viernes, 29 de enero de 2010

Cuando deshacer significa recuperar

Se acerca Imbolg, una fecha que me remite a la idea de purificación, de renovación... Como si pudiéramos sumergirnos en un lago cuyas aguas tuvieran la mágica propiedad de borrar las marcas sobre nuestra piel, sanando cualquier herida, restableciendo y reforzando nuestra integridad, devolviéndonos la oportunidad de elegir en función de lo que realmente somos, en lugar de en función de las opiniones y manejos ajenos.


No hace mucho tuve que deshacer un trabajo de protección realizado años atrás. Tomé a la pequeña figura, con delicadeza, casi pidiéndole disculpas, explicándole que aquello no era un castigo, y que lo que había sido para protección no iba a servir a la venganza, que simplemente había razones que hacían incongruente que siguiera funcionando. La desarmé de las herramientas de las que la había provisto, la desvestí, la descosí... Cuando las hierbas que formaban parte del relleno empezaron a salir, me pareció increíble que después de tantos años aún conservaran su aroma de un modo tan intenso. Transportada por este sentido, me pude ver en el pasado, dedicada al proceso de confección, buscando y preparando los materiales, armando el ritual, poniendo toda la intención en cada puntada, en cada detalle... Sin pensar si quiera en la posibilidad de que, con el tiempo, todo aquello resultaría una terrible incoherencia.

Pudiera haberme sentido imbécil por esto... Pero todo cuanto podía pensar mientras deshacía mi trabajo era que por fin empezaba a ser consciente de estar despidiéndome de una época que no ha de volver, con la gracia de no haber perdido en el proceso aquello que considero más importante, que demostró su capacidad de supervivencia una vez más; Aquello que dirige las decisiones que tomamos desde lo más profundo de nosotros y va trazando sobre la amalgama de distintas posibilidades esa línea única que después podremos llamar nuestro camino.


Esa voz silenciosa, en mí, no se preocupa tanto de ganar como de hacer lo que considera correcto en cada momento, y no le importa demasiado lo ridículo que uno se pueda ver en un momento dado, o, de hecho , cualquier otro tipo de imagen que se pueda ver o proyectar de uno mismo. Aliada del tiempo, sabe que todo pasa y esta cuestión de la imagen no es precisamente lo más importante. Sabe - aunque yo tardé en asumirlo-, que a veces puedes empezar las historias más fascinantes que una vida pueda albergar, desde el equivalente existencial de haber caído de cuatro patas en un charco de barro, a la luz del día y en una zona muy transitada... Ahora puedo dar fe de ello.

Esa energía, esas buenas intenciones que fueron invertidas en una tarea que perdió su sentido, regresan ahora a mí tan limpias como las dejé, trayéndome de vuelta el beneficio del aprendizaje. No se trata de despreciarlas y renunciar a ellas, sino de recuperarlas y reinvertirlas allí donde ahora resultan necesarias. No es el tipo de cosas que sobran, es el tipo de cosas que no podemos permitir que lleguen a contaminarse.

jueves, 28 de enero de 2010

Carlo Ginzburg, procesos inquisitoriales y co-creación

En Los Caminos sin nombre: cuando las etiquetas no funcionan mencioné como Carlo Ginzburg demostraba en Les Batailles Nocturnes, entre otras de sus obras, las dificultades de los inquisidores al tratar de hacer encajar forzosamente las declaraciones de los acusados de brujería en sus esquemas (pre-establecidos) acerca del culto al diablo.

Se acaba de publicar en Ouróboros la traducción de una extensa entrevista al autor donde se retoma este tema, y - como colofón al mes del libro, curiosamente - se presentan otros que hemos tratado recientemente en este blog, (Derechos del Lector, Los autores y "sus obras) como el papel del lector/receptor como co-creador de sentido a partir de la obra escrita.

Algunos fragmentos:
(...) Lo que me interesa de este proceso [En referencia al proceso de Menocchio, en "El queso y los gusanos"], es que el control no funciona al 100%. Algo no funciona, hay arena en los engranajes. De hecho, creo que los sistemas y los proyectos no funcionan nunca completamente – tal vez sea un punto de vista italiano (risas).La realidad es siempre más flexible, más fluida de lo que se cree. Para pensarla, es necesario mostrar la diferencia entre los sistemas y su funcionamiento imperfecto.

Para mí es una cuestión de método: es necesario partir de la arena en el engranaje. Si uno toma las reglas como punto de partida, se arriesga a caer en la ilusión de que éstas funcionan, y de dejar de lado las anomalías. Pero si no parte de las anomalías, de los disfuncionamientos, uno encuentra también las reglas, porque están implicadas.

Esto es lo que me interesó entre los Benandanti, esos campesinos de Friuli de finales del siglo XVI y principios del XVII, que llevaban a cabo, durante los “Cuatro tiempos”, las batallas nocturnas contra las brujas cuyo resultado determinaba la fertilidad de los campos: Eran juzgados por jueces expertos en demonología, que trataban de hacer entrar las declaraciones en sus propias categorías. Pero los Benandanti no se reconocían en estas construcciones eruditas. Mostré los mecanismos a través de los cuales los inquisidores, con el tiempo, lograron cuadrar las declaraciones de los Benandanti en su propio sistema teológico.

Observa Menocchio: uno de los problemas que presentó a los jueces fue que sus declaraciones no correspondían a ninguna de las herejías conocidas. He reconstruido, a partir de las menciones que hizo en el transcurso de sus declaraciones, una lista de los libros que Menocchio pudo haber leído. Busqué como había podido elaborar su extraña visión del mundo. Propuse la hipótesis que la cosmogonía que testimonia era resultado, no de los libros en sí mismos, sino de su reelaboración a través de una visión que remite a una cultura distinta de aquella que se expresa en la página escrita. Menocchio lee de una manera que no está programada, hace un uso a contracorriente del libro. Esta lectura abre posibilidades históricas.

(...) Como toda persona alfabetizada, soy al mismo tiempo lector y escritor. Como escritor, trato de orientar en la medida de lo posible las reacciones de mis lectores. (...) Pero esta tentativa de control, estas acotaciones del sentido tienen sus límites. Un cierto número de las reacciones de mis lectores se me escapa. Ignoro ciertas de las intersecciones entre mis libros y el mundo de mis lectores, y sé que la recepción puede ir siempre más allá de los significados que yo he proyectado. Se puede , por otra parte, considerar este fenómeno de la lectura como una metáfora; incluso si existen acotaciones, incluso si existen límites, siempre hay creación en el uso, existe un margen de maniobra. Esta es una pregunta que me hago, sobre la que estaría bien trabajar: la transformación de las instituciones en general por el uso que de ellas se hace.

