sencillamente, no deberíamos dejar en manos de otros, ya sean hombres o dioses, las tareas que sólo a nosotros atañen, empezando por la que concierne a la propia formación.
La información nos llega de una forma constante, a través de muchos canales, tanto externos como internos. Una vez lleva uno cierto rodaje, empieza a comprender que no es tan importante “ser enseñado” como aprender, y que aprender no es sólo recibir información, sino separar aquella que es válida de la que no lo es, procesarla en nuestro interior, y saber qué hacer con ella en aplicación a la realidad de nuestra persona y nuestro entorno.
Del mismo modo que sucede con los buenos profesores, los buenos instructores saben que la mayoría de datos pueden consultarse en fuentes que están al alcance de todos, que más que su posesión, lo que importa es saber acudir a las fuentes correctas, las relaciones que establezcamos, y la coherencia de este análisis o elaboración con el uso o propósito al que está destinado.
Un maestro no es aquel que nos dará el listado con las respuestas correctas, sino aquel que azuzará nuestras mentes y, por supuesto, nuestras manos, para que se pongan a trabajar. Lo que en realidad importa no puede ser enseñado, sino simplemente vivido. Y la tarea de un maestro no es, por tanto, otra que la de inducir estas experiencias en la persona que recibe el entrenamiento, a través de los métodos que están bajo su competencia.
Pero en lo que llega el encuentro con una de estas personas, tampoco es conveniente lloriquear como un cachorro que ha extraviado a su mamá, dado que podriamos atraer con esta actitud múltiples elementos indeseados. Todo lo contrario. Empecemos por aprender a aprovechar los recursos a nuestro alcance, por poner a prueba nuestras propias capacidades. Como la vida misma el Arte es un camino solitario, en el que no siempre alguien podrá tomarnos de la mano para llevarnos a un lugar mejor… hay cuestiones que uno debe resolver solo.
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