domingo, 19 de abril de 2009

Dioses Menores

Hay, en nuestro interior, un centro inexpugnable al que podemos regresar, de vez en cuando, para refugiarnos del trasiego del exterior... un espacio en el que podemos hallar descanso y recarga, pero al que acudimos - o con el que nos reencontramos-, antes que nada, cuando nos es necesario volver a escuchar el mismo suave murmullo que no cesa, pero que el ruido del mundo cotidiano oculta, incluso sin que lleguemos a darnos cuenta.

Cierro los ojos para encontrarme con ese lugar, como con uno de esos viejos amigos que se diría han llegado a conocernos, en la distancia, más que nosotros mismos.
Recuerdo mi cuerpo aún infantil, con el bracito extendido hacia el árbol y la palma bien abierta sintiendo la rugosidad de la corteza del pino. Estoy cantando mi canción preferida para despedirme, mientras observo un sol agonizante que tiñendo de rojo el regazo de las montañas, minutos antes de que la noche y su manto estrellado vengan a cubrir el bosque del que casi me duele ausentarme.
Es el mismo ritual cada vez que hay que regresamos a la ciudad, así como el de bienvenida consiste en volver a pisar sobre mis pasos de niña revisando que cada piedra y cada arbusto sigan en su lugar, asegurándome de recordar esos senderos que ningún camino ha marcado, bosque a través... sólo tras la revisión llega uno hasta la roca-altar, y saluda a las montañas, a los árboles, y a los espíritus que por allí rondan.
Y traza después de leer los anteriores, sobre la piedra, los símbolos e imágenes de una mitología personal que narran lo acontecido desde la última visita; algunos surcos más profundos, los que se repiten, son los que la lluvia no arrastrará...

Eran juegos de niñez, tal vez, pero eran ritos con mayor sentido y profundidad que los que años después llevaría a cabo, persiguiendo la formalidad. Entonces sólo quería aprender, entonces sólo aspiraba a encontrar libros que hablaran "seriamente" de los temas que me interesaban, y buceaba entre los disponibles, rescatando lo poco que sentía que valía la pena en apuntes personales. Cuando sólo podía soñar con encontrar aquellos compañeros de ruta que yo sabía que debían respirar en algún rincón sobre la misma tierra, bajos los mismos cielos. Hubiera dado cualquier cosa, cualquier cosa... por encontrar a mis iguales, por formar parte de una comunidad en la que fuera posible formarse y practicar.

Y, en cierto modo, aquella entrega encontró su recompensa, muchas de aquellas cosas que yo concebía imposibles, llegaron a realizarse. Y finalmente aquellos horizontes que yo contemplaba, fueron cruzados, uno tras otro... La vida nos empuja, y, entregados a su servicio, nos alejamos cada vez más de esa virginidad del origen, y así como surca el arado los campos, aparecen las huellas de la experiencia en nuestra propia piel, y conocemos como se abren las mismas heridas que han de devenir puertas a nuevos conocimientos.

Sin embargo, mi última definición de lo que era el paganismo, estaba irremediablemente empapada de hastío. Es extraño y cruel, que aquello mismo a lo que otrora me sentía empujada por un designio inescrutable, haya ido perdiendo su original encanto, hasta llegar a carecer de interés. En una pesadilla, hace años, estaba yo en el mismo lugar del recuerdo infantil contemplando el mismo ocaso, pero esta vez bajo él la ciudad avanzaba, como un ejército de asfalto y cemento, reptando sobre la tierra y amenazando el bosque donde los animales, los espíritus y yo misma con ellos nos refugiábamos. No era la ciudad lo que temía, la ciudad sólo era un símbolo, una metáfora, al igual que el mismo bosque. Lo entiendo mejor ahora, cuando la pesadilla parece concretarse en términos más cercanos a la realidad.

Desde el lugar sagrado, contemplo ese mundo ajeno a mi subjetividad. Conmigo siento el murmullo de ríos y fuentes, el susurro del viento entre los árboles del bosque; y esa luz especial, ese olor en el aire que anuncia la lluvia en la ciudad más grande del mundo. Se trata de un dialogo silencioso, una canción que nace del alma y agita nuestro espíritu y nos da el impulso, colmándolo de alegría o emoción... Pero, sin embargo, hablar de "paganismo" me aburre; discutir acerca de fórmulas, ritos y dioses, me hunde en el tedio; me parece que nada de lo que se dice importa, y ahora que podría acumular más información de la que en mi infancia llegué a soñar tengo la triste impresión de que esa misma abundancia acumulada ha sido maldecida por la esterilidad.

Siento demasiadas palabras vacías y , silvestre, me escapo, huyo, como en aquellos días en los que, en lugar de entrar en la escuela, seguía mi camino hasta la playa, demasiado consciente de un tiempo no iba a regresar, y a la vez de que la decisión acarrearía consecuencias... pero que era la única que, para mí, siendo sincera, valía la pena hacer.
Leo autores que, lejos de los manuales, reviven el fuego del sentir poético, de la realidad mágica. Me relaciono con personas que poco, o nada, saben de los temas que antaño fueron tabú, pero que -no sin esfuerzo- han conseguido moldear con su mente y forjar con sus manos la vida que querían, evitando venderse. Paseo por los mismos senderos que nunca fueron trazados como caminos, bosque a través, ciudad a través, y me parece estar más cerca de aquello que creo que vale la pena, que agotándome en discusiones interminables...

