domingo, 27 de junio de 2010

Desnudez


La ola (1896),William-Adolphe Bouguereau

Cosas

Sólo quiero recordar de este verano
la mirada cómplice
de una vecina que tomaba el sol
desnuda y sonrió complacida
al darse cuenta de que la contemplaba,
y aquel instante fugaz, irrepetible,
de total quietud, en que el mundo quedó
desierto de sí mismo y era un cristal
transparente y de nuevo compacto.
El verano no será otra cosa,
este verano, quiero decir, y si alguien me habla
de aquellas mil bagatelas inefables
que componen los días y las noches,
diré tranquilamente: -No me acuerdo.

Miquel Martí i Pol, versión de Adolfo García Ortega


Tal vez porque aquí no hay mar, o tal vez porque el verano es temporada de lluvias, en el solsticio vernal se añora como en ninguna otra época las orillas del Mediterráneo, donde la llegada del calor es todo un evento que marca el inicio de una temporada en la que solemos estar más tiempo fuera que dentro de casa. Es tiempo de salir en esas noches calurosas en las que resulta imposible dormir, y de pasear bajo la luz anaranjada de las farolas. Tiempo de ir al mar, aunque sea de paso, a primera hora de la mañana o última de la tarde, cuando la avalancha de turistas ha pasado, de salir al campo o de contemplar las estrellas desde las montañas.

El calor obliga a deshacerse de ropajes innecesarios y nos confronta a nuestra propia desnudez, a nuestra realidad física y a nuestros muchos prejuicios al respecto. Es divertido que a principios del año muchas personas se propongan acudir al gimnasio o ponerse a dieta, para estar "preparados" cuando llegue el verano y quieran ir a la playa. Muchos olvidan su propósito y lo retoman a mediados de primavera, al acercarse las fechas señaladas... Sólo para abandonarlo de nuevo. Finalmente el verano llega y de todos modos van a la playa, sea cuál sea su aspecto; A pesar de todos los prejuicios que estas personas hayan podido acumular a lo largo de los años, una parte de ellos sabe perfectamente que no tienen la menor validez, que deben enmudecer ante la generosa invitación del sol y las olas.

La arena y el mar nos reciben con agrado tal como somos, sin preparación previa requerida, y semidesnudos entre las aguas recordamos tal vez un tiempo de la infancia, en el que jugábamos y disfrutábamos despreocupadamente, tan concentrados en las sensaciones que experimentábamos que no quedaba lugar para considerar posibles juicios acerca de nuestro aspecto.

La piel, con todas sus marcas y relieves, se descubre para recibir las caricias del sol y de las aguas como un animal que pudiera salir de un largo encierro. Y, tal vez después de muchas horas cuestionando nuestro propio aspecto ante el espejo, nuestra mente logra salir también de su particular presidio, para relajarse y disfrutar.

Durante la tregua, una verdad natural se abre camino en nuestra conciencia: estamos bien tal como somos, no hay que "prepararse", es mejor ser espontáneos. Hay una belleza propia en cada uno de nosotros que resplandece cuando somos felices, cuando somos sencillos, cuando agradecemos las bendiciones presentes en nuestras vidas y nos sentimos en paz con nosotros mismos y con aquello que nos rodea, una belleza que se abre camino desde nuestro interior cuando empezamos a percibir la belleza de la naturaleza de la que formamos parte.

Con esta mirada vemos al ser amado, con esta mirada nos ven aquellos que nos aman, y con esta mirada deberíamos ser capaces de vernos a nosotros mismos en todo momento. La desnudez no es sólo un cuerpo desprovisto de vestiduras, es también la capacidad de deshacerse de lo innecesario, de permitirse ser tal como uno es, de conservar la claridad en la mirada y la libertad en el espíritu, de ir directos hacia aquello que sabemos bueno para nosotros en lugar de detenernos a recoger nuestras viejas cadenas para llevar con nosotros la gravedad de su peso.

jueves, 24 de junio de 2010

Temporada de frutos

Cosecha de duraznos, Nelly Álvarez

Si nos atenemos al esquema del Ciclo Anual, en el solsticio de verano el viaje simbólico de la semilla llega al momento en el que ésta ha dado el fruto que, a su vez, contiene en sí las semillas de las nuevas generaciones, que desprenderá una vez maduro.

A medida que avanzamos en nuestro camino de vida, es importante profundizar en el mismo a través de la experiencia obtenida por los propios sentidos, así como la reflexión detenida sobre la información que éstos nos proporcionan. Tomar conciencia acerca de los frutos, por lo tanto, puede incrementar a su vez nuestro conocimiento y vínculo con los productos de la tierra, sus ciclos y su relación con nosotros, así como del lugar que, como humanos y como individuos, ocupamos en los mismos.


