lunes, 25 de julio de 2011

El lugar secreto




Todos hemos corrido a él en los momentos difíciles en búsqueda de serenidad. Puede ser un rincón del parque, una mesa concreta en una cafetería, un lugar en la playa, un recuerdo de nuestra infancia o una melodía. Puede ser físico o mental, pero en el lugar secreto el tiempo parece detenerse, y el espacio ajustarse a nuestra medida. Nada en él nos es demasiado extraño, nada constituye una amenaza; podemos recorrer su extensión entregados a la libertad de ser nosotros mismos. No hay que justificarse, no hay que dar explicaciones.

Tal vez por esto, algunas personas cometen el error de llevar sus fantasías a este lugar, volviéndolo estéril. El lugar secreto no es un escondite, no es un mundo a parte, necesita de la interacción con nuestras vidas reales, de un ir y venir constante de ideas y realizaciones.
El lugar secreto es seguro, pero no es sólo un refugio, sino un espacio para la reflexión y la práctica. Es lo que encontramos al deslizarnos por detrás del escenario, la tramoya de nuestras vidas, la sala de máquinas. Dentro de sus nebulosos límites podemos limpiar de elementos indeseables los lentes de nuestra interpretación, y atrevernos a observar un pedacito del mundo de un modo más cercano a lo que en verdad debe ser.

El lugar secreto es un lugar de trabajo, aunque el trabajo consista en algo tan aparentemente sencillo como pensar en aquello que somos y hacemos. Es muy fácil caer en la corriente de los sucesos, por esto tenemos que asegurarnos un tiempo y un lugar para centrarnos y empezar a participar de un modo consciente en nuestra vida. El lugar secreto nos recuerda aquello que queremos, y nos da las herramientas para conseguirlo.
Sin importar la programación de la radio o la tv, allí suena siempre nuestra propia música. Sin importar los discursos y consejos, bienintencionados o no, de aquellos que nos rodean, allí tenemos la información que necesitamos para tomar nuestras decisiones a resguardo de presiones ajenas, y allí realizamos nuestras elecciones antes de salir a los caminos del mundo exterior.

A lo largo de los años el lugar secreto nos da una idea algo más certera acerca de lo que somos, las etapas por las que pasamos, y aquello que éstas dejan en nuestra vida. Lo que allí vemos, lo que entendemos y decidimos, nos ayuda a forjar una referencia de nosotros mismos en la construcción de nuestras vidas y de nuestras relaciones con otros. ¿Qué haríamos si no temiéramos no ser la respuesta a expectativas ajenas? ¿Cómo nos sentiríamos si nadie estuviera dispuesto a juzgarnos? ¿Como cambiaría nuestra actitud hacia los demás si no nos sintiéramos amenazados?

No se trata de reducir el mundo a nuestra medida, sino de ampliar nuestra medida desde el núcleo. No salir a conquistar nuevos territorios, sino sentirnos siempre en casa en nuestra propia piel. Ser conscientes del papel que jugamos en la conservación de este espacio nos lleva a ser más selectivos con lo que dejamos entrar en él, especialmente esas cargas que llevamos usualmente con nosotros. También nos lleva a tratar a los demás de una manera más sincera, desnuda de artificios o segundas intenciones. Cuando nos acostumbramos a actuar y relacionarnos desde nuestro centro, esto tendría tanto sentido como ensuciar el agua que más tarde beberemos.

El "lugar seguro" tiene un papel fundamental en las prácticas de Pathworking pero, independientemente de éstas, se podría decir que todos tenemos uno. Depende de nosotros que lo usemos para evadirnos o para trabajar en la realización de aquello que más nos importa.

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