The Fall (2005), Chris Peters
Buscando libros
A la hora de buscar libros, es útil fijarse más allá de la portada y la sinopsis, en datos como obras del autor y de la editorial. Al igual que se encontramos “estilos” ( y “modas”) en el vestir, también los encontraremos en el mundo editorial, así como en las corrientes interpretativas de la historia. Si prestamos atención a estos datos, en combinación con nuestras lecturas, podremos identificar qué estilo personal, corriente y época corresponde a cada autor, de modo que, por acumulación de estos datos, acabaremos por tener un contexto que nos permitirá saber con bastante exactitud qué podemos esperar de un libro sólo con ojear esa páginas de créditos comúnmente ignoradas. Por esto resulta muy importante dar referencias completas a la hora de mencionar una obra, o citar un fragmento de la misma. Es una norma de cortesía entre los buscadores, el tipo de trabajo que no se hace tan sólo para uno mismo, sino también para los demás, y para la búsqueda en sí.
Pero no se trata sólo acelerar y precisar el resultado de nuestra búsqueda (y la de otros), sino, al mismo tiempo, ser capaces de discernir las particularidades de cada texto. Creo recomendable considerar la objetividad como un valor que debe anteceder a la detracción, antes de apasionarse con un punto de vista dado.
Todos estamos enlazados con el tiempo en el que vivimos, y al que pertenecemos, que ejerce el poderoso influjo de su presencia continua, consciente o no, a nuestro alrededor. En segundo término, todos estamos influenciados por la cultura en la que hemos sido educados, o bien por la “tradición” o “escuela de conocimiento” en la que hemos desarrollado nuestra formación. En tercera instancia nuestra historia personal y nuestro carácter también nos condicionan. El discurso de cualquier autor está teñido en mayor o menor medida por estos tres factores y, en consecuencia, ninguna obra puede ser completamente imparcial. No nos conviene ser ingenuos al acercarnos a ella en busca de información: estas influencias pueden hacer que el autor que estamos leyendo, o la corriente en la que éste se engloba, deforme sutilmente la realidad de la que se está hablando. En el mejor de los casos, se tratará de una visión parcial, pero no dogmática; en el peor, lamentablemente, ciertos autores llegan a hacer trampa, amañando los datos o bien mostrándolos de un modo sesgado, ofreciendo sólo aquellos que convengan a las conclusiones que ocupan su exposición.
Es necesario mantener despierta nuestra capacidad de cuestionar, así como poner un límite a nuestra confianza o creencia, o al menos no regalarlas al primero que pase y “hable bonito”... Debemos respetar el valor de nuestro propio juicio, cuya capacidad de crítica se templará y se afinará con la adquisición de saber y experiencia. Por el bien de nuestra formación y crecimiento, será conveniente contrastar autores, corrientes y puntos de vista, con el fin de compensar o corregir los excesos de cada cuál con su contrario y hacernos una idea más cercana a la objetividad. Si bien cuando alcancemos el grado de madurez correspondiente, será lícito y preciso tomar una visión particular sobre cualquier asunto, que debería seguir evolucionando con nosotros. Sin embargo, hay que tener en cuenta que ser crítico no es lo mismo que andar de criticones o quisquillosos, del mismo modo que adquirir conocimiento no es lo mismo que andar de sabelotodo o pedante.
Piezas Faltantes
El nivel de comprensión depende tanto del autor como del lector. El primero, permanece inmutable, en el sentido que la obra ha sido fijada ( si bien algunos autores añaden notas, introducciones o mejoras en sucesivas ediciones de la obra); el segundo depende de nuestra situación personal. Una interesante experiencia se da con ese libro preferido que suele acompañarnos a lo largo de varios años de nuestra vida, ese al que regresamos cada cierto tiempo, y que cada vez que releemos nos da algo que antes nos pasó desapercibido.
Un obstáculo que podemos encontrar es que, cuando no contamos con un instructor más experimentado al que podamos preguntar, no entendemos algunas referencias o datos proporcionados por los libros que hemos atesorado, y se nos hace difícil situarlos en árbol de nuestro conocimiento… que de repente parece más una escoba despeinada que a un árbol. Pero hay que tener en cuenta que si nos acercamos a libros que provienen de escuelas de conocimiento, con sistemas consolidados, que parecen dirigidos directamente a los “entendidos” en la materia, es normal toparnos con cosas así. Así mismo, en ocasiones encontramos antes el libro que cuenta el final de la película que el que relata el principio. Muchas escuelas comparten conceptos similares o correspondientes, a los que dan nombres diferentes o agrupan de un modo distinto.
