viernes, 12 de junio de 2009

La resistencia no es suficiente


Tal vez sea cierto que el paso de los años muda las tonalidades del alma, que uno avanza, aun por caminos no marcados, sin poder escapar de los inviernos y las primaveras, de los veranos y otoños que dejan su huella sobre el terreno que lo envuelve, del que también forma parte. Que la conciencia se da cuenta que nuestro tiempo no es infinito, que la cuenta de nuestros días, por más que desconocida, resulta cuenta al fin, y a medida que avanza deja atrás cada vez más, mientras su carga se aligera y se renueva mientras, a su paso, algunas puertas se abren y, necesariamente, otras se cierran.
Que la Vida nos lleva a situaciones que no esperábamos, que - tal vez- podríamos haber intuido, de haber prestado la necesaria atención pero que, después de todo, se trata éste de un detalle irrelevante. Que, en ocasiones, los planes se escurren como el agua por el desagüe, y no hay más remedio que aceptar las sugerencias del Universo... o tal vez de aquello que nuestro subconsciente ha sido capaz de construir con el fin de llenar ese vacío que la naturaleza detesta.

Y, al crecer, nos damos cuenta que una vida de resistencia, simplemente no basta. Es posible que algunas personas llevemos el "no" implantado; Hemos trazado nuestro camino negando aquello que era contrario a nuestros principios y, por aquello en lo que creíamos, hemos vivido en perpetua oposición. Pero aunque tuviéramos el espíritu del salmón, y estuviéramos destinados a ir contracorriente, seguiría siendo nuestro deber mostrar al mundo que existen alternativas. Es necesario entonces aprender a encender nuestra parte creativa, lo cual se convierte en una tarea para la que se ha de ser constante y confiado.

Una vida de resistencia, simplemente no es suficiente, como no es suficiente que el árbol permanezca erguido; es necesario, además, que dé sus frutos y semillas para que su existencia tenga continuidad. Nos damos cuenta cuando formamos parte de algo más grande que nosotros mismos, cuando no pensamos sólo en un eslabón aislado, sino en la cadena y nuestro propio lugar entre los que fueron y los que vendrán.
Recibimos y legamos un conjunto de conocimientos, a los que debemos dar vida con nuestra propia vida, como prueba de que son reales y posibles. Es entonces que, incluso en los momentos más oscuros, no puede llegar a seducirnos la tentación de hundirnos, de malbaratar este tiempo único que nos ha sido concedido; que la deuda con los que fueron y los que serán a un mismo tiempo nos mantiene a flote y nos carga de una responsabilidad de la que intentar zafarse sería algo peor que un infierno.
No me refiero a familias, estirpes o grupos artificialmente formados. A veces, todo cuanto sabemos de aquellos seres con los que nuestra alma está emparentada es que deben existir en algún tiempo y lugar, sobre esta misma tierra. Que sus idiomas, sus rasgos, el color de su piel pudieran ser diferentes de los nuestros, pero que, de vez en cuando, des del fondo de sus propias vidas extrañas, envueltas en circunstancias diversas, se detienen, suspiran tal vez, y piensan que nosotros, tan desconocidos como familiares, existimos en algún tiempo y lugar, sobre la misma tierra, sintiendo en el silencio el invisible y sacro vínculo, sin comprenderlo por entero.

A veces conservamos, a veces creamos de nuevo, todo aquello que es necesario para adaptarnos al mundo y sus cambios sin perder nuestros valores, sin violar nuestros principios, sin faltar a aquello que respetamos, y traicionarnos a nosotros mismos. Y aunque debemos tener presente que en caso de que nosotros caigamos, otro igual o mejor se levantará para ocupar el lugar que dejamos, sabemos que sobrevivir no es extinguirse en un postrero ataque de furor justiciero, sino ser capaces de dar una solución de continuidad al camino que hemos escogido. Que el esfuerzo que se nos exige suele ser mucho mayor en tiempos de paz que en tiempos de guerra.
Es relativamente fácil, en un momento de urgencia, tomar una decisión correcta y definitiva, cuando un coraje surgido de lo profundo de nuestro ser toma el mando y nos empuja adelante, nos hace saltar al abismo, sin que lleguemos a preocuparnos demasiado de las consecuencias. Es relativamente fácil decir "no" una vez detectada la trampa, el engaño... pero no es suficiente.

Miles, millones de caminos humanos se han agotado y truncado al llegar a este punto, entre los que no llegan a saltar, y los que no saben qué hacer después de haber saltado, pues siempre será necesario ir más allá. De poco sirve un ejército de mártires a la Vida. De poco sirve rescatar a un bebé de la muerte si no somos capaces de nutrirlo, de criarlo o cuanto menos mantenerlo con vida hasta dejarlo en manos de alguien que pueda encargarse de esta tarea. Sin embargo, a menudo estamos solos. La lucha, la resistencia es necesaria, pero no suficiente por sí misma.

Pasa el tiempo en nuestros relojes, y adquirimos nuevas responsabilidades, o tareas correspondientes a un nivel desconocido - por nosotros - hasta el momento. Llega un momento en el que se hace necesario demostrar que no sólo existen razones para decir "no", sino que existe algo a lo que decir "sí", que un camino diferente a los comúnmente marcados - no sólo por el paso de muchos, sino por el interés de unos cuantos - será también viable, conduciéndonos por territorios más ricos, más reales, que vale la pena recorrer y disfrutar.
Si no conseguimos encontrarlos, a pesar de estar seguros de su existencia, podremos seguramente inspirar o fortalecer a otros para la resistencia, pero nos habremos quedado a medias, y será para nosotros sólo un hermoso mito lo que para otros, más capaces o afortunados, devendrá una realidad vivida.

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