Termina el invierno para algunos, comienza la primavera para otros. Sea como sea, es una época dura, en la que se avanza en solitario desde el refugio de la oscuridad a la promesa de una nueva mañana bajo el sol, atravesando un territorio incierto con la carga de aquellas esperanzas que no quisieramos enunciar en voz alta, como si un ignoto devorador acechara en el territorio entre la sombra y la luz, para robarlas.
En este tiempo en el que una caricia inesperada de sol en la piel despierta nuestros sentidos y el anhelo por esa calidez y esa luz de la sólo algunas horas más tarde seremos cruelmente separados por la barrera de un cielo plomizo, mientras una brisa húmeda e incómoda nos atrapa como un castigo por lo encendido de nuestro deseo.
Vemos florecer los almendros, osados heraldos del cambio. Flanqueadas de rojas yemas, vemos cómo se abren, como pentagramas de líneas curvas, sus flores blancas. Como si reverenciaran a la Señora de la Luna que las observa prendidas entre las ramas oscuras como joyas de su cuerpo de Tierra. Tan delicadas y, no obstante, desafiando la amenaza del viento que en un fiero soplo las desarma y esparce indiferente sus pétalos sobre el suelo.
En este delicado camino que transcurre de inicios de febrero a finales de marzo, en el que nada es seguro, en el que al mismo tiempo manan de una fuente inagotable los proyectos y las inspiraciones pero todo está por confirmar y nada es sólido aún, puede suceder cualquier cosa; para desaparecer un instante después, y aún reaparecer al momento siguiente... Y repitiendo la secuencia, el universo circundante parece entretenerse juagando malicioso al escondite con una pobre conciencia desesperada por asir un signo estable de aquello que, por necesidad práctica,llamamos "realidad".
Es un tiempo realmente estraño, que nos arrastra a los límites; observando la lucha encarnizada de las fuerzas de la Vida por confirmarse - ya no contrala muerte, sino contra la negación del ser -, nos sorprendemos desnudos, solos e insignificantes ante la Inmensidad, respirando profundo el aliento primigenio del temor reverencial hacia ese viento surgido de quién sabe dónde que amenaza con arrebatar nuestras esperanzas, nuestra propia vida... despojarnos de ellas, robar su espíritu, dejando abandonados e inertes sus fragmentos en cualquier lugar que ya no hemos de conocer.
¿Cómo no temer ceder a la seducción de ese sol tan joven, cómo creer en esas bellas promesa sin tener en cuenta lo que sabemos de su inconstancia?, y, al mismo tiempo, ¿Cómo renunciar sólo por nuestro anhelo de belleza... cómo amordazar nuestras propias pulsiones hacia la Vida?.
Ser prudentes, pero no tanto para caer en la cobardía; dar pasos seguros, pero no priorizar la seguridad al punto de que se sonvierta en una carga que impide nuestra movilidad. Dejar de lado esa codicia a la que nos empuja el vivir con miedo, y no temer esa desnudez propia, conscientes de que tendremos las herramientas necesarias para enfrentar, en el momento, cualquier situación que se presente en nuestro caminar. Al fin y al cabo, si los zarpazos del viento y las heladas fueran tan terribles para los almendros, la especie hubiera tomado otra estrategia evolutiva.
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Existe una lucha paralela - de la que se habla aún menos -, que se inicia al enfrentarse con la miríada de imagenes que nos rodea, que despierta y danza a nuestro alrededor como una corte de espíritus locos que no conocen la calma. Todos los deseos que se anuncian y la multiplicidad de opciones que se muestran a nuestra conciencia, reclamando su atención, como si supieran que el escoger una u otra eliminará forzosamente al resto de competidoras.
Nos toman de las manos, estiran del cabello, mordisquean la punta de la nariz, como cachorros hambrientos que gimen incesantemente exigiendo su alimento, agotándonos en el momento en el que debemos elegir, sabiendo que podemos errar en nuestro juicio, tomar la opción más inadecuada y descartar su contraria.
