jueves, 26 de mayo de 2011

Notas de otra época III: Aprendices, Carpinteros, Ebanistas.




Aprendices, Carpinteros, Ebanistas. (2007)

Tanto si estamos empezando la búsqueda, como si ya llevamos algún tiempo en ella es probable que alberguemos ciertas dudas acerca de quién es quién en el mundo de la magia, la espiritualidad, el conocimiento o la tradición; y todas las “respuestas” parezcan venir codificadas en intrincados sistemas de grados, jerarquías, modalidades y estilos.
A menudo, las cosas pueden comprenderse aferrándonos a una sencilla explicación. Pensemos , a modo de metáfora, en el conjunto de personas que trabajan la madera; aficionados, profesionales y artesanos. Los primeros serán capaces de hacer un arreglo en casa ante una urgencia. Los segundos, deben ser capaces de realizar un trabajo de calidad y se espera de ellos que posean los conocimientos y destreza necesarios para elaborar piezas fiables. En tercer lugar, los artesanos emplearán su saber y habilidad, aderezados con esa percepción acrecentada por los años de experiencia, en la creación de obras destinadas a ir más allá de las prestaciones comunes del objeto.

No importa si hablamos de un trabajo de la madera destinado a la estructura de un barco, o a la confección de mobiliario, o si dentro de éste último se pretende una tendencia rústica o de diseño innovador; El aprendiz o aficionado, tomará como referente al profesional, y éste, a su vez, al artesano que conserva el legado de la profesión y posee el secreto de sus tesoros.

En el universo del buscador, ocurre exactamente lo mismo; Ningún carpintero mirara con malos ojos a un niño que le presente con desparpajo una creación – por desastrosa que ésta sea- nacida del deseo de imitar a sus ídolos, como tampoco a un aprendiz que comete un error no avisado y que se apresura a buscar el modo de comprender dónde está el fallo, con la firme intención de no repetirlo. Muy diferente ha de ser, sin embargo, la reacción ante un estafador, una persona que esté ofreciendo algo que queda por encima de sus capacidades, o bien alguien que esté ofreciendo un trabajo de pésima calidad con la intención de sacar un margen de beneficio mayor, sin pensar en el perjuicio que pueda provocar a los usuarios.

Cada paso que se da en la búsqueda nos liga a una responsabilidad no sólo hacia nosotros mismos, sino también para con los demás, y con el Camino. Esto obliga desde un buen principio a no inventar cuentos que puedan conducir a otros a un equívoco, especialmente cuando no se tiene una respuesta clara sobre una pregunta dada; y, en cuanto a la práctica, a que los experimentos sólo se hagan en casa, pues en la mayoría de casos es mejor no hacer nada que dejar a una persona peor de lo que estaba antes de encontrarse con uno.

A menudo se ha criticado el comercio de lo sagrado, es decir el intercambio de servicios "mágicos" por dinero. Existe otra modalidad, más sutil, en la que ciertos individuos obtienen un beneficio personal a costa de su clientela, esta vez de carácter psicológico más que económico, y es a través del engaño explícito o implícito. Mienten cuando se presentan como portadores de un legado que jamás recaerá en sus manos, cuando contaminan el mundo con una fuente prácticamente inagotable de desinformación, o cuando muestran a los demás un surtido de sus “capacidades” o “conocimientos” como si éstos fueran lo único a lo que se puede aspirar.

Fallando en la primera prueba, poco es lo que pueden enseñar; ellos cierran para el auténtico buscador las puertas que es su legítimo derecho abrir. Por lo tanto, al mismo tiempo, el escoger a los instructores adecuados es a la vez la primera lección y la primera elección crucial para el que se embarca en la búsqueda.

A pesar de la diferencia de criterios, a pesar de las múltiples modalidades y estilos, lo cierto es que la mayoría de auténticos buscadores son capaces de reconocerse entre sí, y todos los que merezcan dicha categoría reconocerán la figura de un maestro. De modo que, si en un momento dado nos sentimos algo extraviados, podemos acercarnos respetuosamente a una de éstas figuras de referencia, a pesar de no sentirnos identificados completamente con la modalidad en la que desarrolla su tarea, pues posiblemente pueda darnos las indicaciones precisas para localizar aquellos contactos más afines a nosotros. Para cualquier persona que esté en el Camino, dar indicaciones a los recién llegados, despistados o extraviados es parte de la tarea a realizar.

lunes, 23 de mayo de 2011

Notas de otra época II: El Aprendizaje


La leçon difficile (1884), William-Adolphe Bouguereau



El Aprendizaje
(2007)

Nuestra imaginación colectiva postmoderna está saturada imágenes que representan a un maestro, que descubre en un individuo joven unas cualidades insospechadas por tanto por él mismo como por los demás. Acto seguido, este joven se convertirá en el elegido para desempeñar tal o cual labor de importancia para el resto de su comunidad. Si bien algo tiene de cierto la historia, ésta es una visión sesgada y, en múltiples ocasiones, pervertida, al descontextualizar el drama que se desarrolla en el interior del sujeto.