Hace unos días volví a emplear la magia práctica. Con gusto seguí los habituales pasos, la elección de las herramientas y elementos y el diseño del ritual... una cuarta parte viene de lo que leí hace ya muchos años, otra de la experiencia; las otra mitad se debe al instinto. Antes de empezar tengo la cómica impresión de sacudirme el polvo acumulado por el tiempo que hace que no realizo un trabajo del tipo... Respiro profundo, me sumerjo en la vieja confianza y siento, como de costumbre, que regreso a un hogar en el que siempre seré bien recibida. El ritual se desarrolla de un modo natural, fluido, sin forzar nada. Al fin, sé que todo ha ido bien, y lo sé porque, al término del mismo, ya de regreso a una realidad común, revivo la conocida sensación que actúa de indicativo; estoy cansada y satisfecha como si hubiera pasado el día jugando en la playa, y el sueño me llama para acogerme en sus brazos. Y en todo el proceso no ha habido un "vacío" que llenar, no ha habido aburrimiento, ni hastío, todo era tan hermoso y pleno de significado como la vez primera...

Pasa una semana, pregunto por los resultados: me confirman que ha funcionado, superando mis propias expectativas. Para mi tranquilidad, a pesar de tanta "herejía" recurrente, no hemos perdido facultades.

Aunque de pequeña hubiera dado mi vida por aprender, nunca permití que cualquiera pusiera su mano sobre mí... así he cruzado paredes ilusorias, que sólo estaban allí para que el que se lo creyera, diera por concluida su búsqueda; así me he convertido en una discreta molestia, tan discreta que a penas resulta efectiva. Y me he aislado - aunque cuento aún con algunos compañeros de camino que estimo en gran medida y no sería justo omitir en este punto- , como en la pesadilla, con mis ritos infantiles y la compañía de un puñado de dioses menores que ni siquiera necesitan un nombre. Y a eso lo llamo Postpaganismo.

No creo en realidad que sea muy diferente a lo que en otros tiempos nosotros, y otros, llamamos "paganismo" a secas, simplemente señalamos la frontera hacia ese nuevo mundo que avanza rápido y tal vez no entendemos plenamente, pero que nos parece construido a base de proclamas y ornado por un gusto con el que no podemos sentirnos identificados.
El gesto nos devuelve la profundidad y el sentido que fueron lo suficientemente efectivos como para lanzarnos a esa búsqueda conscientes de que todo tiene un precio - que raramente puede pagarse en monedas -, y que lo que encontramos puede no ser tan agradable como la imagen que nuestra esperanza acariciaba, pero debe ser aceptado y digerido como si lo fuera, porque es el alimento que ha de llevarnos más allá.

Muchas veces pienso que este espacio no es realmente un blog al uso, por la falta de actualización, de planificación...por la extensión de los escritos que, por temporadas se distancian de toda practicidad para convertirse en divagaciones que, como aquellos antiguos trazos en la roca, el tiempo se encargará de hacer perdurar o de borrar. Como un cuaderno de viaje , inconstante por naturaleza, en el que voy dejando impresiones, a medida que éstas se suceden, en el que no se habla tanto de lo que "ya se sabe" como de lo que se descubre. Y, sin embargo, esto es, y no otra cosa, el fruto que a este árbol que yo soy le es dado ofrecer.

5 comentarios:

Sibila dijo...

Los frutos de tu árbol nos dan a muchos fuerza y ánimos para avanzar. ;)

Un abrazo.

Francis Ashwood dijo...

Exacto... Tienes la capacidad de hacernos vivenciar (hasta donde nos permiten las palabras) el instinto y lo primario, lo más sutil y efectivo en términos reales de una espiritualidad que está perdiendo su esencia y transformándose en algo que poco tiene que ver con lo que era al principio. Tu guardas esa esencia, y con cada escrito nos haces recuperar un poco lo que de verdad importa, y eso es muy valioso en los tiempos que corren.

¡Muchas gracias, Vae!

Laura dijo...

Hola Vaelia,
me llamo Laura, conozco tu web desde hace tiempo y hoy he descubierto tu blog. Me producen tanto eco tus palabras..., lo que dices tien tanto sentido, me encanta leerte. Eres todo un descubrimiento. Sólo quería darte las gracias por compartir tantas cosas valiosas.

Vaelia dijo...

En verdad soy un desastre para responder comentarios... Gracias a los tres.
Trato de recuperar el ritmo después de una época algo difícil, pero cuya vivencia espero saber amortizar con el tiempo. Como siempre, vuestra presencia y aliento hace mucho más efectiva la recuperación.

Abrazos,
Vae.

Violeta dijo...

Enhorabuena: transmites mucho, tienes un estilo sublime y unas ideas claras! Claro que no es un blog al uso, más bien un espejo (palabra que tanto aparece escrita sin darte cuenta, creo) al que a veces te asomas (como con este post, gracias por haberte abierto tanto, o al menos así me lo parece), te miras de frente, de perfil, te atusas el pelo (sacudirte el polvo lo llamas tú en más de una ocasión, te tuteo, con todos mis respetos), haces algún que otro comentario sobre lo que ves-descubres o haces otras cosas y entonces no respondes, no miras, no te miras y no pasa nada. No hay orden, tal y como se entiende desde un punto de vista estándar, en la naturaleza como tampoco lo hay a través de un espejo, en continuo movimiento, se siente vivo, se siente viva -ella, la naturaleza-, te sientes viva, te sentimos viva. Continúo leyéndote en esta noche, un placer.