Fuente: De cerca, de lejos; Las relaciones de poder en la historia. Entrevista con Carlo Ginzburg, realizada por Philippe Mangeot y publicada en la revista Vacarme nº18, invierno de 2002. Traducción de Vaelia Bjalfi, Ouroboros Webring, enero de 2010.


miércoles, 27 de enero de 2010

Los autores y "sus" obras

Aún a riesgo de que este parezca el "mes del libro" - o algo por el estilo- en Perro Aullador, he creído adecuado publicar también un fragmento que originalmente escribí junto a los Derechos del Lector, pero que del que en su momento prescindí, para preservar la idea central de texto.


(...) La base filosófica del sistema de copyright actual se apoya en un malentendido: la originalidad de los artistas es inagotable, concepto que se aplica a creadores e intérpretes. Pero la realidad indica otra cosa, porque los artistas siempre tienen en cuenta las obras creadas en el pasado y en el presente, y agregan elementos al corpus existente. Esos agregados merecen respeto y admiración, pero sería inadecuado otorgar a sus creadores, intérpretes y productores derechos de exclusividad monopólicos sobre algo que se inspira en el conocimiento y la creatividad que forman parte del dominio público y son producto de la labor de otros artistas. (Barthes, 1968; Boyle, 1996:42, 53-59)
Joost Smiers, Un mundo sin Copyright (1)


Dar crédito a los autores no es lo más importante, a veces ni siquiera para los autores. En cierto modo el crédito al autor es una propina, algo adicional que otorgamos para agradecer el modo en que un trabajo ha sido realizado, o se ha posiblitado que llegara a nosotros.

Cuando uno se dedica a la tarea de escribir, tarde o temprano debe admitir que su obra es como un hijo (2), que llega al mundo a través de nosotros, pero que no nos pertenece por completo. Por un lado, tarde o temprano se cae al suelo la noción de exclusividad, sobre un tema, una idea, o incluso un estilo. El que escribe se sabe deudor de aquellos que escribieron antes que él, y sabe también que antes - o después, o al mismo tiempo -, alguien en algún rincón del mundo se planteó las mismas cuestiones y halló similares respuestas, que incluso las expresó tan bien o mejor que él, aunque nunca vaya a encontrarse con el otro autor o la otra obra, y aunque nadie llegue a saberlo jamás (3).

Algunas ideas están agazapadas en su propio mundo, esperando el momento de encarnarse en palabras a través de las personas que, tal vez por casualidad, se encuentren en el momento oportuno para recibirlas. El proceso sería similar al de algunos vegetales cuando esparcen al azar sus semillas; algunas darán, a través de recorridos muy diversos, con las condiciones adecuadas para germinar, desarrollarse, crear nuevas semillas y preservar la especie.

Las semillas pueden ser recolectadas, sembradas y cuidadas para facilitar su desarrollo. Pero las semillas, especialmente aquellas de especies no domesticadas, también pueden viajar durante mucho tiempo, y hacer muchas paradas en su recorrido, antes de convertirse en planta, flor o fruto. Pueden ser transportadas por el viento, por aves y mamíferos, o incluso por la suela del zapato de un transeúnte que ignora por completo el rol que está jugando en esta odisea vegetal por la supervivencia. Con las ideas, puede suceder lo mismo.

Por otro lado, del mismo modo que el hijo crece y se relaciona con otras personas, que podrán tener mayor influencia sobre él que nosotros mismos, del mismo modo en que es posible que no tome el camino que imaginamos para él, porque tiene uno propio, nuestra obra sale al mundo y se expone a varios lectores que la recrearán mediante su propia subjetividad, que verán en ella cosas que nosotros, a pesar de ser sus autores, no advertimos en el momento de redactarla.

Con el paso de los años es posible que lleguemos a arrepentirnos de haber escrito algo, porque no nos parece lo suficientemente bueno, porque cambiamos de opinión respecto al tema, o porque no estamos de acuerdo con la interpretación que el público le ha dado de un modo mayoritario; Y, sin embargo, también es posible que aquello que escribimos, con lo que ya no nos sentimos satisfechos o identificados, tenga un público propio que se encargue de mantener el texto, o cualquier interpretación del mismo con la que estamos en completo desacuerdo, vivos en el tiempo.

No se puede equiparar una obra a su autor, o a la inversa, del mismo modo que no podemos equiparar a los hijos con sus padres, sin embargo, la relación que existe entre ambos es lo suficientemente importante como para afirmar que el conocer a uno nos ayudará a profundizar en el conocimiento del otro.


Notas:

1 La negrita es mía, la cita está extraída de la entrada en Wikipedia correspondiente al Derecho de Autor.

2 Siempre recuerdo en este punto el fragmento de El Profeta, en el que Gibran Khalil Gibran hace referencia a los hijos, por eso decidí publicarlo en la anterior entrada.

3 Un ejemplo de simultaneidad que si llegó a conocerse, es el caso de Charles Darwin, Alfred Russell Wallace y la teoría de la selección natural, que elaboraron de forma independiente en una misma época - de hecho, Wallace se adelantó- y que debieron publicar conjuntamente, aunque con el tiempo el nombre del primero eclipsara al segundo.


Sobre los hijos (de "El Profeta", Gibran Khalil )

Fragmento de El Profeta (1923), de Gibrán Khalil Gibrán (Líbano, 1883 - Nueva York, 1931). Tiene relación con el post que sigue, Los autores y "sus" obras, pero considero que tiene mucho más que suficiente peso por sí mismo como para publicarlo de un modo independiente.

Me ha acompañado a lo largo de muchos años y, cada vez que lo reencuentro, agradezco a mis padres; Tanto a la persona que lo entendió desde un principio (y que, de hecho, podría decir que me lo enseñó en sus propias palabras y, sobretodo, acciones ), como a la persona que parece haber terminado terminado por comprenderlo :)

(...)

Vuestros hijos no son hijos vuestros.

Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de vosotros.

Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.

Porque ellos tienen sus propios pensamientos.

Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.

Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en sueños.

Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.

Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante.

(...)

lunes, 25 de enero de 2010

Tres fragmentos de Whitman

Aquí gracias a Una elección inesperada.

Hojas de Hierba
, Walt Whitman. Ed. Alba, Madrid, 1997


Dedicatorias
Cuando leí el libro
Cuando leí el libro, la célebre biografía,
¿es esto, me dije, lo que el autor llama la vida de un hombre?
¿Alguien, una vez muerto yo, escribirá así mi vida?
(Como si algún hombre conociera en realidad algo de mi vida:
yo mismo pienso ahora con frecuencia que nada o muy poco sé
de mi verdadera vida
apenas atisbos,algunos indicios débiles difusos e indirectos
que persigo para poder exponer aquí.)

1871

Al comenzar mis estudios

Al comenzar mis estudios, el primer paso me agradó tanto,
el mero hecho de la conciencia, estas formas, el poder del
movimiento,
el último insecto o animal, los sentidos, la vista, el amor;
el primer paso, como digo, me sobrecogió, agradándome tanto
que a penas he avanzado algo y a penas he deseado continuar.
Casi prefiero detenerme y vagar para siempre, con el fin de
cantarlo en canciones extáticas.

