miércoles, 14 de octubre de 2009

La máquina de construir la realidad (I) Modelos y Automatismos

Modelos y Automatismos

En ocasiones tenemos la sensación de que hay elementos en nuestras vidas que se repiten. Encontrarnos en una situación que -aún sin conexión aparente - mantiene un núcleo de elementos en común con otra ya vivida, como si se tratara de una variante diseñada para ponernos a prueba y comprobar si aprendimos lo suficiente de aquella la primera vez que parecía haber quedado atrás en el tiempo. Del mismo modo, entre las personas que nos rodean reencontramos con frecuencia rasgos físicos y psíquicos que antes habíamos encontrado en otras, y lo que podríamos llamar un tipo parecido de relación, un código que se repite, incluyendo siempre algunas variaciones. Pasamos por distintas etapas personales, dando la bienvenida a lo nuevo y despidiéndonos de aquello que debe partir; y sin embargo parece existir un grupo de elementos de naturaleza variada que se reitera en nuestras vidas. Podemos pensar que se trata de algo acerca de lo que, como comentaba más arriba, “debemos aprender” o “debemos solucionar” en esta vida. Las personas que nos rodean podrían compartir una serie de características con las que debíamos interactuar en la misma; compañeros de viaje, o bien antagonistas cuya esencia podrán encarnar distintas personas a través de los años. Del mismo modo, las distintas variantes de una misma situación vendrían a construir el núcleo de un drama existencial, que repetiremos hasta la muerte, o al menos hasta ver la luz de un verdadero cambio asomar por el horizonte.


Es posible que exista un destino; que existan unas historias que debemos experimentar, cauces que debemos recorrer. Pero centrémonos en la parte activa que podemos llegar a jugar en ellas. Un brujo es responsable de sí mismo, de su propia vida, de cómo decide enfrentar sus propias experiencias y que hace con lo que no puede evitar. Hay razones que nos llevan a pensar que, además, compartimos cierta responsabilidad hacia aquello que nos va ocurriendo día tras día.


Tal vez sea en nuestra infancia, cuando dependemos de otros, básicamente la tarea de nuestro ser es el recaudar imágenes mentales de aquello que conforma el mundo, de los caminos que lo cruzan por los que algún tiempo después deberemos transitar. Como si se tratara de un juego más hacemos un esbozo, una primera construcción de lo que somos, de lo que son los otros, de aquello en lo que confiamos y aquello en lo que no. El tiempo pasa, y vamos afinando nuestras construcciones, gracias a la experiencia, gracias a la conciencia acerca de nuestros errores y nuestros aciertos, perfeccionando (o dando al traste con) nuestro juicio. Y así terminamos etapas escolares, conocemos distintas personas, grupos variados, encontramos pareja(s), entramos en el mundo laboral, etc. Hasta que hemos vivido unos cuantos años y empiezan las coincidencias y repeticiones, y nos detenemos a pensar qué es lo que en realidad queremos, hacia dónde vamos y por dónde vamos a trazar nuestra ruta.


Partamos de la idea de que cada cuál construye su vida, como si se tratara de una casa. Llegamos a un paraje deshabitado y nos encontramos en la necesidad de hacernos un lugar allí. Miramos a nuestro alrededor y vemos unas piedras; podemos pensar en ellas cómo un obstáculo que hay que quitar para allanar el terreno o tal vez nos sirvan para levantar una pared... Lo mismo va a suceder con otros elementos que se encuentren en el lugar, tales como ramas caídas, árboles vivos, cavidades en la roca, etc. cuya posible utilidad podamos reconocer, o descubrir a base de pensar en ello. En una primera etapa de nuestra vida hemos tenido la oportunidad de recolectar algunos de esos elementos, o de aprender qué se puede hacer con ellos. Si hemos crecido en un lugar en el que la gente vivía en casas de adobe, lo primero que vamos a buscar al pensar en construirnos una casa propia es buscar un lugar similar en el que encontremos el material para hacer nuestra casa de adobe. Si vamos a parar a un terreno rocoso, nuestro conocimiento previo no nos va a ayudar, pero sin embargo podemos aprender de la gente que habita el lugar, o bien llegar a ciertas conclusiones después de una serie de aciertos y errores.


