lunes, 28 de septiembre de 2009

Equinoccio de Otoño; De agradecimientos, aniversarios y más...

Sean cuales sean las circunstancias siempre hay un momento en el que el tiempo parece detenerse y el espíritu viajar a un lugar seguro, en el que reina la calma. El mundo se oscurece lentamente bajo las ramas de los pinos, encinos y robles y el aire perfumado de resina se enfría, apresuramos nuestros pasos que se hunden en los caminos colmados de húmeda hojarasca. En los bordes del camino, entre zarzas y espinas se esconden los morados frutos de las zarzas y el enebro, pero en casa espera el fuego encendido y la leche caliente. En nuestro camino despedimos al verano, a ese aspecto del sol que se muestra en su mayor grandeza, para adentrarnos en los dominios del Señor del Frío.

Cuando las cosechas estén a buen resguardo en graneros y alacenas, cerraremos las puertas; Y mientras las noches se alargan, nosotros mismos nos recogeremos en la seguridad del hogar, dispuestos a concentrarnos en ese tipo de trabajo que se lleva a cabo en el ámbito doméstico; el tejido, las conservas... Miraremos las estrellas desde el otro lado de la ventana, que el frío tal vez ya empaña, y daremos las gracias.

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Recordé cuando era niña, y miraba a través de la ventana, en las noches de otoño. Quería vivir la aventura de un largo viaje que, en el fondo, no podía ser otro que el que nos da la Vida misma. Y pensé que cuando se ha salido de esa ruta socialmente establecida que va de la escuela primaria a la maternidad – pasando opcionalmente por la carrera, el auto, la hipoteca o la boda-, cuando los sueños de la infancia se han ido madurando de un modo casi imperceptible, y los pensamientos matizándose en una sucesión de finísimas capas, puede hacerse difícil percibir el peso del transcurso de los años. De modo que sólo sabes lo que has crecido al darte cuenta de todo aquello que, bueno o malo, ya no volverás a vivir o, mejor dicho, no experimentarás del mismo modo o bien no te permitirás. Cuando la atención se centra en abrir el camino que decidiste recorrer, en lugar de perderse, lánguida, en esas vías del pasado que se han ido evaporando como el rocío al sol. Parte de la magia del otoño consiste precisamente en concedernos la oportunidad de mirar hacia ese pasado con la serenidad de un observador algo distante, cubriendo esos recuerdos - en parte vivencia y en parte construcción - con su áureo resplandor; Otorgándonos la suavidad de la melancolía, y la sabiduría de la comprensión, para situar experiencias y situaciones en el contexto al que realmente deberían pertenecer.


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Para mí, el año empieza en el equinoccio de otoño. Nunca me acostumbraré a las agendas que inician el 1º de enero, y nunca me importará demasiado que los “antiguos celtas” lo celebraran en la víspera de noviembre. Llega el otoño y tomamos el último trago de luz solar para llenarnos del calor que tan necesario nos será en nuestro recorrido por el Inframundo, o mientras velemos durante el frío. En este momento hacemos inventario del trabajo del año, de lo que ha pasado sobre la tierra, antes de recorrer los laberínticos paisajes de lo acontecido bajo ella. Y es muy posible que se haga necesario dejarlo todo preparado, de modo que en los meses que siguen hasta el regreso del sol ciertas tareas puedan funcionar en automático, con el fin de permanecer libres de ocuparnos en otros menesteres.

También debería ser el momento más adecuado del año para agradecer lo que hemos recibido de la vida en el transcurso del último ciclo anual. Personalmente, éste ha sido uno de los años más difíciles de mi vida y, sin embargo, al mismo tiempo tengo mucho que agradecer. Tanto, que he tardado más de un mes en encontrar las palabras que me permitieran expresarlo en un modo aún lejano al que me me gustaría.