1867/1871


Canto a mí mismo

52

(...) Dificilmente sabrás quien soy o lo que quiero decir;
seré, sin embargo, saludable para ti
y filtraré y fortaleceré tu sangre.

Si no aciertas a dar conmigo pronto, no te desanimes.
Si me has perdido en alguna parte, busca en otra.
En cierto lugar me detengo a esperarte.

1855/1881

Una elección inesperada

Subí al trastero para reencontrar mis libros, los viejos libros que quedaron en aquella última caja, imposible llevarse o regalar. Tenía una idea de lo que iba a buscar... Pero entre publicaciones más o menos útiles, raras o valiosas, encontré también aquellas obras que me acompañaron hace más de una década, cuando los pasos que me han traído a este presente no habían sido ni siquiera imaginados, y la única visión del futuro era un vasto llano en el que la hierba lucía bajo la caricia del sol del estío.

Tenía que volver a escoger, porque sólo unos pocos podrían cruzar conmigo al otro lado del océano. Tenía en mis manos dos publicaciones, la una de una reputada ocultista, una de esas obras de lectura obligada... la otra, una edición barata - entre las muchas que existen - de un gran poeta americano.

Hubo un tiempo en el que encontrar la primera de las obras mencionadas fue una necesidad que me empujó a abrir puertas que yo misma ignoraba que estuvieran allí, mientras avanzaba como podía sumida en una angustiosa oscuridad. Una de esas puertas me permitió encontrar un camino transitable, cuando creía que todos los senderos se habían agotado y había llegado el terrible momento de abandonar.

La segunda obra había aparecido en mi vida unos años antes, en los estantes de un supermercado de pueblo. No conocía al autor por aquel entonces. Yo misma no le di demasiada importancia, hasta que el día en el que volví a encontrarlo, en el trastero, busqué un poema que me había sido - por raro que resulte - imposible localizar y leyéndolo de nuevo, ése y otros, me pareció comprender mucho más de lo que pude haber comprendido años atrás.

En ocasiones, cuando llega el momento de escoger, nos sorprendemos a nosotros mismos. Ambas obras están disponibles en formato electrónico, así que la cuestión era cuál preferiría poder tener a mi lado, en la mesilla de noche. Una me hablaba de una de las decisiones más importantes que debí tomar en mi vida; La otra, sin malicia, pero sin tapujos, parecía lucir una sonrisa franca al respecto, un llamado de esperanza, pero también un desafío: "supéralo ya".

Y tuve que darle la razón.
Por eso finalmente son las Hojas de Hierba de Withman las que están sobre la mesa mientras escribo estas líneas, consciente de que el camino, mi camino, deja atrás una angustiosa encrucijada. Consciente de que no nos cuesta tanto elegir - las elecciones se dan solas - como aceptar que ya lo hemos hecho.

PD: Posteo en su propia entrada Tres fragmentos de Whitman.

viernes, 22 de enero de 2010

Derechos del lector

Recientemente fuimos avisados de la reproducción en varias webs varios artículos - entre ellos uno de Perro Aullador- omitiendo, no sé si intencionalmente o por descuido, citar las fuentes y autores originales. Me hubiera gustado comunicarme directamente con el responsable de dicha publicación, sin embargo no hallé una dirección de correo electrónico a la que dirigirme, para explicar que esto no me ofende tanto a mí como perjudica a sus lectores.


En los últimos años se ha hablado mucho de los derechos de autor, y se ha cometido muchas estupideces en su nombre, pretendiendo beneficiar a unos pocos en detrimento de muchos, entre los que a menudo se incluyen los mismos autores. Creo que es una buena ocasión para enfocar el tema desde otra perspectiva, y empezar a considerar los derechos del lector, que se hacen extensibles al público que recibe cualquier obra (escritos, música, video, etc.).

Cualquier autor ha sido antes lector, y de hecho sería muy raro que en algún momento dejara de serlo. Los derechos del lector nos atañen a todos, y su defensa repercute para bien en cualquier acto de creación original. La diferencia de bandos no se encuentra entre aquellos que crean/emiten un mensaje y aquellos que lo reciben; Deberíamos buscarla entre aquellos que creen necesario mantener sanas las vías de comunicación, y aquellos que, bien por ignorancia o desconsideración, bien por su propio interés y beneficio, se dedican a sabotearlas.


Los derechos del lector no son otra cosa que aquellos principios que aseguran que el mensaje emitido por el autor/es llegue de un modo íntegro a sus receptores. Por lo mismo, en algunas ocasiones los ideales derechos del lector chocan con los que comunmente conocemos como derechos de autor que suelen referirse a derechos sobre la explotación de la obra y a los intermediarios/distribuidores que se encuentran - unas veces para bien y otras para mal - a lo largo del proceso de comunicación entre un autor y su público.

Cuando dos editoriales están es disputa por los derechos de publicación de una obra, y esto provoca que dicha obra no sea publicada, en la medida que se le impide acceder a la obra, se está atentando contra los derechos del lector. Cuando en una traducción se está cambiando el sentido de una frase, o en una determinada edición, sin aviso previo, se añaden fragmentos que no existían, o se omiten partes de la obra original, cuando se está alterando o sesgando el material original, se está atentando contra los derechos del lector. Cuando al reproducir un escrito se ignora la bibliografía adjunta, o no se citan las fuentes originales, se está privando al lector de muchas de las conexiones/niveles de lectura que la obra original ofrece, atentando contra sus derechos. Todas estas situaciones, este “ruido” que dificulta la comunicación entre el autor y su público, dicho sea de paso, raramente suponen algún beneficio a los autores mientras que pueden atentar contra los derechos morales de los mismos.


Podríamos discutir acerca del papel que los distribuidores juegan en este proceso de comunicación, si son necesarios o no, si el beneficio económico que obtienen es lícito o excesivo, etc. Como lectora he seguido la pista de libros descatalogados, esperando meses, incluso años, para conseguir tener un ejemplar en mis manos, aún a un precio mucho más alto que el original. He trasladado libros, no sólo para mí, de un continente a otro en el que no serán publicados, y he tenido que dejar muchos de los ejemplares adquiridos porque, sencillamente, no cabían en un par de maletas. He comprado los mismos libros varias veces. He perseguido por varias salas de cine películas que están fuera de los circuitos comerciales, y raramente se proyectan. Lo mismo sucede con la música... A veces el precio no es lo único que nos impide el acceso a la obra, así no se trata precisamente de "quererlo todo gratis". Si dos editoriales en litigio retrasan la publicación de una obra, personalmente me parece muy válido que alguien la ponga a disposición del público en internet. Yo lo aplaudo y agradezco. Del mismo modo no siento ningún remordimiento al consultar en internet un libro por el que pagué, pero tuve que dejar en Barcelona, o una obra que no he adquirido, pero lo haré en cuanto pueda. Defiendo el derecho de cita, el canon digital me parece un abuso injustificado y lo que se está haciendo con la ley de economía sostenible una vergüenza.

