Como era de esperar, se acercan aún más cambios. Al ponerse en pie en la otra orilla, tras identificar el nuevo territorio, encontrar lugares de descanso y bastecimiento, lo cierto es que uno no piensa en tumbarse a tomar el sol, sino en que es lo próximo que debe hacer.
Cumplir promesas, regresar a lo esencial.
Se trata de algo sencillo y, a la vez, contundente. Continuamente en nuestra búsqueda aparecen elementos disuasores, más o menos explícitos. Algunos se manifiestan en forma negativa, como momentos de duda y debilidad, que ponen a prueba nuestra resistencia. Otros se manifiestan bajo bellísimas formas, como sirenas que nos atraen con sus cantos para atraernos al fondo del océano, así tengamos que dejar nuestra vida en el recorrido hacia sus magníficos palacios.
Y otros son simples distracciones, que no seducen ni aterrorizan, pero van desviando la ruta de un modo mucho más sutil que los anteriores, acumulándose como el polvo en los muebles descuidados, que pasa esapercibido hasta que a uno le da por pasar el dedo sobre la superfície de lo que debería ser una madera brillante, y ve lo que debería ser en contraste con lo que es.
De vez en cuando uno debe hacer limpieza, ya no sobre los muebles, sino sobre el paralelo en su propia vida, para descubrir si la esencia de su ser, o de su camino, se manifiesta como lo que debería ser o, por el contrario, está más o menos cubierta por las sucesivas capas de omisión y descuido.
Es importante apartarse un poco, cada tanto, y observar en perspectiva, el porqué y el para qué hacemos lo que hacemos, y no cualquier otra cosa. Volver a nosotros, como a una casa que demasiado a menudo dejamos a merced de los ladrones, a comprobar que todo está en orden; que nuestros motivos, propósitos y acciones se encuentran alineados.
Se puede entender como una manera de renovar los votos, que un día, antes de salir a la búsqueda, prometimos cumplir. Seguramente entonces no sabíamos lo que ahora sabemos, y nuestras ideas y opiniones acerca de las cosas que entonces imaginábamos y ahora conocemos, son sustancialmente distintos. Seguramente entonces eramos más ingenuos, y acunábamos pensamientos y creencias que en la actualidad nos avergonzaría admitir.
Sin embargo, esa fuerza que nos impulsó a dar un paso adelante, en aquel momento, conserva la esencia de nuestra particular búsqueda, así como la semilla conserva la información necesaria para el desarrollo del árbol. El envoltorio de la semilla se pudre, el brote se abre paso y crece. No se trata de volver atrás, añorando un estadio embrionario como si de un paraíso perdido al que quisieramos regresar se tratara; sino de no permitir que la información que esa semilla contenía se dañe, para que el árbol no se vea a su vez dañado o deformado en su crecimiento, y pueda llegar a dar sus frutos.
Para la que escribe, en eso consiste el regreso a lo esencial; cuidar de la coherencia de nuestro tránsito por la existencia. Las herramientas son secundarias, las situaciones también; lo que importa es la persona y lo que hace con ellas. Si desaparece la persona de la ecuación, las herramientas no sirven para nada, y las situaciones siguen sucediéndose como el día sucede a la noche, carentes por sí mismas de un significado.
No soporto esas personas que catalogan sus vivencias como líneas de un currículo. No se trata de acumular un cambio tras otro, una acción tras otra, un conocimiento tras otro, y así sucesivamente, sino de que todas esas cosas, sean las que sean, tengan una coherencia, lleven a algún lugar, sirvan a propósito elegido libremente, que tenga significado, que valga la pena, para nosotros como para aceptar los posibles riesgos con gusto.
Hace unos meses hice una promesa, ante fuerzas que merecen mi respeto, que tenia relación con esta idea de regresar a lo esencial. Una promesa que no implica nadar contracorriente, sino avanzar por el margen... por ese sendero de cabras familiar y estimado, donde todo empezó y del que mi corazón jamás se ha podido distanciar. Existen algunos riesgos, pero se asumen con gusto.