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En ocasiones la Vida nos propina golpes terribles que nos dejan tirados como animales atropellados, abandonados de tal forma en la cuneta que el observador casual es incapaz de decir si están más vivos que muertos, o si será a la inversa. A veces se deberá a nuestra propia ignorancia, o a nuestra predisposición a las desgracias; Otras veces tenemos algo que aprender, aunque la lección pueda ser algo tan simple como la necesidad de volver a levantarse las veces que sea necesario, sin importar lo profundo del hoyo en el que hemos ido a caer. Tener paciencia, y limpiar bien esas heridas para que no den problemas adicionales, cuando todo pueda estar solucionado. No dejarse llevar por la urgencia aparente, pensar claro y discernir entre aquello que es correcto y lo que no lo es, para no equivocarnos de camino. Y vivir, teniendo presente que éste podría ser nuestro último día sobre la tierra, pero también que puede haber un mañana en el que debamos continuar la labor de nuestra obra existencial, a la que no podemos fallar.

En la primera versión de la llamada “Encomienda de la Diosa” que recuerdo haber encontrado, se decía algo como “Doy a mis hijos la sabiduría para poder sobrevivir”. Y es posible que nunca hasta este momento hubiera yo tomado conciencia d ese tipo de aprendizaje tan duro como valioso. Ese tipo de aprendizaje difícil de digerir, el tipo de descubrimiento que lleva a la decepción, al enfrentamiento, a que el suelo parezca temblar y abrirse bajo nuestros pies; a sentir el filo de la espada rozando nuestro cuello, entre el murmullo de los espectadores que se congregan entorno del patíbulo. A lo largo de los años se me ha acusado de cosas absolutamente falsas y también – en no pocas ocasiones- absolutamente ridículas. Sólo puedo decir que creo que hay un momento en el que uno queda desnudo y desarmado, y declara sin arrepentimientos “esto es lo que soy”, esperando ya sin miedo el último golpe. Pero sucede que éste no llega, y que sus ojos se abren ante una nueva aurora, con el mismo brillo del joven que se dispone a abandonar su aldea para conocer el mundo.

Hay muchos conocimientos y experiencias que pueden hacernos en cierto modo más sabios, o más fuertes, más poderosos o más capaces de lidiar con el mundo... Pero no más felices. No sirve de nada “crecer” de un modo desmedido, desbordándose o bien persiguiendo una ambición ilusoria, como los galgos del canódromo persiguen a ciegas una liebre de plástico, mientras otros se divierten con el espectáculo. Correr y correr sólo para el beneficio de aquellos que nos ven como un medio, a quienes no importamos en absoluto. Esclavos de un monstruo ciego y sordo, que no habita sólo en los otros, sino en nuestra propia oscuridad. Por eso mi agradecimiento no va sólo dirigido a aquello que en cierto modo puede haberme hecho más fuerte, o ampliado mi compresión del mundo en el que debo vivir; sino principalmente a aquello que me ha mostrado la utilidad que estos “avances” pueden tener, aquellas cosas por las que vale la pena seguir este Camino que elegí.

En los años que llevo en relación con el mundo mágico he conocido a personas que no llegarán a nada, pero también he visto caer a otras que tenían muchas posibilidades, o potencial, o recursos para hacer realidad esos sueños que, en un momento fatal y sin posibilidad de vuelta atrás, cambiaron por cualquier otra cosa. Lo hicieron por el orgullo idiota de no aceptar que no somos nosotros quienes debemos enseñar a la Vida el modo de discurrir según nuestros antojos o pareceres. Por debilidad, frustración, necedad o simple incapacidad para comprender que hay cosas más grandes, más importantes, que las emociones o elucubraciones de esa parte de nosotros que vive como un rey de cartón en la cáscara de nuestro ser, y que desde allí se empecina en gritar órdenes a quienes no debieran obedecerlas.

