Hay un tiempo para cada cosa, y aunque el aprendizaje es continuo, se dan épocas en las que una mayor cantidad de recursos nos es requerida para el mismo. Tiempo para ensayos, tiempo para guardar silencio porque la función que nos corresponde es, antes que prestarnos a dar, estar dispuestos a recibir.
Desde esta perspectiva es más comprensible uno de los puntos en los que todos tropezamos alguna vez, y no pocos caen por siempre: el cómo un original, bienintencionado, impulso de atender a otros, de servir a otros, ciega la visión a nuestros ojos, del propio estado y necesidad del momento. Se entiende - pero nunca justifica- la existencia de tantas personas que dejan a medias un camino, por creer estar preparados antes de tiempo, y consideran un gesto altruista el dedicarse a esparcir fragmentos arañados de un conocimiento que, en realidad, nunca llegaron a conquistar.
Hace un tiempo, durante un largo viaje por carretera, tuve la oportunidad de ver una película bastante mala en la que se trataba de transmitir la curiosísima idea según la cual "la mayoría de personas venden su alma por codicia, pero no hay problema si lo mismo se hace en nombre del amor". Cuando, en realidad, la mayoría de personas acaba vendiéndose antes que por maldad, por un amplio repertorio de errores en el que sin duda caben muy buenos propósitos. Una de las pocas cosas que puede salvarnos de caer en el error es la conciencia, a menudo bajo esa forma, tan simple como efectiva, de "estar atentos y tener sentido común".
De hecho, el aprendizaje no se trataría tanto de una serie de datos, sentencias y correspondencias a memorizar, sino de aprender a dirigir nuestra atención de modo que ésta pueda llevarnos a "darnos cuenta" del modo en cómo esos mismos datos, siempre presentes en formas sencillas y accesibles en nuestro entorno - donde quiera que nos encontremos-, pueden estar conectados; llegando a adquirir una nuevo nivel de significados.
Debo añadir que, posteriormente, para que nuestro conocimiento sea digno de tal nombre, deberemos aún saber darles un uso constructivo y eficiente o, lo que es lo mismo, por muchas herramientas que lleguemos a acumular en nuestro bagaje, a menos que se les de un buen uso, no serán más que carga y estorbo.
¿Qué es el aprendizaje? No es tomar cursos que llenen nuestro "currículum esotérico", sino algo mucho más sutil y valioso, algo orgánico, que llega a integrarse en nuestro propio ser, razón por la cual no puede ser ni vendido ni regalado... y me atrevería a decir que a penas puede ser realmente transmitido, puesto que depende antes del sujeto en el que se da dicho aprendizaje, que de cualquier otra condición externa, como la suerte de la semilla depende en mayor medida de la calidad de la tierra que la recibe, que del cuidado de su jardinero.
Aprender es hacerse consciente de aquello que somos, y del territorio que nos rodea, de nuestras necesidades y los modos más eficientes de atenderlas. Y aunque ha de sonar prosaico, éste será el aprendizaje que valga la pena siempre, independientemente del camino que tomemos, o del lugar en el que nos encontremos. Por esto mismo, por lo que de esencial tiene, nada ni nadie puede interponerse lícitamente, ni mucho menos tratar de cobrar peaje, entre la persona y esta clase de objetivos, al que todas las áreas de nuestra vida pueden servir para avanzar.
Distinguir aquello que importa de lo que no, o distinguir las necesidades reales, de aquellas que de un modo u otro, han sido inducidas. Buscar y ensayar, la mejor manera de resolver nuestros retos o mejorar nuestras vidas, con serenidad, confianza y paciencia. Aprenderemos, pues, constantemente, tanto en las escuelas como en el trabajo, o en el camino que nos lleva a éstos; en las reuniones entorno al domesticado fuego de una cocina, o bajo el manto de las estrellas en el bosque. Aprenderemos acerca de los modos de hacer las cosas, de movernos, de alimentarnos, de llenar nuestra vida con sonidos, palabras, imágenes, tactos y olores... de los múltiples niveles en los que nuestras emociones pueden vibrar. Nada es trivial para el que vive de un modo consciente, nada se pierde para el que sabe cómo encontrar una ganancia en su derrota, y vuelve a levantarse, alegre y de buen ánimo, dispuesto a confrontar la imagen que el espejo le devuelve.