Pero cuando el mismo autor pone su obra a disposición del público de manera gratuita, indicando explícitamente que ésta puede ser reproducida a condición que no se obtenga un beneficio económico de la misma, y que se respete su integridad, citando fuentes y bibliografía, no hay discusión válida, no hay nada que pueda justificar la violación de estas condiciones.

Tal vez los conceptos de autor y obra que manejamos en la actualidad nos impidan ver que toda creación es, en realidad, una pequeña parte, un fragmento de un proceso de comunicación y creación mayor. La obra es un núcleo lleno de conexiones, algo así como una pieza de un juego de construcción tipo Lego. Si mutilamos una pieza quitándole la posibilidad de conectarse con otras, nos quedamos sin juego. Es lo que sucede cuando se omiten la bibliografía o las fuentes originales de un escrito, se eliminan sus puntos de conexión, y con ellos, varios de los múltiples niveles de lectura.

Por eso, cuando una buena edición incluye una mayor cantidad de referencias e información complementaria, algunos damos saltos de alegría y la preferimos a cualquier otra, aunque sea más cara: nos están dando conexiones adicionales a las que la obra traía de por sí, nos están abriendo caminos que no sabíamos que estaban allí. Nuestro juego de piezas verdes puede conectar ahora con el de piezas amarillas, el numero de piezas es el mismo, pero ahora podemos hacer mucho más con ellas.

No se trata tanto de conceder crédito al autor/es, como de preservar el derecho del lector, de dar un contexto a la obra, hallar información adicional al respecto, relacionarla con otras, localizar textos similares que puedan ser de su interés... Incluso si la obra no ha gustado nada al lector, si está en completo desacuerdo, estos datos servirán para corregirla, criticarla con fundamento, o simplemente ahorrar tiempo al poder descartar las obras que procedan del mismo autor. Por no decir que, sin ciertas referencias adicionales, es imposible incluir las obras en otros trabajos. No se trata de que la obra en sí no sea importante, sino de todo lo que puede llegar a decirnos, y la mutilación silencia, de todos los lugares a los que podría conducirnos, y cómo estos caminos son cortados abruptamente.

Creo que es un error pensar que el autor es un ser independiente que crea sus obras del vacío, sin deber nada a nadie, dado que cualquier autor ha sido antes receptor que emisor, y, de hecho, si no existiera un público, un receptor, el mismo hecho de emitir carecería de sentido. Otro error es otorgar por defecto al público un rol pasivo, como si se tratara de un recipiente vacío que llenar. Cuando la obra llega al cada persona, va a mezclarse con lo que ésta ya tiene en su interior, provocando diferentes reacciones y, en la mayoría de casos, volviendo al mundo transformada, ya sea en forma de otra obra, ya sea apareciendo en medio de una conversación informal... Todos recibimos, y todos emitimos, con mayor o menor intensidad y alcance, cada cuál a su manera y a través de los medios con los que se lleve mejor: El enemigo es el sabotaje de las vías de comunicación.

sábado, 16 de enero de 2010

Los Caminos Sin Nombre: Cuando las etiquetas no sirven

No pude evitar desviarme de mi camino para ir a sentarme al lado del árbol, aunque fuera sólo un momento. No hay nada que, a priori, invite a fijarse en ese árbol más que en cualquier otro. Pasé a su lado muchas veces antes de llegar a percatarme de su existencia; Sin embargo, en cierta ocasión, me llevé un susto tremendo al verlo... y a partir de ese momento, no pude evitar fijar mi atención en él, saludándolo en silencio, deteniéndome en ocasiones para sentarme a su lado, observando los dibujos de su corteza, o la danza de sus hojas... Si salía pronto del turno de noche las calles estaban desiertas aún y podía observar tranquilamente el amanecer invernal en su compañía. Me gustaba quedarme allí, un momento, antes de seguir mi camino.
No sabría explicar porqué, pero ese árbol fue importante... al menos lo suficiente como para que, años después, al volver a la ciudad, sintiera el impulso de volver a sentarme unos momentos a su lado. No se trataba de recordar, sino de estar allí, una vez más, junto al silencioso y viejo conocido. Un árbol común y corriente que, para mí, siempre será diferente a los demás.

Realmente no sé mucho de vegetales. Algunas especies me gustan en particular, y algunos individuos despiertan en mí algo que me hace intuir una personalidad o carácter en ellos con el que debo sentir cierta afinidad... pero no intento hablar con ellos, ni nada por el estilo. Puedo buscar cuál es su nombre científico, o añadir una fotografía que permita al lector tener una imagen específica del árbol del que hablo; Pero esto no servirá para añadir información significativa respecto a la situación o al tipo de vínculo al que hago referencia. Tampoco es un tema en sí, pero me hizo pensar en el uso que hacemos de las categorías y etiquetas, acerca de las que escribí recientemente.

Las etiquetas, denominaciones, categorías, etc. pueden ser fundamentales a la hora de compartir algunos tipos de información, ya que funcionan como puntos de referencia "objetivos", es decir, que para todos son lo mismo. Si doy el nombre científico del árbol, cualquiera puede conseguir una imagen de la especie, y hacerse una idea bastante clara del aspecto que el árbol sin nombre debe tener. Y, sin embargo, en ocasiones, esto no es lo más importante... No es extraño que algunas personas conozcan en profundidad un árbol, o una especie de árboles ignorando, al mismo tiempo, el nombre que la ciencia les dio. Ahora bien, si estas personas quisieran comunicar estos conocimientos derivados de la experiencia directa a otras personas que no pueden tenerla, carecer del referente "objetivo" haría mucho más difícil la tarea.

Cuando una persona se adentra en el estudio de la Magia, o de la Tradición, puede hacerlo partiendo de cero, en busca de experiencias. Sin embargo, es muy posible que una persona se acerque al estudio en un intento de objetivizar en la medida de lo posible sus propias experiencias; Que esté buscando un marco de referencia que le aporte las claves, denominaciones, categorías y esquemas capaces de traducir un cúmulo de impresiones subjetivas y personales, en información que pueda ser compartida, comparada, clasificada, etc. Para que la comunicación sea posible, requerimos de una serie de referencias no personales para referirnos a ciertas cosas (vocabularios técnicos, símbolos, clasificaciones, etc.) y por ello parte del estudio pasa por el dominio de estas herramientas de conversión o traducción del universo subjetivo -propio o ajeno- a uno más objetivo.

Sin embargo, lamentablemente, podemos olvidar que "el mapa no es el territorio", y terminar por dar más importancia a los nombres que reciben las cosas/fenómenos/experiencias que a las cosas/fenómenos/experiencias en sí.