Sincronía silenciosa

En la actualidad existe un mercado internacional de productos de todo tipo, incluidos los alimentos. En las grandes ciudades, en cualquier época del año podemos comer prácticamente cualquier cosa que se nos antoje... Sin embargo, el precio que pagamos por ello – muchas veces sin darnos cuenta- es una merma importante en la calidad de los alimentos, tanto en lo tocante al sabor como en sus propiedades nutritivas y los beneficios que podrían aportar a nuestro cuerpo, por no hablar de nuestra alienación respecto a los ciclos naturales y el funcionamiento de nuestro propio cuerpo.

Existe un equilibrio silencioso, que usualmente pasa desapercibido, entre las propiedades de los frutos, la tierra en la que crecen, las estaciones del año y las necesidades específicas de nuestro organismo. Dicho de otro modo, la tierra en la que nacemos nos da en cada momento aquello que necesitamos para habitarla: Allí donde los veranos son calurosos las frutas de la temporada son acuosas y frescas, allí donde los inviernos son fríos, los frutos (por ejemplo, los llamados “frutos secos”) disponibles en esas fechas tendrán un mayor aporte calórico. Incluso cuando esta consonancia no es evidente, se halla en el interior del fruto, en su aporte vitamínico o mineral (por ejemplo, cuando se acerca el frío y corremos mayor riesgo de resfriarnos la fruta de la temporada es la naranja, rica en vitamina C que nos ayuda sino a evitarlo, al menos a sobrellevarlo en mejores condiciones).
Además de esta sincronía natural, existe una sincronía cultural en las tradiciones culinarias de cada población, también afectada por la modernización... Por ejemplo, en lugares donde la Navidad coincide con la época más fría del año, las tradicionales comidas y postres hipercalóricos tienen sentido, pero en lugares dónde la Navidad coincide con la estación veraniega comer el clásico turrón (masa elaborada a base de miel y almendras) no le hace ningún bien a nuestro cuerpo.

Esto no significa que estemos “condenados” a permanecer en el lugar que nos vio nacer para tener una dieta/vida equilibrada, sin embargo tomar conciencia de estos factores puede ser una efectiva guía a la hora de escoger nuestra alimentación en función de la constitución y particularidades de nuestro cuerpo, las actividades que realicemos, la estación del año y el lugar en el que nos encontremos. Estos parámetros son mucho más importantes y funcionales a la hora de diseñar nuestra dieta que el manojo de creencias – en ocasiones auténticas estrategias publicitarias - del tipo “la leche es un alimento excelente” pues, siguiendo con el ejemplo, es sabido de todos que muchas personas son intolerantes a la lactosa. Cada organismo tiene unas necesidades propias que debemos interesarnos en identificar y comprender, y la dieta adecuada deberá ser diseñada conforme a las mismas en lugar de ser impuesta por cualquier otra razón (creencia, costumbre, etc.). No hay una fórmula única: Lo que funciona para algunas personas, puede llegar a ser incluso dañino para otras.


Consumo consciente y responsable

Dar un paseo por el mercado e interesarse por la naturaleza y procedencia de las frutas y verduras que consumimos es un primer paso para abrirnos a este área de conocimiento. En las sociedades modernas a menudo oímos de lo sano que es comer frutas y verduras, y que todos deberíamos aumentar la presencia en nuestra dieta y el consumo de estos productos. Sin embargo, si los frutos y verduras no han sido cultivados y recolectados correctamente, su margen de beneficios se reducirá considerablemente.

Por ello las frutas y verduras que adquirimos regularmente (otra cosa es darse un capricho) deben ser las correspondientes de la época y el lugar en el que nos encontremos, estar en el momento idóneo para ser consumidas, y proceder de fuentes de producción locales. Cuando se respetan las condiciones climáticas adecuadas para cada especie, los frutos pueden completar su ciclo natural, manteniendo todas sus propiedades, incluyendo, además de las nutritivas, las de sabor, aroma y textura. Además, los alimentos de temporada son más económicos, por su disponibilidad en el mercado.
En cambio, cuando los vegetales se cultivan en condiciones impropias, su crecimiento y maduración se ven afectados. Por otra parte, cuando se importan desde lugares demasiado distantes, es prácticamente seguro que fueron recolectados antes de tiempo, aún verdes, y han madurado (o empezado a estropearse, según se quiera ver) en el trayecto hacia la central distribuidora, llegando a los comercios minoristas en condiciones muy por debajo de su potencial.

Con esta práctica, además de conocer mejor la tierra, sus ciclos y sus frutos y contribuir a las economías locales, estaremos logrando una mayor calidad alimenticia de los productos que consumimos, y aminorando nuestro impacto sobre el medio ambiente, en relación a las emisiones de CO2 procedentes del sector transporte (podemos reducirlo aún más si en lugar de comprar las frutas que se comercializan envasadas en los supermercados, vamos al mercado con nuestra propia bolsa y si nos acostumbramos a separar los restos de la fruta, una vez consumida, y depositarlos con la basura orgánica, los usamos para hacer nuestra propia composta).

