viernes, 13 de agosto de 2010

Cajas


Pabellon de Marruecos en la Exposición Universal 2005 en Aichi, Japón.
Fotografía de My Nothing Book.


La caja es un objeto tan básico como el primer recipiente, del que, con el paso del tiempo, llegarían a surgir y diferenciarse miles de vasos, vasijas y jarras, para su uso práctico, con fines ornamentales, o bien una combinación de ambos. Así existen cajas de lujo, auténticas joyas tan preciosas y elaboradas como los tesoros que guardan y, en un nivel más cercano, no es extraño que la caja sea una parte importante a la hora de hacer un regalo.

Sin embargo, en general, las cajas son uno de esos objetos que a menudo pasan desapercibidos por lo cotidiano de su presencia: Estamos rodeados de cajas de todas formas, materiales y colores, desde los empaques del cereal hasta nuestros armarios, que no son otra cosa que una versión compleja de los antiguos arcones en los que seguardaba la ropa.

Sería extraño habitar una casa vacía. Al ver el espacio diáfano pensamos casi instantáneamente en amueblar cada habitación, y gran parte del mobiliario no es otra cosa que alguna forma derivada de la primera caja, destinada a guardar, conservar u ordenar nuestras pertenencias. Ambos elementos, lo guardado y el lugar donde se guarda han evolucionado al par de nuestras culturas, desde unos útiles básicos hasta los montones de cosas que preferiríamos no tener cuando nos toca mudarnos de casa. Esto debería decirnos algo acerca de los modos en los que como humanos adaptamos el entorno para satisfacer nuestras necesidades, sino algo acerca de los modos en los que sin darnos cuenta organizamos nuestra realidad.

Dado lo simple de su estructura básica, la caja ofrece un número prácticamente infinito de posibilidades. Hace unos meses encontré un post en el que entre otras cosas se hablaba de cómo los niños pueden entretenerse por más tiempo con una caja vacía que con cualquier juego o juguete de mayor complejidad que se les regale con el mismo fin:

(...) mis hijos se apoderaron de una de las cajas. Durante dos horas ¡¡¡Dos horas!! estuvieron jugando con la caja, cosa que no han hecho jamás con ninguno de los juguetes que les hemos regalado.
¿Y saben por qué? Porque la caja, no fue en ningún momento una caja; fue un coche, una casa, una nave espacial, un barco, una tienda de chuches con ventana , una cocina, ¡¡¡un parque para niños que se portaban bien”, un columpio y en última instancia un coche de caballos al que le ataron una cuerda;(...) era la caja la que se adaptaba a la imaginación de mis hijos sin límite alguno impuesto por código alguno y no al revés.
La caja no tenía un guión ni unos diálogos predefinidos, ni paredes invisibles, ni “quick time events” ni principio ni final, la caja no era nada y lo era todo a la vez. (...)
Puede parecer un tópico, pero mis recuerdos lo confirman. Nunca volveremos a ser niños más allá de las fronteras de nuestra infancia y, sin embargo, hay retazos de la experiencia de nuestros primeros años de vida que valdría la pena no dejar caer en el olvido.

Un importante ejercicio a la hora de la práctica y el trabajo mágico, pero también en la resolución de problemas cotidianos, consiste precisamente en acostumbrarnos a ser capaces de mantener la mente abierta respecto al número real de posibilidades con las que contamos en un momento dado. Con el fin de realizar esta evaluación es necesario saber observar desde varias perspectivas y asumir de buen grado de que no hay un único modo correcto de hacer las cosas. Pero al mismo tiempo deberíamos tomar conciencia de cómo nuestra mirada subjetiva transforma, consciente o inconscientemente, cualquier cosa que observemos.

La caja nos ha acompañado desde tiempos remotos, en ella podemos conservar, separar, distribuir cosas, llenarla de tierra y convertirla en semillero, poner una fuente de luz en su interior y convertirla en lámpara, imitar las estructuras de una casa o una cueva, emplearla para crear una "cápsla del tiempo", entre muchas otras opciones que se nos puedan ocurrir. En consecuencia, la caja más simple puede convertirse en una valiosa herramienta para ese trabajo mágico que, en última instancia, no depende tanto de los materiales o ingredientes empleados en él como de nuestra capacidad de aprovechar los procesos que nuestra mente desarrolla de un modo automático.

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