En demasiadas ocasiones el mundo se convierte en un campo de batalla que no podemos – ni debemos- eludir, aunque quisiéramos estar en casa con los nuestros, en paz. La batalla es necesaria para que esa casa y esos nuestros sigan existiendo tal como los conocemos. Y ese lugar existirá siempre, mientras podamos preservarlo, aunque sólo lleguemos a descansar allí en contadas ocasiones. Hay personas que tienen habilidades para la lucha pero que, al no conocer la otra cara de la moneda, corren el peligro de no entender o llegar a poseer los motivos que la convierten en un deber, convirtiéndose al fin en mercenarios al servicio del mejor postor, o en soldados suicidas esclavos del rey de cartón. Hay demasiadas personas capaces de hacer lo imposible y, sin embargo, fallar en lo más sencillo.

Una de las personas a las que más quiero me escribe aún de vez en cuando, agradeciéndome la “paciencia” que tuve en un momento determinado. Pero todos tenemos épocas, todos experimentamos procesos que pueden ser largos y penosos como una condena; Cuando la persona vale la pena, caminar a su lado vale la pena también. Sé que nunca mintió, que nunca se rindió y nunca se vendió. Sé que hay daños inevitables. Y he visto caer a tantos que transitaban un sendero firme y directo, pero en el momento decisivo su aparente fortaleza quebró; Personas que parecían sanos y envidiables por fuera, pero conservaban escondido algo los fue royendo por dentro, alimentándose de sus entrañas, hasta que se desmoronaron. Seguramente si no lo hubieran escondido, si no hubiera una culpabilidad o vergüenza subyacente que les obligara a hacerlo, a empujar el defecto bien adentro, mientras por fuera censuraban a otros, si en lugar de correr en la dirección contraria hubieran tenido el valor de enfrentar sus condiciones personales, las cosas hubieran sido bien distintas. Si el héroe de la historia hubiera comprendido su verdadera misión, no se hubiera extraviado, no se hubiera convertido en un saqueador...

Hace falta algo más que potencial o capacidad para seguir vivo y en pie a través de los mismos años que marchitan a unos y vigorizan a otros. Y aunque las cosas no salgan según nuestros planes, siempre habrá algo más importante que hace la diferencia entre las personas.

Hay una magia terrible en las relaciones humanas, que pasa también desapercibida por el mismo hecho de estar tan acostumbrados a vivir en un automatismo no programado por nuestra verdadera voluntad, a conformarnos con imágenes proyectadas y sucedáneos de todas las cosas. Hay varios tipos de afecto, varios tipos de amor; no importa cuál mientras sea auténtico. Mientras estando con esa persona no tengamos la sensación de estar interpretando el guión de una obra de teatro o de una telenovela que ni siquiera nos gusta. Las relaciones reales, de persona a persona, existen, llegando a forjar vínculos que ni el tiempo ni la distancia consiguen romper. Afectos que, aún tras una ausencia prolongada, se reencuentran como si nada se hubiera interpuesto entre ellos. Afectos que, incluso cuando nos convertimos en nuestro peor enemigo, tienen la fuerza necesaria para sacarnos de esa carnicería infinita que podría terminar por destrozarnos, llevándonos a pasear por el recuerdo de aquello por lo que vale la pena vivir. E incluso si todo se llegara a perder, el recuerdo poderoso de esa mano tendida, ese abrazo, esas conversaciones y risas seguiría vivo, latente como una posibilidad real. Dentro de nosotros, como una luz en la noche más oscura, como un mágico néctar que, una vez se ha probado, no se llega a olvidar.

Mencioné que tengo mucho que agradecer a los lectores de este blog, y es cierto. Nunca olvidaré lo importante que fue para mí encontrar en un momento dado los escritos de Jean Luc Colnot y de Alfonso Orozco. Tal vez por eso, sin pretender ser lo mismo, cada vez que encuentro un comentario referente a algo que he publicado, que ha servido para alguien al otro lado de la pantalla, el escribir cobra un sentido más allá de la necesidad de denuncia o autoexpresión; Siento que pago una pequeña parte de mi deuda con el Camino.

