Lo que sigue, aclaro, no es un ataque contra el catolicismo, simplemente la crónica de lo que observé, desde la privilegiada posición en la galería del segundo piso de la iglesia, silenciosa como una gárgola - y, me temo, con similar expresión de horror-, durante una ceremonia de "primera comunión" a la que acudí por deferencia hacia otra persona.
Veo a los niños entrar en fila, vestidos para la ocasión, se sientan ordenadamente en los asientos dispuestos a ambos lados del altar. Una mujer madura saluda a la concurrencia, exigiendo silencio y dando las líneas introductorias a lo allí sucederá. Luego el cura oficiante sigue, explicando que se trata de una "gran fiesta"... Sé que la mayoría de asistentes están allí siguiendo los dictados del convencionalismo. Ni siquiera asisten a la misa de los domingos, pero han comprado ropas nuevas y un regalo para la criatura. Esperan que la ceremonia acabe pronto... ni siquiera se plantean que se trate de un ritual religioso.
Pero lo es.
Y los pocos que sí son conscientes de ello, tratan de imponer silencio sobre la agitación de los saludos de reencuentro entre familiares y conocidos, tratan de imponer un sentido de sacralidad al evento, cerrando los ojos al hecho de que es precisamente a esta falta de conciencia a lo que se debe el éxito de la convocatoria que llenará los cepillos que no dudaran en sacar en el momento preciso.
Oigo los cuchicheos a mi alrededor, comentarios maliciosos de personas que, estando allí por lo que ellos consideran "un compromiso", necesitan matar el aburrimiento de algún modo. Si observo la imagen de la virgen coronada que preside el altar, me siento tentada a exigir respeto. Pero al ver las muecas amargadas de aquellos que, a pesar de saber que algo así sucedería prefieren que esas personas estén allí para tener dinero y concurrencia en lugar de respeto, no puedo pensar más que "es su elección".
Los niños más movidos, que permanecen como clavados al asiento, agitan con disimulo sus brillantes zapatitos, nerviosos por todo lo que se sucede alrededor, como si estuvieran actuando sobre el escenario de la función escolar de fin de curso, conscientes de las miradas del vecindario y los flashes de las cámaras. El cura les hace algunas preguntas, y les indica punto por punto lo que ellos deben responder.
Les dice "Vamos a renovar las promesas del bautismo, porque no os podéis acordar, pero entonces vuestros padres prometieron por vosotros, y ahora que ya sois conscientes, vais a comprometeros vosotros mismos para formar parte de la comunidad".
A penas puedo creer lo que estoy oyendo, una parte de mí se enciende de indignación. Como un puñado de pajarillos a los que una mano oscura lanza una red y los mete en un saco, "Tus padres nos prometieron que sería nuestra, confirmarlo, entréganos tu alma... ya tenemos una nueva remesa para enviar al Señor".
Veo a esas personitas enfundadas en trajes extraños declarar a la vez, bajo disimulada coacción o descarado chantaje ("si haces la comunión como el resto de niños de su clase te compraremos una Wii"), aquello a lo que renuncian, aquello en lo que creen, aquello a lo que se comprometen de por vida.
Y por un momento, a pesar de ser consciente de que en la mayor parte el rito es poco más que una obra de teatro de primaria, quisiera saltar allí mismo y gritar que dejen a los niños en paz, que no les pertenecen; ni a la iglesia, ni a la comunidad, ni a los propios padres.
Me apena que en esos momentos no estén sucios, exaltados y jugando como salvajes bajo el sol de mayo, sin duda más puro que esta introducción a lo que no deja de ser otra manera, socialmente aceptada, de comerciar con lo sagrado.
Sigue un discurso de palabras vacías, buenas intenciones y deseos que no llevan a ningún lugar, aderazados con una benevolencia desfasada... Valores tan generales, imágenes tan manidas, que si sólo se tratara de asegurarse que los niños los conocieran, la ceremonia entera no tendría ningún sentido. Hacen sus inocentes ofrendas de trabajo manual, las acompañan por los cepillos repletos de dinero que se han pasado entre los asistentes. Luego, comulgan por primera vez. Cantan un poco, se despiden.
Bajo de mi observatorio y soy la primera que se encuentra el menor por el que estoy allí. Le pregunto ¿Qué se siente? Su respuesta, sin tapujos, aún dentro de la iglesia: Nada.
No es que crea que los niños no tengan una espiritualidad propia. La tienen, a su modo, en ese jardín de libertad que les corresponde como un derecho inalienable, en el que los frutos de la fe maduran a su propio tiempo, que debe ser respetado.
Que yo sepa, la cita bíblica dice "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de los cielos" (MC 10, 14) y no "Idme empaquetando a los niños, exijo recibirlos a la mayor brevedad", que parece es lo que se prefiere entender por interés. Algunos niños son realmente cristianos en el momento de recibir su primera comunión; pero éstos no constituyen más que una minoría entre los que son arrastrados a prometer cosas o adoptar creencias que no entienden o incluso, en ocasiones, ni siquiera comparten. Y si esto se hace en algo tan personal como la religión, no hay escrúpulos al hacerlo con otras mil cosas.
El motivo por el que no es una crítica al catolicismo, es sencillamente que en otras muchas comunidades, ya sean éstas religiosas o laicas, y en otros -demasiados- aspectos de la vida, se dan fenómenos paralelos, o aún peores. Es asombroso pensar en todos los escollos, los convencionalismos, las coacciones, que deben sortear los niños para llegar a la edad adulta como seres íntegros en lugar de como productos manufacturados y vendidos al mundo como ganado, como perros sorprendentemente bien entrenados, como bestias de carga, por un entorno mucho menos consciente que ellos.
martes, 20 de mayo de 2008
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2 comentarios:
Al menos no fuiste antes de una votación y el cura se puso a hablar de política en la homilía... y no es un aejemplo inventado... eso pasó en la comunión de mi hermano pequeño con el referéndum de la Constitución Europea (la comparación de la bandera de la CE con simbología de la Virgen Milagrosa fue espectacular).
A ver si algún día aprendemos que los hijos no son propiedad de sus padres, y que educar no significa imponer, pero tampoco despreocuparse.
Jajajaaa, esto me recuerda el último bautizo al que fui hace unos años (ya ni me acuerdo, pero más de tres). Pocas veces visito una iglesia, pero aquel día no se me olvidará en la vida...
En este caso el cura no se puso a hablar de política, nooo... Ya os podéis imaginar de que hizo el discurso el tipo. Empezó hablando de tentaciones y acabó hablando de magia, adivinación y brujerias.
En medio de toda la gente me dió la risa tonta. Con un brujo en medio de la sala escuchando tales paparruchadas, desde luego me pareció de lo más absurdo y poco apropiado que he oído jamás. Me tuve que salir a la calle antes de que terminara.
En fin... iglesias, iglesias, ¡Ay con las iglesias!. XD
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