En realidad, siempre es el alumno quien elige al maestro, quedando bajo su responsabilidad el saber reconocer qué instructor es el adecuado. Sin embargo, aún antes que esto será necesario que pueda eligirse a sí mismo como receptor y portador del conocimiento. Iniciar la búsqueda del conocimiento es el producto de una toma de conciencia y como tal, conlleva la adquisición de una nueva responsabilidad. Es importante tener esto claro; cada cuál es responsable de su vida, de sus elecciones, y de cada una de las palabras y acciones que deriven de éstas.

Lo primero será, siempre, y ante todas las cosas, aprender a cuidar de uno mismo. Es terrible ver tantos aspirantes deseosos de encontrar un maestro externo que los elija, que por impaciencia acaban recibiendo un pobre fajo de fotocopias llenas de listados de correspondencias, objetosmágicos o nombres de dioses/as, cuyas aplicaciones repetirán sin más como quien arregla un aparador… Dado que la sola enumeración y disposición de elementos no tiene ningún valor por sí misma, todo el ritual se convierte en una especie de teatrillo vacuo, y las herramientas que deberían ser catalizadores, en pura parafernalia, rozando la burla hacia aquello que debería sernos sagrado.

Otros peligros para aquellos que buscan ser descubiertos y pulidos como “diamantes en bruto” son el acabar convirtiéndose en las desgraciadas Galateas de algunos Pigmaliones -en una especie de versión tragicómica del mito-, o bien, directamente, en víctimas de uno o varios de los depredadores que merodean a la espera de que caiga alguna mente blandita para la cena. No podemos transitar el mundo atacados de paranoia, pero tampoco como si fuéramos pisando un lecho de rosas (de hecho, si uno resbala y va a caer en cualquiera de los dos extremos, está perdido). Sencillamente, no deberíamos dejar en manos de otros, ya sean hombres o dioses, las tareas que sólo a nosotros atañen, empezando por la que concierne a la propia formación.

La información nos llega de una forma constante, a través de muchos canales, tanto externos como internos. Una vez lleva uno cierto rodaje, empieza a comprender que no es tan importante “ser enseñado” como aprender, y que aprender no es sólo recibir información, sino separar aquella que es válida de la que no lo es, procesarla en nuestro interior, y saber qué hacer con ella en aplicación a la realidad de nuestra persona y nuestro entorno.

Del mismo modo que sucede con los buenos profesores, los buenos instructores saben que la mayoría de datos pueden consultarse en fuentes que están al alcance de todos, que más que su posesión, lo que importa es saber acudir a las fuentes correctas, las relaciones que establezcamos, y la coherencia de este análisis o elaboración con el uso o propósito al que está destinado.

Un maestro no es aquel que nos dará el listado con las respuestas correctas, sino aquel que azuzará nuestras mentes y, por supuesto, nuestras manos, para que se pongan a trabajar. Lo que en realidad importa no puede ser enseñado, sino simplemente vivido. Y la tarea de un maestro no es, por tanto, otra que la de inducir estas experiencias en la persona que recibe el entrenamiento, a través de los métodos que están bajo su competencia.

Pero en lo que llega el encuentro con una de estas personas, tampoco es conveniente lloriquear como un cachorro que ha extraviado a su mamá, dado que podriamos atraer con esta actitud múltiples elementos indeseados. Todo lo contrario. Empecemos por aprender a aprovechar los recursos a nuestro alcance, por poner a prueba nuestras propias capacidades. Como la vida misma el Arte es un camino solitario, en el que no siempre alguien podrá tomarnos de la mano para llevarnos a un lugar mejorhay cuestiones que uno debe resolver solo.


Notas de otra época I


Katia lisant (1968-76), Balthus

De vez en cuando nos encontramos con algo que escribimos hace tiempo, como si un espejo singular pudiera devolvernos la imagen de lo que alguna vez fuimos y darle voz. Ya no nos reconocemos plenamente en ella, es posible incluso que no nos caiga del todo bien, pero sabemos que era necesaria su existencia para llegar a ser lo que ahora somos. De hecho, del mismo modo en que sus conocimientos son más pobres y sus formas menos refinadas, tiene claro el lugar hacia el que señala, cumpliendo por lo tanto la función de recordárnoslo cuando empezamos a salirnos de nuestro propio camino.

