Camino por las calles mientras el cielo se oscurece, el aire huele a otoño, y entre las ramas semidesnudas de los árboles contemplo una luna prácticamente completa, brillando con inusual intensidad a través de un delicado velo de niebla.
Pocas veces la luna consigue captar mi atención de ese modo, transportándome... y sin saber porqué, recuerdo la silueta de los montes de mi tierra, en las tardes frías; el modo en cómo la oscuridad conquistaba lentamente el bosque, mientras dentro del hogar se encendían los leños de la chimenea. Viene a mi mente la imagen señorial del ciervo... Sus aterciopeladas astas, el brillo de los oscuros ojos; el pelo castaño rojizo, marcando la forma de los músculos bajo la piel, la calidez de sus entrañas , de la sangre que bombean rítmicos latidos, mientras su hocico toma del aire de la noche y retorna vaho. Solitario va dejando sus huellas sobre la tierra húmeda, como las dejará sobre el manto de nieve cuando permanezca como vigía mientras otras criaturas se retiran al sueño del invierno.
Hay momentos en los que la belleza nos hiere como el amor, momentos en los que quisiéramos que el tiempo se congelara, que ese abrazo tan íntimo durara por siempre, pero a la vez también que el movimiento, el baile que lo propicia, no se detuviera nunca...
Repentinamente, en el corazón de la ciudad, nos sentimos solos, rodeados de lejanos horizontes, y echamos de menos alguien con quien compartir esa visión terrible de tan hermosa, ese sueño que no es sueño, que se lleva de la mano a nuestro espíritu internándolo en otro orden de realidades, dejando a nuestra común percepción derrotada, y al borde del temblor nuestro cuerpo.
Un instante dorado, que pasa y nos deja una sensación extraña, que realmente no corresponde a las categorías de agradable o desagradable, porque queda algo más allá. Se siente uno muy pequeño y efímero, pero al mismo tiempo capaz de expandirse a la medida de ese otro universo de límites insondables que se ha abierto bajo la luz lunar como los pétalos de una rarísima flor.
Como por arte de magia, muchas, muchísimas cosas se liberan de la carga de importancia o urgencia que nuestra agobiada mente les concedía, menos pesadas, se alejan por las calles como las hojas que el viento arremolina, y no necesitamos siquiera despedirnos, mientras sentimos que volvemos a respirar después de haber - sin ningún motivo discernible- aguantado la respiración demasiado tiempo.
Pocas veces la luna consigue captar mi atención de ese modo, transportándome... y sin saber porqué, recuerdo la silueta de los montes de mi tierra, en las tardes frías; el modo en cómo la oscuridad conquistaba lentamente el bosque, mientras dentro del hogar se encendían los leños de la chimenea. Viene a mi mente la imagen señorial del ciervo... Sus aterciopeladas astas, el brillo de los oscuros ojos; el pelo castaño rojizo, marcando la forma de los músculos bajo la piel, la calidez de sus entrañas , de la sangre que bombean rítmicos latidos, mientras su hocico toma del aire de la noche y retorna vaho. Solitario va dejando sus huellas sobre la tierra húmeda, como las dejará sobre el manto de nieve cuando permanezca como vigía mientras otras criaturas se retiran al sueño del invierno.
Hay momentos en los que la belleza nos hiere como el amor, momentos en los que quisiéramos que el tiempo se congelara, que ese abrazo tan íntimo durara por siempre, pero a la vez también que el movimiento, el baile que lo propicia, no se detuviera nunca...
Repentinamente, en el corazón de la ciudad, nos sentimos solos, rodeados de lejanos horizontes, y echamos de menos alguien con quien compartir esa visión terrible de tan hermosa, ese sueño que no es sueño, que se lleva de la mano a nuestro espíritu internándolo en otro orden de realidades, dejando a nuestra común percepción derrotada, y al borde del temblor nuestro cuerpo.
Un instante dorado, que pasa y nos deja una sensación extraña, que realmente no corresponde a las categorías de agradable o desagradable, porque queda algo más allá. Se siente uno muy pequeño y efímero, pero al mismo tiempo capaz de expandirse a la medida de ese otro universo de límites insondables que se ha abierto bajo la luz lunar como los pétalos de una rarísima flor.
Como por arte de magia, muchas, muchísimas cosas se liberan de la carga de importancia o urgencia que nuestra agobiada mente les concedía, menos pesadas, se alejan por las calles como las hojas que el viento arremolina, y no necesitamos siquiera despedirnos, mientras sentimos que volvemos a respirar después de haber - sin ningún motivo discernible- aguantado la respiración demasiado tiempo.
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