En Les Batailles Nocturnes, de Ginzburg nos encontramos con las dificultades de los inquisidores al tratar de hacer encajar forzosamente las declaraciones de los acusados de brujería en sus esquemas (pre-establecidos) acerca del culto al diablo. Al parecer, muchos de los acusados poseían ciertos conocimientos, cuanto menos referenciales, acerca de la brujería propia del lugar, la cual constituía una realidad compartida por los habitantes de la zona, pero no tenía demasiado - o nada- que ver con el modelo propuesto por los manuales de los inquisidores.

Como un ejemplo más cercano, al mismo tiempo que la Wicca empezó a convertirse en un fenómeno popular, se extendió el modelo de bruja-sacerdotisa-pagana poseedora de una antigua sabiduría pre-cristiana y en profundo contacto con la naturaleza. Este modelo deja de lado la imagen de la brujas con las que, algunas generaciones atrás, se había asustado a los niños. Pero excluía también muchas prácticas mágicas y tradicionales llevadas a cabo de un modo absolutamente efectivo por mujeres y hombres que no entrarían en el esquema propuesto, prácticas que no tenían relación con devoción a las deidades, o con el paganismo, o incluso con la naturaleza, que se llevaban a cabo en las ciudades, y que podían ser también tan positivas como negativas. El modelo de la bruja-sacerdotisa empujaba con fuerza, respondiendo a las necesidades e intereses de diferentes grupos, para sustituir a aquel -igualmente incompleto- que le había precedido.
Tal vez logró que el que en esa época empezaba a buscar información acerca de la Magia, o la Tradición, considerara que la vecina del quinto que ponía una vela a cada santo como lo habían hecho su madre y su abuela antes que ella no fuera realmente una bruja, y que lo "serio" era aquella tradición revivida a partir de un puñado de retales con una trayectoria real de menos de 50 años que nos hablaba de los dioses y los ritos de los antepasados. El nuevo modelo dominante pudo condenar a aquellas cosas que no cabían en él al no-reconocimiento, a la marginalidad... Pero no pudo hacer que aquello que no encajaba en él desapareciera. Y no creo que ningún modelo, por extendido o publicitado que sea, pueda conseguir esto jamás.

Las cosas son lo que son. Los fenómenos de brujería tienen una fuerza propia que no requiere de recibir permisos o aprobación ajena para acontecerse. No importa que los admitamos o no, que los comprendamos o no, allí están, incluso cuando su existencia misma constituye un desafío para muchos órdenes. La magia suele tener una vertiente salvaje que se resiste a ser atrapada con redes de palabras, e incluso cuando ha pasado al ámbito cotidiano nos sorprende de vez en cuando... del mismo modo que en el gato más manso y cariñoso, reencontramos sin esperarlo, de vez en cuando, una chispa del espíritu de los grandes felinos y comprendemos que, a pesar de los miles de años de convivencia, el gato no ha sido completamente domesticado.

Es triste darse cuenta que algunas personas que se presentan como expertos en el tema no han tenido otro contacto con la magia o la tradición que el proporcionado por lo que sobre ella se ha escrito o contado, mientras que otras, aún están buscando un nombre para aquello que conocen de primera mano, como parte de su experiencia vital, siendo por ello relegadas a la marginalidad.

A veces es necesario confiar en nuestras propias armas, y adentrarnos en la oscuridad de lo que nos queda por conocer, por los caminos sin nombre o incluso bosque a través, abriendo un sendero que tal vez se extinguirá a nuestro paso. Todos aquellos que comprenden lo que es oír la llamada saben que hay una fuerza que por difícil que resulte aceptar siempre será más difícil tratar de ignorar, y que ésta funciona como una guía, como una atracción inevitable que nos empuja a acercarnos a aquello que la parte más profunda, a veces desconocida, de nosotros mismos anhela. Sabemos que existe, y que hay que confiar en ella... pero también lo difícil que resulta mantener las vías de comunicación limpias, con el fin que sus indicaciones y consejos no sean alterados, tergiversados o malinterpretados.
Puede que en algún punto de nuestro viaje lleguemos a un camino general, incluso a una carretera, que sigamos un largo tramo en ellos, y que luego nos volvamos a separar y reincorporarnos las veces que sea necesario. Pero nadie, nunca, podrá recorrer nuestro propio camino o conocerlo mejor que nosotros. Y nada, nunca, podrá sustituir a la experiencia... aunque puede ser algo bastante difícil de digerir en más de una ocasión.

lunes, 11 de enero de 2010

El peso de la nieve

La nieve ha llegado en estos últimos días a muchos lugares en los que su presencia resulta aún una curiosidad. Entre la lista interminable de esos lugares está el bosque que me vio crecer y con el que, debido precisamente a los efectos de la nieve, me entristecía pensar que no podría reencontrar en este viaje. No obstante, el reencuentro se produjo, en uno de los días más bellos que recuerdo. En uno de esos días en los que aparentemente nada importante sucede, pero que una vez en la cama, antes de caer en el sueño, sabemos que su memoria nos acompañará a través de los años que nos queden por vivir. Aunque lo que escribiré aquí no sea el motivo principal de esto.

El bosque parecía emanar serenidad. Todo estaba en calma, y sin embargo, la intensidad de la vida latía en cada escena, como si se concentrara en el menor detalle. El sol de mediodía hacía resplandecer la nieve blanquísima que cubría los caminos, a penas marcada por algunas imprecisas huellas, como un manto grueso y suave que hubiera sido tendido sobre la tierra, la hierba y hasta el mismo asfalto sin hacer diferencia entre ellos, con extrema delicadeza. En las paredes de rocas oscuras y húmedas, los carámbanos cristalinos destellaban, mientras las verdes aguas del pantano empezaban a cubrirse con una capa de hielo. El aire, limpio y silencioso, era cruzado por pardas avecillas que, en vuelos cortos y rápidos, transitaban inagotables, perdiéndose en la profundidad del bosque. Todos los árboles soportaban el frío de la nieve abrazando sus troncos, penetrando hasta sus raíces... Y el peso de la nieve curvaba las ramas de las coníferas, cuyas agujas, desde las más ancianas y oscuras hasta los jóvenes y claros brotes, cedían mansamente a la gélida caricia.

He aprendido tanto de los paseos bajo esas ramas como de las palabras de la humanidad. El reencuentro con el bosque, con ese bosque, es tan importante como el reencuentro con alguien que nos conoce, y conocemos desde nuestra infancia, que nos ha escuchado en innumerables ocasiones, que nos ha contado innumerables historias, alguien con quien tenemos incluso un lenguaje privado para comunicarnos, a quien no hace falta preguntar para recibir las respuestas adecuadas, que podamos entender.