La experiencia vital de una persona puede verse reducida o limitada en función de lo que ya sabe, pero sobretodo en función del interés que tenga en aprender algo nuevo; por su disposición a dejar de lado parte de aquello que le es familiar, para empezar a insertar nuevos elementos acordes a su voluntad. Esto tiene una relación directa con la magia, puesto que nadie va a llegar a ser un brujo si no es capaz de aliarse con la posibilidad de realizar cambios reales en su vida.


Si las observamos con detenimiento, podemos ver cómo nuestras vidas tienen una importante proporción de automatismos; cosas que se repiten, que están ahí de un modo constante, y estamos tan familiarizados con ellos que no nos llaman la atención, incluso cuando se trata de problemas. Podemos pensar que nuestra vida es cómo un río, cuya agua discurrirá, al menos en un trecho de su recorrido total, por los cauces o canales que nuestra mente haya trazado con anterioridad, ya sea consciente o inconscientemente. Hay partes de ese recorrido que no está en nuestra mano alterar, y otras que quedan por entero bajo nuestra responsabilidad. Por lo mismo, hay que entender que el cambio, en sí, no es bueno ni malo, sino que esto dependerá de lo que hagamos con esa posibilidad. Pero para ser brujos, no obstante, hay que ser conscientes de la posibilidad.


En términos mágicos, imaginemos que buscamos un trabajo nuevo, porque el que tenemos no nos acaba de gustar, o bien necesitamos más dinero, o bien queremos trabajar en un mejor ambiente. Es poco probable que de la noche a la mañana encontremos un trabajo fabuloso en el que nos paguen el doble y nos veamos rodeados de unos compañeros encantadores. Pero no me refiero a que la cuestión laboral esté difícil en estos tiempos, sino a que nuestra imaginación no está familiarizada con la idea de que algo así pueda ser posible. Es un trecho muy largo para recorrerlo de un solo salto, por lo que pensar en darlo puede desanimarnos y, en consecuencia, llevarnos a abandonar el objetivo. Es más seguro que hagamos exactamente el mismo recorrido por etapas, aproximándonos progresivamente, sin perder de vista ese objetivo que nos hemos propuesto. Avanzas un poco, afianzas los pasos; el final no se ve ya tan lejano y los ánimos no decaen... hasta que, casi sin darte cuenta ya estás dónde querías estar. Es por eso que la constancia, la paciencia, la determinación y la imaginación son importantes en el mundo mágico.


Es posible decir que, para construir nuestras vidas, nos apoyamos en distintos modelos, ya sean aprendidos o bien desarrollados por nosotros mismos. Si estamos buscando un trabajo, lo lógico es que éste tenga relación con los anteriores, que prosigamos por un mismo camino en el que las habilidades adquiridas con anterioridad puedan sernos útiles. Esto resulta funcional cuando contamos con poco tiempo, para salir de un apuro, o cuando el cambio que necesitamos no es demasiado radical. Pero si decidimos que necesitamos un tipo de trabajo completamente distinto, tendremos que encontrar y desarrollar otras habilidades, o bien sacarlas de algún aspecto de nuestra vida que nos haya permitido desarrollarlas e intentar esta vez ponerlas en relación con el ámbito laboral, pero ante todo tener conciencia de que el cambio deseado, el objetivo que nos proponemos es algo posible y está a nuestro alcance. Es muy difícil – sino imposible – conseguir algo en lo que no creemos. Reiterando, se trata de un proceso de construcción que llevamos a cabo con nuestras ideas, nuestras acciones, y nuestra capacidad de hacerlas trabajar en conjunto. Nuestra imaginación es la herramienta que nos permite abrir caminos nuevos, una herramienta que debe cuidarse debidamente.


Escuchando la radio, o viendo televisión, uno puede darse cuenta de qué caminos se están mostrando a las personas que conforman la sociedad en la que vivimos. Uno ve una telenovela, y luego ve relaciones personales muy disfuncionales y “dramáticas”. Uno escucha esa música absolutamente deprimente, que no sabe hablar del amor si no es como una tortura, o una banalidad, y luego encuentra esos seres humanos que no saben concebir otra forma de amor. No creo que sea algo consciente, pero en gran medida esas impresiones que tomamos del entorno se convierten en elementos y diseños de construcción que aplicamos en nuestras existencias. Y obviamente, habrá a quien le interese decantar nuestros propios cauces existenciales hacia el beneficio de sus propios intereses, por lo que de vez en cuando es bueno mirar justo al lado contrario del que nos señalan, o rodearnos del silencio necesario para escuchar nuestra propia voz, reservando un espacio para el análisis de todos los mensajes que llegan desde fuera, confrontarlos, seleccionarlos, y hacernos con una opinión propia.