Si además podemos consumir frutas y verduras procedentes de los llamados “cultivos orgánicos” estaremos asegurándonos que nuestros alimentos no contengan rastros de plaguicidas y otros elementos químicos nocivos usualmente empleados en los cultivos intensivos, garantizando, además, la fertilidad de la tierra empleada para la obtención de las frutas y verduras que llevamos a la mesa.


Tablas de frutas y verduras de temporada

Aunque en el mercado y comercios minoristas deberían ser capaces de informarnos al respecto, siempre podemos acudir a las asociaciones de consumidores para informarnos de los calendarios de frutas y verduras de nuestra región. Pero para poder comparar las diferencias, adjunto los links de los calendarios de frutas y verduras correspondientes a España y México ( centrada en el DF, porque en el país hay una variedad de climas y ecosistemas interminable).

Para España
- Calendario de Frutas , Calendario de Verduras

Para México (DF) - Calendario de frutas y verduras

lunes, 21 de junio de 2010

Adentrarse en el fuego

Hoguera (2010), Nino Tavella

Cuando empezamos a recorrer el Camino, nunca sabemos dónde nos llevará exactamente; Si bien podemos tener un destino, una meta u objetivo establecidos y la certeza de que los alcanzaremos, raramente nos es dado prever los efectos que el eco de nuestros propios pasos tendrá en nosotros.

Cuando trabajamos con Magia la sala de máquinas de la realidad nos abre sus puertas, y tenemos acceso al entramado de hilos y nudos tras su tapiz. Es poco probable que tengamos el conocimiento necesario para manejar cualquiera de estos hilos sin modificar más de lo que nos habíamos propuesto en origen. Cuando tratamos de arreglar cualquier cosa sin el conocimiento necesario, podemos empeorar la situación que pretendemos resolver, o aún estropear algo que funcionaba bastante bien. Por esto en ocasiones resulta más prudente cerrar los ojos y confiar en la intuición, en la memoria que nuestras manos conservan de los procesos a seguir.

El mago o brujo comprende la necesidad de entregarse a las fuerzas más altas que se hallan conectadas a esta "punta de iceberg" que es la conciencia ordinaria. Podemos llamarlo Dios, o Dioses, o la Voluntad profunda de nuestro propio ser, pero en todo caso será preciso retener la idea de que esta potencia somos nosotros mismos. Tal como expresara Gibran Khalil: “(...)No debéis decir "Dios está en mi corazón", sino más bien "estoy en el corazón de Dios" ”. Es esta potencia la que tiene el conocimiento necesario para manejar sin riesgo alguno los hilos de la realidad, es la que sabrá darnos antes lo que realmente necesitamos que lo que somos capaces de formular como petición.

Todos hemos oído que en la magia todo tiene un precio, usualmente se hace uso de la expresión para referirnos a aquellas situaciones en las que un individuo cegado por la ignorancia o la desesperación se entrega a los aspectos más bajos de su lastimado ser. Sin embargo, el mismo principio funciona en la situación opuesta, cuando decidimos entregarnos a los aspectos superiores.

Lo más alto nos pide a su vez que seamos capaces de dejar atrás la vieja piel, la corteza o la crisálida de nuestro viejo ser, que seamos capaces de separar la escoria del oro para quedarnos con este último. Capaz de resolver cualquier situación del modo perfecto, nos empuja a dejar atrás todo aquello a lo que estábamos acostumbrados o acomodados, impulsándonos a abrazar la realización de nuestras necesidades, sueños y deseos más auténticos.

Sin embargo, a pesar de que la promesa de esta realización debiera resultar esperanzadora, a menudo la experimentamos como una tortura o incluso como un castigo. Esto es debido a nuestro apego a tantas cosas que, a pesar de ser manifiestamente disfuncionales, hemos conservado en nuestra vida, identificándonos con ellas. Por esto, al oír el llamado de nuestra voluntad más íntima, a menudo nos asustamos, nos parece que es demasiado pronto, o demasiado tarde, tratamos de negarla, sentimos que no estamos preparados para la tarea o la misión a la que somos llamados. No sentimos alegría por el crecimiento que nuestro ser experimentará a través de la experiencia, antes bien nos lamentamos como si fueran a arrancarnos un pedazo de nosotros mismos, a pesar de que éste se haya convertido en un lastre, en un peso sin el cual nos sentiríamos más libres, más capaces, más claros e, incluso, más felices.

Encontramos en este punto una perversión de la idea de lealtad, que si bien es correcta en ella misma, demasiado a menudo se vincula a un objeto equívoco. La única lealtad ineludible es aquella que nos debemos a nosotros mismos, a la inmensa realidad de nuestro ser completo, del mismo modo que nuestro primer y único deber real que tenemos en esta vida, en el tiempo que nos ha sido dado, es la responsabilidad sobre nosotros mismos y el pedazo de realidad que hemos contribuido a crear y que podemos mejorar. Aquello que otras personas puedan ser, o hacer, el modo en cómo gestionen su parcela es algo que nos está vetado. De este modo nosotros evolucionaremos en nuestra propia línea, y otros también lo harán, si de modo natural nuestros caminos se separan, no podemos hacer otra cosa que aceptarlo de buen grado, agradeciendo la experiencia compartida.