Incluso cuando caemos, una parte en nosotros sabe cómo sacarnos del pozo, de modo que basta con escucharla para que todo se resuelva favorablemente... suele suceder de modo natural porque, en el oscuro fondo, no tenemos mucho más que escuchar a parte de nuestros lamentos. Así que la cuestión, más bien, es estar dispuestos a atender esa sabia voz también en los tiempos menos oscuros, y en los completamente soleados, y no permitir que otras cosas nos distraigan de lo que en realidad importa. Ella ha de indicarnos, siempre, aquello que debemos hacer, salvándonos en primer lugar de ese aburrimiento o letargia que, dado que la naturaleza odia el vacío, acaba por convertirse en el origen de la mayoria de males y desgracias personales.
Hace un tiempo, durante un largo viaje por carretera, tuve la oportunidad de ver una película bastante mala en la que se trataba de transmitir la curiosísima idea según la cual "la mayoría de personas venden su alma por codicia, pero no hay problema si lo mismo se hace en nombre del amor". Cuando, en realidad, la mayoría de personas acaba vendiéndose antes que por maldad, por un amplio repertorio de errores en el que sin duda caben muy buenos propósitos. Una de las pocas cosas que puede salvarnos de caer en el error es la conciencia, a menudo bajo esa forma, tan simple como efectiva, de "estar atentos y tener sentido común".
De hecho, el aprendizaje no se trataría tanto de una serie de datos, sentencias y correspondencias a memorizar, sino de aprender a dirigir nuestra atención de modo que ésta pueda llevarnos a "darnos cuenta" del modo en cómo esos mismos datos, siempre presentes en formas sencillas y accesibles en nuestro entorno - donde quiera que nos encontremos-, pueden estar conectados; llegando a adquirir una nuevo nivel de significados.
Debo añadir que, posteriormente, para que nuestro conocimiento sea digno de tal nombre, deberemos aún saber darles un uso constructivo y eficiente o, lo que es lo mismo, por muchas herramientas que lleguemos a acumular en nuestro bagaje, a menos que se les de un buen uso, no serán más que carga y estorbo.
¿Qué es el aprendizaje? No es tomar cursos que llenen nuestro "currículum esotérico", sino algo mucho más sutil y valioso, algo orgánico, que llega a integrarse en nuestro propio ser, razón por la cual no puede ser ni vendido ni regalado... y me atrevería a decir que a penas puede ser realmente transmitido, puesto que depende antes del sujeto en el que se da dicho aprendizaje, que de cualquier otra condición externa, como la suerte de la semilla depende en mayor medida de la calidad de la tierra que la recibe, que del cuidado de su jardinero.
Aprender es hacerse consciente de aquello que somos, y del territorio que nos rodea, de nuestras necesidades y los modos más eficientes de atenderlas. Y aunque ha de sonar prosaico, éste será el aprendizaje que valga la pena siempre, independientemente del camino que tomemos, o del lugar en el que nos encontremos. Por esto mismo, por lo que de esencial tiene, nada ni nadie puede interponerse lícitamente, ni mucho menos tratar de cobrar peaje, entre la persona y esta clase de objetivos, al que todas las áreas de nuestra vida pueden servir para avanzar.
Distinguir aquello que importa de lo que no, o distinguir las necesidades reales, de aquellas que de un modo u otro, han sido inducidas. Buscar y ensayar, la mejor manera de resolver nuestros retos o mejorar nuestras vidas, con serenidad, confianza y paciencia. Aprenderemos, pues, constantemente, tanto en las escuelas como en el trabajo, o en el camino que nos lleva a éstos; en las reuniones entorno al domesticado fuego de una cocina, o bajo el manto de las estrellas en el bosque. Aprenderemos acerca de los modos de hacer las cosas, de movernos, de alimentarnos, de llenar nuestra vida con sonidos, palabras, imágenes, tactos y olores... de los múltiples niveles en los que nuestras emociones pueden vibrar. Nada es trivial para el que vive de un modo consciente, nada se pierde para el que sabe cómo encontrar una ganancia en su derrota, y vuelve a levantarse, alegre y de buen ánimo, dispuesto a confrontar la imagen que el espejo le devuelve.
Incluso cuando caemos, una parte en nosotros sabe cómo sacarnos del pozo, de modo que basta con escucharla para que todo se resuelva favorablemente... suele suceder de modo natural porque, en el oscuro fondo, no tenemos mucho más que escuchar a parte de nuestros lamentos. Así que la cuestión, más bien, es estar dispuestos a atender esa sabia voz también en los tiempos menos oscuros, y en los completamente soleados, y no permitir que otras cosas nos distraigan de lo que en realidad importa. Ella ha de indicarnos, siempre, aquello que debemos hacer, salvándonos en primer lugar de ese aburrimiento o letargia que, dado que la naturaleza odia el vacío, acaba por convertirse en el origen de la mayoria de males y desgracias personales.
0 comentarios:
Publicar un comentario