No hay mayor satisfacción que presentarse sin máscaras ni condicionamentos al mundo, y poder afirmar sin dudas que somos como ese olmo al que no se le pueden pedir peras.
Cumplir promesas, regresar a lo esencial.
Se trata de algo sencillo y, a la vez, contundente. Continuamente en nuestra búsqueda aparecen elementos disuasores, más o menos explícitos. Algunos se manifiestan en forma negativa, como momentos de duda y debilidad, que ponen a prueba nuestra resistencia. Otros se manifiestan bajo bellísimas formas, como sirenas que nos atraen con sus cantos para atraernos al fondo del océano, así tengamos que dejar nuestra vida en el recorrido hacia sus magníficos palacios.
Y otros son simples distracciones, que no seducen ni aterrorizan, pero van desviando la ruta de un modo mucho más sutil que los anteriores, acumulándose como el polvo en los muebles descuidados, que pasa esapercibido hasta que a uno le da por pasar el dedo sobre la superfície de lo que debería ser una madera brillante, y ve lo que debería ser en contraste con lo que es.
De vez en cuando uno debe hacer limpieza, ya no sobre los muebles, sino sobre el paralelo en su propia vida, para descubrir si la esencia de su ser, o de su camino, se manifiesta como lo que debería ser o, por el contrario, está más o menos cubierta por las sucesivas capas de omisión y descuido.
Es importante apartarse un poco, cada tanto, y observar en perspectiva, el porqué y el para qué hacemos lo que hacemos, y no cualquier otra cosa. Volver a nosotros, como a una casa que demasiado a menudo dejamos a merced de los ladrones, a comprobar que todo está en orden; que nuestros motivos, propósitos y acciones se encuentran alineados.
Se puede entender como una manera de renovar los votos, que un día, antes de salir a la búsqueda, prometimos cumplir. Seguramente entonces no sabíamos lo que ahora sabemos, y nuestras ideas y opiniones acerca de las cosas que entonces imaginábamos y ahora conocemos, son sustancialmente distintos. Seguramente entonces eramos más ingenuos, y acunábamos pensamientos y creencias que en la actualidad nos avergonzaría admitir.
Sin embargo, esa fuerza que nos impulsó a dar un paso adelante, en aquel momento, conserva la esencia de nuestra particular búsqueda, así como la semilla conserva la información necesaria para el desarrollo del árbol. El envoltorio de la semilla se pudre, el brote se abre paso y crece. No se trata de volver atrás, añorando un estadio embrionario como si de un paraíso perdido al que quisieramos regresar se tratara; sino de no permitir que la información que esa semilla contenía se dañe, para que el árbol no se vea a su vez dañado o deformado en su crecimiento, y pueda llegar a dar sus frutos.
Para la que escribe, en eso consiste el regreso a lo esencial; cuidar de la coherencia de nuestro tránsito por la existencia. Las herramientas son secundarias, las situaciones también; lo que importa es la persona y lo que hace con ellas. Si desaparece la persona de la ecuación, las herramientas no sirven para nada, y las situaciones siguen sucediéndose como el día sucede a la noche, carentes por sí mismas de un significado.
No soporto esas personas que catalogan sus vivencias como líneas de un currículo. No se trata de acumular un cambio tras otro, una acción tras otra, un conocimiento tras otro, y así sucesivamente, sino de que todas esas cosas, sean las que sean, tengan una coherencia, lleven a algún lugar, sirvan a propósito elegido libremente, que tenga significado, que valga la pena, para nosotros como para aceptar los posibles riesgos con gusto.
Hace unos meses hice una promesa, ante fuerzas que merecen mi respeto, que tenia relación con esta idea de regresar a lo esencial. Una promesa que no implica nadar contracorriente, sino avanzar por el margen... por ese sendero de cabras familiar y estimado, donde todo empezó y del que mi corazón jamás se ha podido distanciar. Existen algunos riesgos, pero se asumen con gusto.
No hay mayor satisfacción que presentarse sin máscaras ni condicionamentos al mundo, y poder afirmar sin dudas que somos como ese olmo al que no se le pueden pedir peras.
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