Entrar en contacto con la Magia, descubrir el puente que nos vincula con esta voluntad más alta o más profunda es jugar con fuego. Una vez iniciado el viaje, no podemos quedarnos a medio camino, será necesario seguir de etapa en etapa, trabajar de un modo atento, incansable, querer comprenderlo todo, y ser capaces de ver más allá de los límites de la estrecha perspectiva de nuestro ser consciente, de nuestros apegos físicos, emocionales e intelectuales. Si tratamos de escatimar nuestra ofrenda, con seguridad acabaremos atrapados entre dos mundos a los que jamás podremos pertenecer, terriblemente divididos en nuestro interior ( y tal vez a esto se refiere la expresión “nacido una vez y media”).

Una vez esta potencia interior despierta, no cesará de llamarnos a sí. Tarde o temprano llegará el tiempo de adentrarnos en el fuego por nuestros propios pasos, de permitir la quema y la reducción a cenizas de nuestro viejo ser, para emerger completamente transformados para nacer de nuevo a otro nivel, por nuestro mayor bien, pero también por el bien de la humanidad entera.

Es muy posible que no nos planteemos estas cuestiones cuando sencillamente prendemos una vela y pedimos por un trabajo, una pareja o un nuevo hogar. Es posible que un acto mágico aislado no tenga la fuerza suficiente para despertar esta potencia interna y que, en consecuencia, podamos mantener por muchos años el discreto desorden de nuestra cotidianidad. Hay pequeños dioses que nos ayudan a cambio de pequeñas ofrendas. Pero es igualmente posible que un día nos sorprendamos preguntándonos que se encuentra más allá de los muros de esta granja, que el resplandor del sol nos alcance y nos encante de un modo terrible y revelador. Para aquellos que han caído como enamorados del Arte, no hay otro camino posible.

A pesar de ello, al contrario de la idea generalizada acerca del tema, las increíbles transformaciones que se acontecen en nosotros mismos raramente son fruto de un solo impacto, sino que se llevan a cabo de manera gradual. A medida que avanzamos – y es importante señalar que aquí no se trata de los niveles dispuestos por una cultura o una escuela de conocimiento determinados, sino de algo tan natural como un río o una tormenta- cruzamos umbrales y fronteras que cristalizan como puntos de no-retorno. A menudo no podemos ver más allá de las limitaciones de nuestra perspectiva presente y cuando una visión del futuro cruza nuestra mente como un luminoso relámpago podemos concebir como “imposibles” situaciones que un día serán de lo más común en nuestras vidas.

Por esto no es necesario asustarse, o perder la calma, y de nada ha de servir tratar de correr y superar niveles – especialmente si se trata de escalones artificiales correspondientes antes a una construcción humana que a una realidad natural e ineludible -, pues las cosas se dan de manera espontánea, a su debido tiempo, del mismo modo que, a su debido tiempo florecen los árboles, maduran los frutos y finalmente se desprenden de las ramas.

Así las viejas partes de nuestro ser cumplieron su cometido, y ya caducas caen por su propio peso, desprendiéndose con suavidad. El Camino puede ser duro en ocasiones, pero especialmente cuando nos negamos a dejar ir aquello que ya no nos puede pertenecer. Lo único que podemos hacer al respecto, para evitar el sufrimiento innecesario, es no tratar de detener este flujo, esta corriente que nos lleva cada vez a una mejor versión de nosotros mismos. Renunciar a pagar nuestro precio, estancándonos, es posible: Significa optar por una muerte en vida, despreciando los tesoros que la existencia nos ha dado como una herencia.


domingo, 20 de junio de 2010

La rosa de Paracelso, Jorge Luis Borges

La rosa de Paracelso, "La memoria de Shakespeare" (1983)
Jorge Luis Borges.

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano, Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía. El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares. Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo. Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta. El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de sus hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.

El maestro fue el primero que habló.

-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?

-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.

Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.

Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:

-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo.

-El oro no me importa -respondió el otro-. Estas monedas no son más que una prueba de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.

Paracelso dijo con lentitud:

-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.

El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:

-Pero, ¿hay una meta?

Paracelso se rió.

-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que «hay» un Camino.

Hubo un silencio, y dijo el otro:

-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino.

-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.

-Ahora mismo- dijo con brusca decisión el discípulo.

Habían empezado hablando en latín; ahora en alemán.

El muchacho elevó en el aire la rosa.

-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.

-Eres muy crédulo -dijo el maestro-. No he menester de la credulidad; exijo la fe.

El otro insistió.

-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.

Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.

-Eres crédulo -dijo-. ¿Dices que soy capaz de destruirla?

-Nadie es incapaz de destruirla- dijo el discípulo.

-Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?

-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.

Paracelso se había puesto en pie.

-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?