Podemos hablar de una especie de “máquina de construir la realidad” que llevamos con nosotros, que funciona en gran medida sola, de un modo automático, y que de nuestra imaginación, experiencia y entorno obtiene el material con el que hace su trabajo, sin demasiado ruido. Si no nos damos cuenta de este automatismo podemos vivir una y otra vez las mismas cosas, aún sin necesidad de ello, no precisamente porque tengamos algo que aprender de la experiencia recurrente, sino porque no somos capaces de darle un material nuevo que procesar, de modo que combina y recombina los mismos elementos una y mil veces. Sin embargo, desde la conciencia de su existencia y de nuestra voluntad, podemos elegir qué materiales queremos que emplee, diseñar las formas queremos que cree y darnos el lujo de experimentar aquello que queremos vivir, sin demasiado esfuerzo por nuestra parte.


La existencia de automatismos puede servir a otros para manipularnos en mayor o menor medida, pero sobretodo puede ahorrarnos esfuerzos y ser una herramienta a nuestro servicio para construir nuestras propias vidas. En eso consiste ser brujo, en saber aprovechar las corrientes naturales y ahorrar la energía necesaria para cuando realmente sea necesario desafiarlas.


Sigue en: La máquina de construir la realidad (II): Materiales y Planos

4 comentarios:

Violeta dijo...

La última parte de tu elaborado escrito me ha recordado a Matrix y al método de ensayo-error. ¿Tú, crees, que una vida basta para aprender? Me intriga la idea de las coincidencias y recurrencias. ¿Qué opinas de la casualidad? ¿Es causalidad? Gracias

Vaelia dijo...

Personalmente, creo que una parte de lo que somos experimenta varias vidas, y varios aprendizajes en cada una de ellas. Sin embargo, en el camino que elegí seguir, importa más entender que la vida que en este momento se nos da la oportunidad de experimentar es realmente única y cuenta con unos recursos ( especialmente el tiempo ) limitados, que no es lícito desperdiciar. Así que, en realidad, debería vivirse como si no hubiera otra...

Por otro lado, creo que el tema de las otras vidas es algo muy complejo y a menudo mal entendido. Todos conocemos casos de gente que lo aprovecha como mecanismo de evasión o manipulación, "en otra vida fui una suma sacerdotisa y conservo parte de ese conocimiento" o " en otra vida fuimos amantes y prometimos que nos buscaríamos siempre y por eso en esta debes estar conmigo" :P

Sobre las casualidades, imagino que existen de los dos tipos, las que son auténticas casualidades o coincidencias, y causalidades no advertidas (no sabemos ver la relación entre causa y efecto, o accion y reacción). En última instancia puede ser también que - por características de nuestra percepción - veamos o lleguemos a construir este tipo de nexos donde no tendrían porqué existir (como sucedería con gente en extremo supersticiosa).

Sibila dijo...

Nuestro cerebro trabaja mediante heurísticos. La información, experiencia y conocimientos que los articulan pueden ayudarnos a descartar los datos prescindibles de una situación a evaluar, o pueden sesgarnos hasta convertirse en esquemas disfuncionales. Y si el esquema es disfuncional y no evoluciona con nueva información, puede que lo que observemos a través de él acabe por ser siempre idéntico, no porque previamente lo fuera, sino porque lo estamos transformando para que encaje en nuestra forma de verlo.

No obstante, tendemos a pensar en la vida como algo lineal, un panorama recto del pasado al futuro (y además tendemos a creer que todo debe progresar), y las repeticiones de patrones a menudo nos desconciertan.

No sé en dónde leí que el sentir que uno está "caminando en círculos" por así decirlo, puede tratarse tanto de que no somos capaces de avanzar como del hecho de estar haciéndolo, pero en espiral, de manera que a cada etapa volvemos a encontrarnos personas o acontecimientos que son como "hitos" en el camino, parecidos pero no iguales, marcando ciertos paralelismos, no porque no hayamos superado ciertos aprendizajes, sino porque a cada "vuelta" adquieren una nueva dimensión o profundidad que comprender.

Un saludo,
Sibila.

Violeta dijo...

Gracias a ambas, pensaré en ello. Especialmente me resulta interesantísimo y muy elaborado esto último, Sibila, lo de la profundidad de la espiral.