Sin embargo, la tortura de este pasaje, llevada a los extremos, cuando los deseos contrarios se anulan entre sí, desemboca en una tierra de nadie. Es entonces cuando surge de lo profundo una nueva necesidad, un distanciamiento del ruido y la confusión de esta batalla que ninguno de los bandos puede ganar o perder por completo, que amenza con prolongarse eternamente o, al menos, hasta haber consumido el total de nuestras fuerzas. Y se abre un nuevo espacio en nuestro interior desde el que observar, desapegado, consciente de la trampa tan vieja como la humanidad, que nos impulsa hacia la búsqueda de aquello que en realidad importa.
A veces, esta invasión de posibilidades, de promesas por confirmar, de deseos contradictorios; sólo sirve para desmontar aquellos conceptos, ideas o imágenes que dábamos por sentado hasta el momento. Todo lo concerniente a lo que creíamos ser, a lo creíamos querer, a lo que creíamos que estaría ahí por siempre... derrumbando nuestro mundo, nuestra construccion de la realidad que creíamos tan sólidamente fundamentada. Es difícil aceptar esta ruptura sorpresiva, cuando creíamos que teníamos todo el trabajo hecho... pero una y otra vez el ciclo vital nos lleva a este punto para que despertemos y recuperemos la conciencia acerca la naturaleza de lo transitorio y conozcamos aquello que es esencial y, como tal, aquello que no podemos perder, aquello en lo que podemos confiar.
Asediada por estas tribulaciones, camino al trabajo, veo cómo están tirando al suelo lo que en su día fueron naves industriales. Hacía tiempo que estaban abandonadas, o, cuanto menos, en desuso; pero no imaginé que se acabarían antes de que yo dejara de pasar por allí. Ahora, bajando por la calle "de siempre", sólo se ven grandes pedazos de pared de cemento, como un lecho de hojas gigantescas y pétreas sobre una tierra que quién sabe cuánto hacía que no quedaba expuesta al sol, a la lluvia, a ese aire que ahora huele a ceniza, humedad y a la tierra misma... como si besándolo intensamente, tras la larga separación, lo hubiera impregnado de su propio hálito.
Pronto dejaré yo misma de pasar por ese camino, y no puedo evitar mirar el urbano paisaje, y pensar en el paralelo con mi propia existencia. No sé qué construirán allí, pero lo que sea no empezará de cero, sobre un espacio virgen, sino que quedarán en los cimientos los restos de lo que un día fue, discretos y sin molestar, dejando paso a lo que ha de venir, continuando la idea de "construcción" bajo una nueva forma. En algún lugar fuera de la ciudad, campesinos removerán también las tierras de cultivo para oxigenarlas, mezclándolas con los rastrojos y cenizas de la cosecha anterior, para que pueda obtener los nutrientes necesarios para la nueva siembra... el mismo campo ve crecer las orgullosas mieses, las ve segadas, apaleadas y despojadas de su tesoro, convertidas en despojos que volverán a la tierra para una nueva generación.
Hay un cartel en la valla del descampado sobre el que trabajan. Literalmente se lee:
Control Demeter : Deconstrucción.
Y a pesar de la sensación de rareza que sacude el cuerpo cuando nos enfrentamos a los filos cortantes de algunas ideas, resulta inevitable sonreír, tiene sentido...
miércoles, 27 de febrero de 2008
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2 comentarios:
Ufff...
Hay cosas que las lees y te remueven por dentro como si también dentro de mi cabeza estuviera arando, removiendo la tierra y los rastrojos de esta última etapa, para darle un lugar fértil donde crecer a lo que ha de venir.
Sí, sí que tiene sentido.
Gracias por estas palabras, porque me han proporcionado la distancia necesaria para mirar las cosas que creía que eran un batiburrillo abstracto y descubrir que desde este punto de vista, forman un diseño, un camino...
Hola, no he revisado todo tu blog, pero me late que eres española.
Me gustó este post; me gustó mucho cómo construyes el discurso filosófico, poético y deconstructivo, o al menos, un comentario a lo que es la deconstrucción con ejemplos de la vida cotidiana.
Sí, me gustó mucho.
Te invito a que visites mi blog
http://filosofiateologialiteratura.blogspot.com
Sóy Víctor Marcos, y mi msn, para chatear, es pescador28@hotmail.com
Me gustaría tener contacto contigo...
Gracias...
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