-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.

-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.

-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?

Paracelso le miró con tristeza.

-El atanor está apagado -repitió- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.

-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.

-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.

El discípulo dijo con frialdad:

-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa. No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.

Paracelso reflexionó. Al cabo dijo:

-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas. Deja, pues, la rosa.

El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:

-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?

El otro replicó tembloroso:

-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.

Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.



Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:



-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.

El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.

Se arrodilló, y le dijo:

-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo y al cabo del Camino veré la rosa.

Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?

Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retomó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.

Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.
Fuente: El fantasma de la glorieta, revista de literatura.

Alquímia (1574), Leonhardt Thurneysser

jueves, 17 de junio de 2010

Educación sexual

La educación sexual en las aulas es un fenómeno relativamente reciente, restringido a un número limitado de sociedades modernas, que adolece de numerosas carencias. Aún contando con el beneficio del progreso, de una supuesta ausencia de tabúes, los planes educativos vigentes a menudo reducen este aspecto indispensable de la formación de los jóvenes a una respuesta médica preventiva en respuesta a una especie de "mal inevitable".

Esta mecanicidad, pobreza o mezquindad a la hora de tratar el sexo se traducen en una concepción mecanicista, pobre y mezquina del tema que no hace más que cubrir con una densa cortina de humo una cuestión que parece dar tanto miedo ahora como hace un par de siglos, por más que se hayan inventado respuestas distintas para simular un cambio. Los viejos tabúes y censuras perviven, actuando a sus anchas tras esta densa capa de apariencias, son el motivo que lo que antaño fuera prohibido sea hoy burlado, banalizado y vulgarizado. En el fondo, se trata de la misma ignorancia, proliferando entono al halo sagrado de esta cuestión fundamental para la humanidad y la Vida misma que es el sexo.

Me considero parte de un afortunado grupo de alumnos cuyos educadores fueron más allá del plan educativo, y, conscientes o no de ello, nos acercaron a la cuestión desde la visión íntima, poética y profundamente respetuosa de las grandes voces de la historia. De este modo aprendimos de la belleza y la sacralidad que enraiza en el sexo como una cuestión humana fundamental, cuyos ecos resuenan a lo largo de todas las generaciones desde el primer e ignoto origen. No sólo nos enseñaron que el sexo era una necesidad natural y lícita, sino también que podía ser algo hermoso, una expresión de nuestro mundo interior, un camino de comunión con nuestra propia naturaleza, y con el potencial artístico y espiritual del ser humano.

En nuestro recorrido desde la antigüedad clásica a la época actual, pasando por el amor cortés, la poesía mística y las vanguardias, entendimos que los conceptos de amor, erotismo o sexo, variaban con la época y la sociedades que los reformulaban según sus propias necesidades. Todos tenían su parte de razón, todos estaban equivocados; De la rebosante copa de este origen abundante no podía surgir un curso que pudiera recibir el apelativo de "único" o "correcto", sino una infinidad de afluentes sin nombre, donde los individuos se encuentran, a tientas, produciéndose de vez en cuando el milagro de la comprensión.
Independientemente de si la cuestión fuera tomada de un modo grave y ceremonial, envuelta en complicados sistemas de reglas, o por el contrario de un modo tan ligero como el gesto de dar un presente a alguien, sin otro motivo que nuestra propia generosidad, desarrollamos un profundo respeto por el sexo, explícito o implícito.

Dejando de lado las sociedades reprimidas y represoras de los que todos tenemos noticia, creo que aún hoy en día, en la misma ciudad que me eduqué, más de uno se llevaría las manos a la cabeza si se enterara que en algún aula repleta de adolescentes se está leyendo a Catulo, o a Louÿs. Por supuesto no imaginarían que no hay risas en la clase, sino alguna que otra sonrisa sonrojada similar a la que se dibuja en el rostro de alguien que recibe un regalo que no cree merecer, una felicitación o una muestra de confianza tan grandes que lo abruman.

Y puedo imaginar comentarios del tipo "...pervirtiendo a la juventud" procediendo de las mismas personas que subestiman las capacidades de los jóvenes, recortando milímetro a milímetro las alas que deberían alzarlos en poderoso vuelo. Y muchas de estas personas pasando las noches pegados a la pantalla de un televisor, explotando en obscenas risotadas ante la expresión de la vulgaridad prefabricada y comercial, en vez de procurar una educación de calidad a sus hijos. Otras presentarán patologías de todo tipo, debido al nivel de embarramiento de su conciencia respecto a la "terrible" cuestión del sexo; represión de las propias pulsiones, apatía e insatisfacción, frigidez e impotencia, cerrazón mental y embrutecimiento, pudiendo llegar a la violencia implícita o incluso explícita hacia las personas sobre las que proyectan sus esos demonios interiores que son incapaces de afrontar.

