Y recuerdo cómo en la infancia imaginaba la vida del viajero como una sucesión de horizontes por alcanzar. Justo al llegar a pisar la línea por tanto tiempo añorada, otra nueva aparecía como un espejismo, si uno detenía su avance, o una promesa si uno se decidía a continuar. Y ese último caso la recién alcanzada meta se evaporaba para cubrir nuestro cuerpo como una nueva piel, habiendo dejado atrás la vieja.
En este momento veo realizarse esperanzas que siempre se mantuvieron vivas; o, dicho de otro modo, abrazo al fin como realidades cosas que otros ni siquiera se atreverían a soñar. Y aunque sé que otros mucho más jóvenes que yo han llegado, o llegarán, aún mucho más lejos, también soy consciente que la mayoría de vidas se agotan antes de poder siquiera rozar un hilo desprendido de esta textura...
Sobrevolando el Atlántico, me hallé sin esperarlo en un lugar mítico, en ese enclave celeste dónde las nubes forman un reino de montañas y valles, castillos y selvas y cascadas, de gigantescas proporciones. El lugar dónde nacen los Arcoiris, que vi surgir y cruzar los desniveles de ese paisaje blanquísimo contra el que resaltaban aún más sus colores. Un mundo que para tantos sólo existe en los cuentos de hadas, pero que, aunque en muchos aspectos está hecho de ilusiones, no deja de ser real. Y me pregunté si era el mismo espectáculo que debieran ver aquellos cuyos poderes permiten proyectar la conciencia, si no el cuerpo, a tan grandes distancias. Y pensé en quienes hicieron posible que existieran los aviones, y en cómo debió sentirse el primer humano que, a bordo de uno, contempló lo que en ese instante veían mis ojos.
Es, sencillamente, una bendición, y agradezco de corazón algo que hace unos años no podía siquiera apreciar; pero agradezco aún más, precisamente, el hecho de poder apreciarlo ahora. Como si después de estar toda una vida alimentándome de cierto fruto, me fuera dado el descubrir su sabor, su olor, o su color.
Hace unas horas me encontraba en la terraza de mi nuevo hogar, contemplando una brillante luna creciente, entre los azules del cielo vespertino, sobre las copas de señoriales áboles, mecidas suavemente por el viento. Y recordé otros tiempos pretéritos, en los que habitar un espacio como éste era todo cuánto podía desear para el futuro que algún dia llegaría, y cómo era el motivo de largas conversaciones con compañeros de antaño, cuando desde la lejanía del tiempo nos atrevíamos a desear sin admitir excusas.
Cómo explicar que hay ocasiones en las que respirar es un acto de agradecimiento que nos colma por entero.
Puedo viajar en la memoria, hacia cada época vivida, y encontrarme con lo que fui cada vez, y mirando a los ojos a cada uno de esos yoes del pasado, sonreír y tender mi mano para mostrarle aquello que más quería a su alcance, en justo pago por haberse negado a renunciar o ceder. Todos ellos estarían de acuerdo en que en ningún libro, herramienta o ceremonia encontrarían más magia de la que se resume en ese sencillo gesto.
Del mismo modo, ellos responden, desde cada etapa recorrida en el pasado, y cada cosa que fue aprendida viene a encontrar, sino su motivo, si una posible utilidad en el ahora. Y cada una de las personas que valió la pena, es saludada con los mejores deseos desde una distancia sólo aparente.
Cómo explicar lo que se siente cuando, sin necesidad de detener el mundo en ese instante, sino moviéndose con él, todo lo que una vez amamos y creímos dejar atrás, se reúne y late, vivo, en nuestro propio ser; como si de los frutos que dieron árboles de tiempos pretéritos hubiéramos conservado semillas que, habiendo acondicionado el terreno, vuelven a brotar, aún con más fuerza.
2 comentarios:
Bienvenida de nuevo.
Me alegro de que todo esté bien y empieces a echar raíces.
Ya nos irás contando lo que vas descubriendo, o redescubriendo. :D
Besines.
Gracias! Tengo un montón de cosas pendientes de actualizar, iré avisando :)
Besos.
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