Por otro lado, uno escribe algo que, aunque con el tiempo llegue a matizar o incluso a corregir, constituye una pieza de un proyecto mayor, obligándote a mantener cierta coherencia, creando un compromiso al terminar por caer en la cuenta que estás construyendo algo a lo que no puedes permitirte fallar. A su vez, es este compromiso el que te sostiene cuando todo lo demás parece hundirse, lo que te hace hablar aún cuando callar resultara más cómodo, lo que hace que permanezcas en tu sitio aún cuando sientas un impulso tremendo de salir corriendo. No se trata ni de permanecer sin hacer nada, pero “guardando el lugar” para que otros no te lo quiten, ni de crecer desmedidamente y sin dirección. Se trata de crear una forma, aportar un contenido, darle un sentido y conseguir que sea algo útil, pero no sólo para uno mismo.

El equinoccio de otoño es también el aniversario de Perro Aullador. Este año, el quinto. Desde que la página original salió al aire, he tenido la oportunidad de aproximarme e incluso llegar a conocer tanto a aquellos a los que yo leía, como a aquellos que me han leído a mí – sobra decir que, en ocasiones, la lectura es recíproca-. En ambos casos he encontrado personas a las que admiro, dignas de confianza, capaces de construir, capaces de plantar batalla, algunos de los cuales se han convertido, a mayor o menor distancia en compañeros de ese viaje que de pequeña soñaba y que, después de todo, es hoy una realidad. Personas cuya existencia es una esperanza y un desafío, un respiro tras el largo asedio, un conocimiento capaz de resguardarnos en las vicisitudes del camino con más firmeza que los pilares de cualquiera de esos templos abandonados que tantos perdidos tratan de reconstruir, sin darse cuenta de porqué sus intentos son en vano. Sin darse cuenta de porqué una Hermandad, Clan o una Familia dignos de recibir esos nombres que tan bien suenan deben ser mucho más que una lista en la que unos desconocidos estampan su firma. Deslumbrados por cualquier cosa brillante, parece que para ellos toda la cuestión consiste en juntar gente para una causa como quien amontona sacos de harina o de patatas, de modo resultan incapaces de percibir los sutiles hilos que pueden conectar a varias personas, por no hablar de llegar a vislumbrar y cuestionarse los dibujos que estas redes crean, y el sentido que puedan llegar a tener.

Debo agradecer, por encima de todas las cosas la oportunidad de haber conocido, dentro y fuera del medio virtual, una suerte de afectos que en algún momento se han convertido al mismo tiempo en brújula y escudo, techo y manta, alimento y medicina. Haber conocido algo por lo que vale la pena resistir y luchar, pero también seguir vivo y disfrutar los dones que la Vida pone a nuestro alcance, en los detalles más sencillos y accesibles. Y a la luz de este tesoro cualquiera de esos conatos de agresión, de esas pequeñas y mezquinas traiciones, de esas habladurías de gente ociosa que no encuentra nada mejor que hacer con su pobre existencia, no pueden más que convertirse en cenizas que el viento esparce en la lejanía. No pueden ser más que el puñado de flechas perdidas que el cazador observa con disgusto dándose cuenta que ya no servirán para un segundo intento; mientras los brincos del corzo en la lejanía parecen adoptar, aún involuntariamente, un aire burlesco.

Así que gracias, a los que están ahí, por estos motivos que he esbozado torpemente, y por todas aquellas cosas que ni siquiera soy capaz de expresar.

2 comentarios:

Violeta dijo...

Destaco en tu texto la idea que has enunciado al principio de estar sujeto a la tierra, el PESO del cuerpo hacia el suelo antes que la levedad del ser, "ese flotar, ese en las nubes" que se hace insoportable.

Sibila dijo...

Es a tí a quien hay que dar las gracias. Tus palabras han hecho más de una vez de hilo de Ariadna en ciertos laberintos.
Que así sea por muchos otoños más.

Un abrazo,
Sibila.