Es forzoso concluir que una educación sexual digna de recibir tal nombre debe extenderse más allá del listado de métodos anticonceptivos y centros de planificación familiar, y ahondar en el conocimiento y el respeto del individuo sobre el tema a tratar, y sobre sí mismo, evitando menoscabar sus facultades potenciales de comprensión y desarrollo. Y esto es necesario, sobretodo, si pretendemos construir una sociedad más sana, respetuosa y consciente.


Marte desarmado por Venus (1824), Jacques-Louis David.

martes, 15 de junio de 2010

He amado mucho...

Las perlas de Afrodita (1907), Herbert Draper

He amado mucho y mucho amo aún.
Lo digo contento e incluso un poco sorprendido
de tanto amor que todo lo clarifica.
He amado mucho y amaré mucho más
sin ningún miramiento o traba
que me escatime el profundo placer
que muchos hallarán incomprensible.
Lo digo contento: mucho he amado y mucho
he de amar. Quiero que todo el mundo lo sepa.
Desde la altura clara de este cuerpo
que me hace eco o me responde
cuando el deseo reclama plenitudes,
desde la intensidad de una mirada
o bien desde la espuma de un solo beso,
proclamo mi amor, lo legitimo.

Miquel Martí i Pol, 1978

Moderación de comentarios


Debido a una serie de correos ofensivos dirigidos a la web de perroaullador.org se ha activado la opción de moderación a los comentarios del blog, por lo que es posible que éstos no aparezcan automáticamente en la página.
Lamento las molestias que esto pueda ocasionar, sin embargo, aprovecharé la ocasión para agradecer una vez más la atención de todas aquellas personas que siguen el blog, especialmente aquellas que de manera pública o privada se han comunicado con la que escribe, pasando a formar parte, con su contribución, de este proyecto.
Cada comentario es recibido como una valiosa aportación, independientemente de si muestra acuerdo o desaprobación con lo publicado, por lo que tienen mi palabra de que el único objetivo de la moderación es evitar la pérdida del tiempo de los lectores, por respeto a los mismos y al trabajo que realizamos.

viernes, 11 de junio de 2010

Los brujos no se quejan

La responsabilidad es uno de los elementos claves en la vida mágica, pues sólo cuando la aceptamos se nos concede la posibilidad de tomar las riendas de nuestra propia existencia y encaminarla hacia allí donde nuestra voluntad íntima nos indique. De hecho, la responsabilidad puede considerarse el peso de esas riendas en nuestras manos; Si pretendemos liberarnos de él, o bien nuestra vida no tendrá dirección, o bien será otro u otros los que la dirijan.

A medida que adquirimos una mayor responsabilidad sobre nosotros mismos, nuestra vida y nuestra incidencia en el entorno, tomamos conciencia progresivamente del poder que se encuentra en nosotros y que nos permite mejorar todos estos aspectos, recreándolos según el modelo que hayamos escogido seguir.

El cambio implica, no obstante, dejar de proyectar esta responsabilidad en otras personas, cosas o situaciones. Estamos demasiado acostumbrados a culpar a otros (o a las circunstancias) de todo aquello que no nos gusta en nuestras vidas pero, de hecho, si está ahí es porque en algún momento le abrimos la puerta o, cuanto menos, olvidamos cerrarla bien. Es necesario observar atentamente para identificar de qué modo permitimos que algo así apareciera en nuestras vidas, reconducir nuestras actitudes y acciones con perseverancia, y contar con la paciencia necesaria para seguir el proceso hasta el final, cuando podremos ver los resultados de nuestra reprogramación.

Shinoda Bolen tituló uno de sus libros con la frase “Las brujas no se quejan”, que es algo que todos deberíamos tener presente. Quejarse, lamentarse, culpar a otros, asumir el papel de víctimas, etc. es permitir que ese poder para conducir y transformar nuestra vida se nos escape gota a gota.
La impotencia es un ruido de fondo en nuestra cotidianidad, es posible que no nos hayamos dado cuenta de su presencia o sencillamente nos hayamos acostumbrado a la misma, sin embargo, cuando conseguimos deshacernos de él, nos invade una increíble sensación de alivio y es incluso posible que lleguemos a sorprendernos de haber vivido tanto tiempo sometidos a tal tortura. - De hecho, gran parte de lo que llamamos o consideramos Magia reside en estas sutilezas. Nuestros sentidos y percepciones naturales se encuentran embrutecidos, por lo que antes de pensar en adquirir nuevos sistemas de percepción, mejor sería comprender que bastará un trabajo de limpieza para recuperar aquello con lo que ya contamos.-

Todos conocemos ejemplos de personas que dicen seguir una u otra vía mágica (e incluso espiritual) pero en la práctica son incapaces de aplicar un principio tan elemental como el de la responsabilidad sobre sus vidas. En lugar de asumir esta responsabilidad pasan el tiempo señalando y culpando a otros por sus propios fracasos y miserias, creando y alimentando fantasmas, tratando de manipular o dañar a otros con la excusa de defenderse de “ataques” u “ofensas” que sólo están en su imaginación, desgastándose a sí mismos en el proceso y cerrando las mismas puertas que pretenden abrir. Es posible que personas así puedan llegar a dominar algunas técnicas, pero las riendas de sus vidas no están en sus manos y el Camino les estará vetado hasta que logren darse cuenta de la situación real y, por supuesto, decidan cambiarla.