Nuestra formación en este sentido se asemeja mucho al montaje de un rompecabezas; empezamos por las esquinas, que son las piezas más fáciles de reconocer, y progresamos a medida que encontramos otras que encajan con éstas… pero siempre hay unas últimas piezas que no sabemos ubicar hasta que todas las de su alrededor nos revelan su perfil. Eso sí, llegar a esa sensación de júbilo súbito y arrebatador de poner en su lugar la pieza rebelde, requiere cierta paciencia.
Subjetividad y comunicación
El conocimiento objetivo es aquel que puede transmitirse de una a otra persona, con la mínima variación en lo que a su esencia se refiere. Si señalo un árbol a otra persona, ésta convendrá conmigo en que aquello es un “árbol”. Ciertamente, luego podemos discutir otros conceptos, como el nombre de su especie o si el color de sus hojas se ve más marrón que verde... Pero en cualquier caso, tanto esa persona como yo tendremos una idea común de lo que es una “especie” de árbol o lo que son “el marrón” y el “verde”- ese tipo de datos, en un ejemplo rudimentario, serían los de carácter objetivo.
Los datos subjetivos son aquellos que no podemos trasladar con la seguridad de que el receptor los perciba tal como nosotros lo hacemos. Esto es, si trato de explicar a alguien lo que significa para mí la visión de ese árbol. Ésta aproximación subjetiva será también lícita para nuestra lectura, y de hecho, en nuestro aprendizaje y formación personal nos veremos obligados a trabajar repetidamente sobre este nivel.
Ahora bien, dada la función referencial de los datos objetivos ( idealmente objetivos sería una definición más adecuada, que pertenecen al espacio común), en nuestra comunicación con otros, a fin de relacionarnos con el debido respeto hacia las tradiciones o escuelas de conocimiento así como hacia otros buscadores, deberemos tratar de no confundir la naturaleza de éstos datos objetivos con la de aquellos subjetivos (o más personales, que pertenecen a la esfera de nuestra intimidad).
Aplicado a los libros (pero también a otros campos), esta lectura subjetiva se aplica cuando hacemos reelaboraciones de las ideas que nos da a conocer el autor, cuando interpretamos a nuestro modo éstas ideas, o cuando dejamos de lado al autor y su intención, para abrazar las sugerencias que sus letras inspiran en nosotros. Dirigida del modo adecuado, esta interpretación puede llevarse a cabo sin que se convierta en un sacrilegio, o una falta de cortesía.
Es posible que al acercarnos a un autor complejo no tengamos ni la formación ni la experiencia necesaria para entender el mensaje que éste quiso transmitir; pero las imágenes que la lectura despierten en nosotros una respuesta, los fragmentos escogidos, leídos y releídos, pueden hacernos pensar acerca de algunas ideas y elaborar teorías propias que cumplan una función en un momento determinado de nuestra vida.
Lo ilícito, lo nocivo, sería creer que esa interpretación es la misma que le dio su autor, o escribir todas esas especulaciones … y pretender convencer a otros de que son el “auténtico” legado del autor que, curiosamente, nadie ha comprendido bien salvo nosotros o nuestro grupo…
Tanto la búsqueda de datos objetivos como la de subjetivos se pueden realizar en la lectura de obras específicas acerca de escuelas de conocimiento, y, sin embargo, es aconsejable de vez en cuando alejarse del género “manual” o “tratado” para echar un vistazo a la literatura. Ya sea en los grandes clásicos, como en pequeñas joyas encontradas dónde menos espera uno (por ejemplo, aquellas obras destinadas a un público infantil), la literatura presenta, a menudo, una visión privilegiada de la vida y las posibilidades del ser humano; y permite al tiempo una mayor libertad en lo que a interpretaciones y reinterpretaciones se refiere.
Más allá de este aspecto, se da el caso de que, frecuentemente, obras bajo una apariencia meramente literaria llevan en sí una carga mayor de información útil y valiosa para nuestra búsqueda que otras obras creadas con fines pretendidamente pedagógicos.
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