El peso de la nieve me hizo pensar en aquellos momentos en los que todo lo que podemos hacer es concentrarnos en nosotros mismos y esperar que, aquello que no está en nuestra mano siga su curso hasta el momento en el que podamos entender lo que en el momento seríamos incapaces de descifrar. Aunque las coníferas no duerman el sueño del invierno, y conserven el verde de sus agujas, soportan el peso de la nieve; No pueden sacudirse, pero el peso se aligerará progresivamente, hasta desaparecer.
Del mismo modo, la quietud silenciosa de la nieve y el hielo que se acumula en las cimas llegará a fundirse, y correrá como agua en impetuosos torrentes, brincando imparables a través de las mismas rocas en las que por años han abierto su camino, para alimentar el cauce de los ríos.

Muchas veces nos preocupamos por cosas que ni siquiera sabemos si sucederán... paradójicamente, nos cuesta confiar en aquellas cosas que sabemos que sucederán, pero aún no llegan, y estar tranquilos mientras lo hacen. En cierto modo, la desesperación es en gran medida, precisamente, lo contrario de esperar. Cambiamos todas las posibilidades que nos pertenecen una idea del tipo "hasta que llegue o suceda X cosa, nada importará o tendrá valor, no podré estar tranquilo/a, no podré disfrutar".
En lugar de centrarnos en el momento, en el presente, en todo lo que deberíamos hacer o todo lo que podríamos hacer, convertimos ese tiempo de la espera en un tiempo muerto, creando un vacío en nuestras vidas que rellenamos de inquietud mientras desperdiciamos esos segundos que no volverán.

Si en alguna área de nuestra vida estamos paralizados, o detenidos, nuestro corazón sigue latiendo para que podamos atender las demás. Si nos quedamos sin trabajo, podemos disponer de un tiempo extra para revisar nuestras relaciones. Si perdemos una relación, podemos recuperar otras, o bien preguntarnos que nos gustaría hacer con el tiempo y energías que esta relación consumía, y ahora quedan a nuestra entera disposición. Si caemos enfermos y no podemos salir de casa, podemos aprovechar para interrogarnos acerca de nuestra conciencia corporal. Si estamos en un proyecto creativo y de repente la inspiración se da a la fuga, y nos vemos saturados, podemos aprovechar para dedicarnos a alguna actividad manual... siempre podemos hacer algo que nos sea de provecho con nuestro tiempo, y disfrutar con ello, y esto nos hará un mayor bien que quedarnos temerosos a la espera de un acontecimiento que venga a rescatarnos. Hay, como dicen, un momento para cada cosa, y una cosa para cada momento, la gracia está en saber detectar qué tiempos y cosas se corresponden, y no dejar escapar demasiados. [Como inciso, hay tiempos en los que lo que corresponde es "no hacer nada"; Realmente podemos necesitar el precioso tiempo de "quedarnos roneando calentitos en la cama, porque fuera hace un frío horrible y es muy agradable no levantarme ahora". Si vivimos la experiencia conscientemente, damos valor a nuestro tiempo, en lugar de dejarlo ir.]

Aprender a esperar consiste, muchas veces, en dejar de esperar, en despreocuparnos. Si no estamos seguros de que vaya a suceder, no tiene sentido gastar recursos en ello en lugar de hacerlo en aquello que está en nuestra mano hacer o cambiar. Y si sabemos que algo va a suceder, llegará en su momento y no podremos hacer nada por adelantar o retardar éste. Si las cosas dependen de nosotros, trabajemos en ellas, sino... nuevamente no podemos hacer nada y resulta inútil - e incluso contraproducente - inquietarse, o padecer, o jugar con la ilusión de que podríamos hacer algo al respecto, porque no es cierto.

Saber esperar no es otra cosa que vivir atentos. Cuando sentimos el peso de la nieve sobre las ramas, sobre nuestras propias ramas, hay que preguntarnos qué es lo que toca hacer en este momento, para qué es adecuado, qué necesidades estamos expresando. Probablemente, si en estas circunstancias lo que queremos es bañarnos en la playa, es que hemos perdido la conexión con nosotros mismos, o bien que estamos intentando escapar de alguna evidencia. Démonos tiempo. Cuando seamos capaces de entender el momento en el que vivimos y las necesidades que expresamos, las cosas - por complicadas que nos parezcan - irán encontrando su lugar y la situación se verá mucho más clara y sencilla. La resolución vendrá por añadidura, prácticamente sola: muchas veces asumimos que tenemos problemas cuando, en realidad, sólo estamos un poco desordenados.

sábado, 9 de enero de 2010

NdP: Cómo cambiar nuestra realidad

Como llevo meses escribiendo acerca del tema (sobretodo en los posts de La Máquina de construir la realidad), no creo necesario añadir demasiados comentarios a este artículo de título tan específico. Sólo que me pareció un poco curioso que se presentara como un reportaje de "psicología" :P


Fuente:
El País Semanal
Autor: Xavier Guix
Fecha: 9 de enero de 2010

Nos levantamos de buena mañana y mientras nos duchamos, a nuestro alrededor hay todo un mundo que se mueve. A la vez que nos enjabonamos, otras personas están haciendo cosas, aparentemente independientes a nosotros. Cuando nos secamos el pelo, alguien está corriendo porque llega tarde al trabajo, porque ayer salió de fiesta. Otra persona quería subirse a un taxi, pero alguien se le adelantó. Al salir de casa, pasamos por una cafetería que aún no ha abierto la máquina de café porque el encargado ha estado un rato discutiendo con su pareja por teléfono. Y salimos apresurados en busca de otra alternativa cuando escuchamos un frenazo de un taxi que no puede evitar atropellarnos.
Sólo si una de las cosas que sucedían mientras estábamos en la ducha hubiera sido de otra manera, sólo una, puede ser que el taxi hubiera pasado de largo sin atropellarnos. Incluso puede que ese taxi no hubiera pasado nunca. Pero siendo como es la vida, un conjunto de contingencias, de causas y efectos, de incidentes y accidentes, de circunstancias que diría Ortega y Gasset, cabe preguntarse con qué actitud queremos afrontar esta realidad universal: ¡todo está conectado!

EL TODO Y LAS PARTES

"Para crear una tarta de manzana, primero tienes que crear un universo" (Carl Sagan)

Cuenta David Jou, catedrático de Fisiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, que nuestra realidad, constituida fundamentalmente por átomos, no existiría si los valores de las constantes físicas, como la gravitación, la masa del electrón o la interacción nuclear débil, por ejemplo, fueran ligeramente diferentes de lo que son. Así es como podemos descubrir dos puntos de vista bien distintos: que la vida es un azar o que el universo y todo lo que existe en él es como debe ser, o sea, que todo está bien.

Ya no caben dudas de que en este mundo todo está interconectado, todo está en relación con todo. Así lo afirma Lynne McTaggart, periodista especializada en ciencia. "Toda la materia del universo está conectada en el nivel subatómico a través de una constante danza de intercambios cuánticos de energía. En el más básico de los niveles, cada uno de nosotros es también un paquete de energía pulsante en constante interacción con ese mar de energía".