El resentimiento es una expresión de esta proyección de responsabilidad y poder hacia otros que implica, además, el estar anclado en algún momento del pasado ( relaciones que ya no existen, situaciones que terminaron, personas que ya se han ido...) al que permitimos condicionar nuestro presente. Es como si sostuviéramos algo sumamente desagradable en nuestras manos, pero al mismo tiempo nos negáramos una y otra vez a soltarlo simplemente porque de algún modo nos sentimos identificados con ello o sentimos que necesitamos de ello (por ejemplo, para justificar un comportamiento que sabemos inadecuado en el presente). No tiene demasiado sentido, y desde luego no tiene ninguna utilidad mágica a menos que nuestro propósito sea envilecer nuestra existencia. El perdón es más efectivo, y se trata en muchas ocasiones de algo más importante para aquel que lo concede que para aquel que lo recibe, dado que es la única manera de disolver este tipo de vínculos enfermizos, y recuperarse para poder seguir el sendero que nos lleve allí donde realmente queremos estar.

Por otra parte, es necesario señalar que la toma de responsabilidad no debería implicar el flagelo de la culpa, que es otra actitud paralizante, ligada al pasado, completamente inútil y nociva. La culpa no arregla nada, porque sólo implica sentirse mal por algo que ya pasó y no se puede cambiar. Podemos decir “lo siento” sinceramente, pero no podemos quedarnos ahí, hay que dar un paso más, hacer algo por resarcirnos si lo necesitamos, perdonarnos, aprender de la experiencia, comprometernos a hacerlo mejor la próxima vez, pero en cualquier paso seguir adelante. Del mismo modo que no sirve de nada culpar a otros o quejarse de ellos, tampoco sirve de nada culparnos y quejarnos de nosotros mismos, pues no hay que olvidar que esto no deja de ser una retorcida forma de autocomplacencia que nos lleva al estancamiento. Si detectamos algo que no nos gusta de nosotros mismos, tenemos todo lo necesario a nuestro alcance para cambiarlo, sin excusas.

Nuestra propia responsabilidad tiene unos límites y una profundidad cuyo desconocimiento conlleva numerosos equívocos - no sólo a la hora del trabajo mágico-, pues desgraciadamente estamos demasiado acostumbrados a tratar de meternos en asuntos ajenos antes de solucionar los propios. Los límites de nuestra responsabilidad se sitúan allí donde encontramos la vida de otra persona, igualmente responsable de su vida (aún negándose a asumir esta responsabilidad natural). Es aquí donde nos damos cuenta de que podemos desear lo mejor a otras personas, y estar disponibles, pero no podemos tomar decisiones por ellas, ni ayudarlas a menos que estén dispuestas a ayudarse a sí mismas. El conocimiento de estos límites, a su vez, debería centrarnos en nuestra propia responsabilidad para comprender su profundidad, la cual se manifiesta, por ejemplo, en todas esas situaciones en las que aún reconociendo nuestra participación asumimos que la de otras personas, elementos o situaciones implicados es mayor y que, por lo tanto, son ellos los que deberían cambiar, o actuar al respecto (otra manera de estancarse en una posición demasiado cómoda).

Por último es preciso recordar que para recorrer un camino, cualquier camino, es preciso tener una enorme capacidad de digestión, de aceptar todo lo que nos sale al paso, transformarlo, tomar aquello que nos nutre y desechar aquello que no nos sirve. A medida que avanzamos, que entablamos nuevas relaciones, que tenemos nuevas experiencias y que nos descubrimos a nosotros mismos a través de situaciones que tal vez no esperábamos, es casi seguro que encontremos un buen número de cosas que no nos gusten, que sean difíciles de enfrentar o aceptar, pero ante las cuales no nos podemos apocar, antes al contrario, debemos aprender a usarlas como instrumentos y oportunidades de crecimiento. Aprender a encajar correctamente un golpe puede llevar su tiempo, pero es muy diferente a ir llorando, quejándose, señalando e insultando, y gritar al mundo lo mal que nos trata la vida... Lo cual sólo sería un clarísimo síntoma de nuestra falta de conciencia, de comprensión profunda y claridad, así como de nuestra carencia de poder.

Por estas cosas, entre otras, los brujos no se quejan. O, al menos, no demasiado.

Cartel de la adaptación teatral de Wyrd Sisters de Terry Prattchet, en el Durham Student Theatre

miércoles, 9 de junio de 2010

Sosteniendo la balanza


Mujer sosteniendo una balanza, J. Vermeer (1664)


Hay momentos que marcan una finísima línea entre un antes y un después, momentos como encrucijadas en los que debemos sopesar lo andado y discernir el camino que seguiremos de ese punto en adelante. Altas cimas o afiladas grietas ocultas en los rincones más ordinarios y que, a menudo, pasarán inadvertidos. Pruebas inesperadas que nos revelan lo que habita en nuestro interior del mismo modo en que el espejo nos devuelve nuestra imagen externa, sin derecho a apelación.