Hace poco reencontré algunos artículos escritos allá por 2007, antes de venir a vivir a México. En su día debían formar parte de una serie que quedó inconclusa y nunca se publicó. Un sinfín de cosas han cambiado en estos años, incluyendo no sólo mi modo de decir las cosas, sino también los motivos. Sin embargo, si estos mismos textos pertenecieran otra persona, no me parecerían tan mal, así que, por lo que puedan servir a otros, he decidido publicarlos.


domingo, 8 de mayo de 2011

Tiempo de flores


Miruendanos (2009), por Urriellu


La antesala del verano trae los fuegos de Beltane. Con la cálida caricia solar las flores abren los pétalos de sus corolas, exhalando aromas con los que el aire se tiñe de tierra. La semilla cobijada en la silenciosa oscuridad del origen, ha recorrido un largo viaje hasta alcanzar este breve e intenso estallido de color. Deberá ceder después, inevitablemente, al peso del fruto que lleva en sí esa nueva semilla, que desprenderá con su muerte y nutrirá con su descomposición.

Cada semilla contiene en su interior esta historia, la de aquellas que la precedieron, la de aquellas que la seguirán. De igual modo, cada etapa de su ciclo enlaza a la perfección con las demás. A través de los cambios y de sus múltiples formas no deja de ser ella misma. No necesita volver atrás, ni correr hacia adelante. Lo que ella es no puede manifestarse por completo si no es en la sucesión cíclica que, a un ritmo silencioso y único, nunca se repite por completo.

En una tradición que proclama el respeto a la naturaleza, debemos empezar por la propia. El tiempo de las flores nos enseña a mostrarnos tal como somos, de una manera íntegra, sin necesidad de disfraces; nos enseña a abrirnos y darnos generosamente sabiendo que también este momento álgido de la floración pasará, y estará bien que así sea.

Nuestras vidas tienen también una canción silenciosa y única que nos acompaña y que desde el silencio puede mostrarnos lo que en realidad somos y guiarnos hacia aquello que es bueno para nosotros y alejarnos de aquello que para nosotros resulta dañino. Ninguna otra voz podrá saber jamás más de nosotros que aquella que habita en nuestro interior.

Sin embargo, es necesario el esfuerzo de liberarnos, al menos por un momento, de todo el ruido a nuestro alrededor y, aún más importante, de todo el ruido en nuestro pensamiento... Es necesario permanecer atentos para poderla escuchar, pero también estar dispuestos a aceptar lo que tenga que decirnos, y decidir si nos comprometemos a seguirla.

Hay muchas voces que podemos escuchar, y muchos caminos que podemos recorrer; desgraciadamente no siempre son los que corresponden a esa semilla que llevamos en nuestro interior y que necesita del tiempo y una serie de condiciones particulares para manifestarse tal como somos en realidad, y en consecuencia nos hagan infelices y rencorosos.

Es posible que estemos separados de nuestra voz o canción interna, pero que en momentos puntuales alcancemos a rozarla, y nos sintamos extraordinariamente bien. También es común, cuando no hay un trabajo personal detrás, que esta sensación sea algo fugaz que se deja pasar y se recuerde como una rareza, en lugar de como un nivel de bienestar que podríamos alcanzar desde la misma cotidianidad a la que nos sentimos expulsados.

Como en tantas otras cosas, no se trata de ir por algo que nos falta, sino de quitarnos de encima el peso de todo aquello que nos sobra y nos impide movernos a nuestro propio ritmo. Pero incluso a pesar de estar pisando el camino al que pertenecemos, algo en nosotros insiste en presentar excusas y explicaciones innecesarias, a un paso de mendigar la aprobación ajena. No necesitamos ningún permiso para ser lo que somos.

Tal vez seguir nuestra propia canción nos convierta en un pequeño misterio para nuestros vecinos, o para nuestros compañeros de trabajo. Tal vez nos encontremos con personas que tienen una lista de valores y necesidades completamente diferentes a los nuestros, que, en más de una ocasión tratarán de imponernos... Ese será el momento de recordar lo que somos, y plantearnos si estamos donde corresponde o es mejor alejarse de un lugar que no tiene nada que aportarnos, cuando no hacernos sentir mal.

Una vez hemos aprendido a escuchar esta voz interna, el latido de nuestra propia canción, la recordaremos una y otra vez, al principio, cada vez que nos extraviemos, cada vez que hayamos ido a dar al fondo de una trampa, cada vez que hayamos tomado aguas contaminadas o que nos sintamos heridos y solos. Pero poco a poco recordaremos nuestra canción en los buenos momentos, en los encuentros afortunados, en los grandes festejos y en las pequeñas celebraciones, cada vez - y hay muchas- que queramos dar las gracias por la oportunidad de encarnar una existencia.