Siendo así, lo que hacemos y lo que pensamos está influyendo y a la vez es influido por el conjunto de la existencia. El todo nos afecta y cada uno de nosotros afecta a ese todo, llamémosle universo, sociedad, país, barrio, familia, relaciones y uno mismo. Eso nos debe hacer pensar si, entre el Yo y la circunstancia, existe alguna separación.


LA ACTITUD EXISTENCIAL

"Lo que tú evitas sufrir, no lo hagas sufrir a otros" (Epicteto)

Aunque formamos parte de un todo, cada día al levantarnos, no nos encontramos con ese todo, sino con sus partes, con pequeñas proporciones de vida a las que decidimos prestar atención. Esto significa que nos convertimos en el observador que da sentido de realidad a nuestras experiencias. Ésa es nuestra primera responsabilidad. Ésa es la primera decisión: ¿con qué actitud afrontamos la existencia?

Ante ese maremagno caótico de azares, muchas personas escogen el papel de víctima. Ya que el mundo está lleno de suertes e infortunios, pues ¡qué le vamos a hacer! Entonces la vida se convierte en una barca que va según sopla el viento y en constante amenaza de deriva. Los victimistas creen que lo que hagan o dejen de hacer no va a cambiar las cosas y que, lo que tenga que suceder, sucederá, y por supuesto sucederá siempre lo peor. Ante esta evidencia inamovible, según su punto de vista, no cabe otro remedio que la queja o la resignación.

Otras personas, en cambio, deciden que la única manera de sobrellevar tanta incertidumbre existencial es controlándolo todo. No hay mejor manera de quitar incertidumbre que despejar incógnitas, planificar al detalle y anticipar los movimientos ajenos para evitar sorpresas emocionales. Con tal que todo ocurra según lo que tienen previsto, los controladores fuerzan las cosas, fuerzan al tiempo, se fuerzan a sí mismas y fuerzan por desgracia a los demás.


COCREANDO LA REALIDAD

"Maestro, ¿cuál es el secreto de tu serenidad? Entregarme incondicionalmente a lo inevitable" (pensamiento estoico)

Por suerte nos queda, al menos, una tercera vía: la de hacernos uno con el todo. Es decir, conjugar eso que llamamos circunstancias con nuestra capacidad creadora. Es cierto que, lo observe o no, ahí fuera existe un mundo de leyes físicas y de fenómenos intangibles que capto a través de mis sentidos. Pero también es cierto que quien enseña a los sentidos es el observador, es ese Yo que decide y que piensa y siente sobre todo lo que le sucede. Por eso las cosas no son como son, sino como somos.

Decía Séneca que la sabiduría radica en saber distinguir correctamente dónde podemos modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos, de donde debemos aceptar, con tranquilidad, lo inalterable, o sea, lo que es. Pero aceptar no debe confundirse con resignarse. Si algo nos hace creadores es la capacidad de transformar las cosas, no de soportarlas. Y no puede haber transformación sin aceptación previa. Quien más, quien menos ha intentado, sin éxito cambiar la naturaleza de las cosas y a los demás. Lo intentamos hasta que nos damos cuenta de que, para cocrear, partimos de lo que es y no de lo que debería ser.


YO SOY MIS CIRCUNSTANCIAS

"El hombre no es hijo de las circunstancias. Las circunstancias son hijas del hombre" (Benjamin Disraeli)

Cuando Ortega y Gasset acuñó su poderoso aforismo, añadió: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". A mi modo de ver, nuestro filósofo intuyó que las circunstancias no son algo que ocurre a pesar del individuo, sino una realidad relacional indivisible. No estamos en el mundo sino que el mundo está en nosotros.

A menudo hago la siguiente pregunta: ¿aceptas que estás viviendo la vida que has escogido vivir? Mucha gente cree que no porque algunas decisiones de su vida no las han tomado ellas. Ocurren hechos que sin duda condicionan nuestra vida, pero nunca la determinan. No podemos cambiar los hechos, pero sí la manera en que nos relacionamos con ellos.

Si respondemos afirmativamente a la pregunta, eso nos hace responsables, que no culpables, que es otra historia. Yo soy mis circunstancias porque, de la relación que establezco con ellas, nace una realidad. Y Yo seré eso y no otra cosa. Lo bueno es que mañana puedo crearlo todo de otra manera. Eso sí, si no lo creo, no lo veo.

viernes, 8 de enero de 2010

NdP: 'Luna nueva' y la moral del siglo XIX

Por lo general me gusta leer o ver los libros y películas que creo que debería criticar, para asegurarme de estar hablando con cierta propiedad... A veces, sin embargo, no dispongo del tiempo necesario, o no creo que la crítica merezca tanto la pena como para invertir ese tiempo en algo que de antemano sé que es muy posible que no me guste. Ese es, por ejemplo, el caso de las novelas de Meyers.

Me llamó la atención, no obstante, el artículo de Pedro Valín aparecido hace unos meses - aunque leído por mí hace unos días- en La Vanguardia, y he querido reproducir un fragmento que habla desde una posible segunda lectura de la obra, las películas o el " fenómeno Crepúsculo", punta de iceberg o bandera de tendencias que vienen manifestándose desde haca algún tiempo. Para mí, constituye un motivo más para no leer los libros - junto a la crítica de Stephen King - o ver las películas, pero si está aquí es porque resulta también un motivo de reflexión acerca de los "valores" o "ideas de fondo" que la industria promueve, el público reclama o ambas cosas. Porqué ahora? Porqué éstos?

Mas allá de la idea que podamos tener del amor o el sexo, el retorno a los suspiros y a la languidez (especialmente a los femeninos) no me parece lo más conveniente a la hora de enfrentar los problemas de la época en la que nos ha tocado vivir... a menos, claro, que pensemos rendirnos antes de pelear. Da que pensar en esas cuestiones en las que no sólo no avanzamos, sino que parece que empezamos a retroceder :S


Fuente: La Vanguardia.es
Fecha: 19/11/2009
Autor: Pedro Valín

(...) Luna nueva mantiene intactas las características neorrománticas de su predecesora, Crepúsculo (que, a diferencia de lo que ocurría en los años ochenta, son mucho más que la estética) y las lleva al extremo.
Como en un ripio decimonónico, la serie creada por Stephenie Meyers invita a las jovencitas a un romanticismo necrófilo, el de quien ama más la ausencia que la presencia, quien prefiere el regodeo del rechazo que la celebración de la correspondencia, el de quien ama la piedra fría del cementerio, los cipreses, la lluvia y la languidez, acaso la enfermedad. Y la castidad, ya que es un amor mórbido –lo muerto, lo pálido, lo inconsumable– que sólo podría consumarse con el matrimonio.

El sexo, que en este lado del mundo pasó de ser un tabú religioso a convertirse en un mito progre y romántico sin pasar por la normalidad –lo demuestra el debate sobre la regulación de la prostitución, que atribuye al comercio del sexo cualidades de dignidad distintas al comercio de la conciencia de, por ejemplo, un publicista que loa un producto en el que no cree–, se empata en esta serie con el vampirismo: una enfermedad, una condena, una maldición placentera.