La vida que nos ha sido concedida por un lapso de tiempo desconocido y es necesario saber escoger sabiamente a cada paso. Para ello deberemos ser capaces de encerrarnos en nuestra propia soledad, robando tiempo al tiempo si es preciso, para sostener nuestra pequeña balanza, y no permitir que otra influencia que no sea la nuestras más altas inspiraciones nos guíe en ese juicio que nos corresponde emitir con la mayor humildad.

Por desgracia a menudo vivimos de un modo inconsciente, por lo que estos momentos y las opciones entre las que deberemos elegir pasan inadvertidos ante nuestros ojos. Todo lo que hacemos, y todo lo que nos sucede, enraíza en la falsa creencia que nos dicta que no existe elección posible. Pero lo cierto es que hay muchos modos de entender la realidad y moverse por ella; Dependiendo del entorno en el que nos hayamos desenvuelto, algunos de estos modos pueden sernos más próximos, podemos comprenderlos y considerarlos, sin embargo esto no indica que sean los propios. Es por esto que debemos recurrir a la soledad y al discernimiento, pues es necesario encontrar la opción que corresponda con lo que realmente somos o aquello que realmente queremos llegar a ser.

Cuando sostenemos la balanza, nos reencontramos y sopesamos los valores que elegimos para dirigir nuestro tránsito por esta vida, nuestro discernimiento se encarga de guiarnos más allá de las circunstancias concretas, de las emociones y razonamientos ligados a un momento o una vivencia que, sin duda, pasará. Recordemos aquí, una vez más, que lo que importa no es lo que sucede, sino lo que hacemos con ello, el modo en cómo lo digerimos y transformamos, si lo usamos para nuestro bien o nuestro mal. Nuevamente, no se aceptan excusas.

Cuando no somos capaces de percibir estos momentos clave, a pesar de su aspecto cotidiano, ni tenemos conciencia de nuestra capacidad y libertad de elección, corremos el riesgo de "cambiar nuestro oro por peltre", como dijera Crowley (2), esa misma vieja trampa en la que cae el hombre que, cegado por la desesperación, vende su espada a un bandido, sin ser capaz de preveer que en el momento en que la espada esté en poder del bandido, éste la empleará para recuperar el oro que pagó por ella.

Lamentablemente he visto caer a muchas personas, capaces de superar pruebas más complicadas, en esta trampa aparentemente sencilla. No soy capaz de imaginar un final más desgraciado en el historial de un brujo que el terminar convirtiéndose en aquello que más detesta. Como en una tragedia clásica las cosas más simples se complican hasta llegar a un punto de no retorno que sólo trae sufrimiento a todos, despertando la conmiseración del espectador. Tal vez por esto, aún en circunstancias tan censurables, sostengo la idea personal que debe haber un camino de regreso desde lo profundo del infierno, por difícil que sea, y si bien los que cayeron nunca emergeran como la persona que un día fueron, puede guardarse una brizna de esperanza por su ser.

No importa cuales sean las circunstancias, su urgencia , su gravedad, las emociones que despiertan en nosotros o lo que digan las voces que nos rodean, hay decisiones demasiado importantes para dejarse distraer por este tipo de ruido de fondo sobre el que es necesario elevarse para ver con claridad. Que el momento surja de la maraña de lo cotidiano no implica que su naturaleza sea común, y lo que hay en juego tiene la importancia necesaria para lograr que detengamos el mundo y robemos tiempo al tiempo si es preciso, para ir a la búsqueda de lo más alto o más profundo de nuestro ser y encomendarnos a ello aún sumidos en la más oscura de las tribulaciones.


Notas:

(1) Acerca de la imagen:
Una mujer encinta situada ante una mesa llena de joyas, sostiene una pequeña balanza con gesto reflexiva; Desde una ventana superior un rayo de luz ilumina el rostro de la mujer, así como el cuadro del Juicio Final situado al fondo de la escena doméstica. Entre las interpretaciones que he leído de la obra, destaco la de L.G.Pineda .

(2) Ambos ejemplos son mencionados por Aleister Crowley en su novela "La hija de la Luna" (Moonchild), publicada en español por Humanitas en 1999. Cómo no tenía acceso a dicha publicación, hice la traducción recientemente publicada en Ouroboros Webring del fragmento a partir de una edición PDF en inglés de la OTO (p. 297-300).

viernes, 4 de junio de 2010

Etapas


Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo florece toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, a cada llamado,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animoso y sin duelos,
a nuevas y distintas ataduras.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.

Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.

Aún la hora de la muerte acaso nos sitúe
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón arriba! ¡Despídete, estás curado!

Hermann Hesse, 1941