La irrupción del fenómeno Crepúsculo –según los libreros, casi exclusivamente femenino, lo que se entiende también viendo el reparto de las películas– no supone una novedad estructural. El esquema de la chica mona pero no mucho, abiertamente pasiva agresiva, que, sin hacer casi nada más que languidecer, domestica a la bestia, un guapo de mentón con instintos animales y corazón de oro, tiene más años que el jabón Lagarto. Es la posición en la que coloca al sexo y al amor, invirtiendo el esquema en vigor en el género desde la emancipación sexual de la mujer en los setenta, lo que es rompedor. (...)

martes, 5 de enero de 2010

La Maquina de Construir la Realidad (IV): La Mente ociosa y las proyecciones

Viene de: La máquina de construir la realidad (III): El Tejido: Crear y Transformar

El trabajo - como comentábamos con un amigo recientemente- tiene dos funciones principales, la primera, ser un medio para conseguir dinero. La segunda, mantenernos ocupados con el fin de que la mente no permanezca ociosa. Muchos hemos podido comprobar los efectos de esto. Cuando estamos deprimidos se nos aconseja no quedarnos en casa revolcándonos en nuestros pensamientos de desgracia. Sin embargo, en ocasiones aferrarse al trabajo u otras actividades no es suficiente. De hecho puede ser bastante contraproducente cuando nosotros estamos especialmente receptivos y el ambiente laboral o lúdico que nos toca respirar está saturado de contaminación psíquica (usualmente emocional).

Cuando la mente no está ocupada resolviendo problemas existentes, empezará a crearlos para tener algo que hacer. Nuestra mente trabaja constantemente, y lo hace en gran parte de manera automática, con los materiales que le damos. Obviamente, si no le proponemos otra cosa que ver tv o similares, sin interponer para nuestra defensa algún tipo de criterio, es muy posible que nuestra pobre mente no sólo esté desnutrida, sino intoxicada... y la realidad que genere será, por ejemplo, una especie de "corta y pega" de los dramáticos y enrevesados guiones de una telenovela, o un altavoz más al servicio de la progapanda de la ideología o sistema de turno.

Precisamente este tipo de mentes y realidades son aquellas con las que debemos convivir a diario en numerosos aspectos de nuestra vida; En el supermercado, en el transporte público, en nuestra vecindad, en centros laborales y académicos o incluso en círculos personales y familiares. Especialmente en aquellas etapas de nuestra vida en las que no hemos aprendido a aplicar nuestros propios filtros, o en aquellos ámbitos donde nuestro margen de selección es más restringido. Pero tan importante como saber cómo relacionarnos con ellas, es asegurarnos no cometer los errores que desde fuera nos resulta relativamente sencillo señalar en ellas.

Hace unos años escribí a favor del prejuicio como un compendio de información que tenemos a nuestra disposición de un modo inmediato ante una situación, elemento o persona desconocidos, el cual debe ser siempre susceptible de ser sometido a revisión. Así, teniendo en cuenta que tenemos un tiempo limitado en esta vida, el prejuicio en tanto que herramienta permitiría una automatización de ciertos criterios de categorización o selección encaminados a economizar tiempo a la hora de dirigirnos a nuestros objetivos. En resumen, era mejor disponer de esta herramienta, aunque tuviéramos que pelearnos con ella de vez en cuando, que carecer de ella.
La otra cara de la moneda es que el prejuicio, ese conjunto de primeras impresiones recibidas e interpretadas automáticamente, no sólo raramente es sometido a análisis o revisión posterior, sino que en demasiadas ocasiones trata de imponerse sobre la misma realidad, desplazándola.

Nuestra mente no sólo crea o recibe información, sino que además tiene que organizarla en estructuras y contenedores que ayuden a gestionarla. Una expresión coloquial que podría hacer referencia a esto es la de la de poner / que nos pongan "etiquetas". Nos presentan a alguien y esta persona observa las características de nosotros que le parezcan más relevantes; El modo de vestir, nuestro aspecto físico, nuestra forma de hablar, etc. También es posible que hagan preguntas "típicas" como qué estudiamos, en qué trabajamos, cuántos años tenemos, etc. Toda esta compilación de datos, que normalmente tienen un significado preestablecido para la persona ( y que varían de un individuo a otro), es empleada para hacerse una idea más precisa de lo que somos y, a menudo, para poder "etiquetarnos", clasificarnos, ponernos en una categoría.

El malentendido puede empezar cuando no hay una verdadera correspodencia entre el dato objetivo y el significado que la persona aporta al mismo. Por ejemplo, nos ven jóvenes y deducen que debemos ser estudiantes. O nos ven más mayores y deducen que debemos estar casados o tener hijos. Y así prosigue un sinfín de juicios y deducciones que se dan de un modo completamente natural, lo que no significa que se acerquen a la realidad...

Cuando asumen la certeza de esos datos y, con el tiempo, descubren que estaban equivocados, estas personas pueden sentirse engañadas o defraudadas... incluso cuando nunca consideraron necesario hacer las correspondientes preguntas al respecto. Cuando sí nos preguntan, a medida que respondemos las preguntas de nuestro interlocutor negando las deducciones que ha hecho sobre nosotros, es posible que ambos empecemos a sentirnos incómodos.
Cuando rompemos con los esquemas mentales de otra persona sentimos que ésta puede pensar que lo hacemos por contrariarla y, cuando esa no es nuestra intención, terminamos prácticamente deseando poder pedir disculpas por lo que somos. A su vez, esa persona que trata infructuosamente de definirnos, sólo está tratando de entender lo que tiene delante, pero, al resultar difícil y, tal vez, al sentirse contrariada, se empezará a inquietar... O bien optará por "deducir" de paso que estamos tratando de engañarla e ignorará tranquilamente los datos que le proporcionemos para imponernos aquellos que correspondan y puedan encajar en sus propias estructuras.

Esto no sucede sólo en un primer encuentro, sino a medida que las relaciones se desarrollan, y, de hecho, tampoco ocurre sólo entre las personas, sino en las relaciones de las personas hacia el mundo que las rodea. En cierto modo, a través la intepretación personal que hacemos de la realidad, oímos y vemos sólo aquello que estamos dispuestos a aceptar que puede ser visto y oído. Por eso la búsqueda requiere que asumamos un rol activo en ella, debe ser un acto de voluntad; Hay que hacer cierto esfuerzo por crecer o conocer, dado que estas actividades comportan no sólo un aumento de la información, sino una reconstrucción constante de las categorías y estructuras en las que la ordenamos - Esto se ve bastante caro cuando pensamos en las variaciones en contenido y estructura que una asignatura experimenta a medida que se suceden los distintos niveles escolares - .

A lo largo de nuestra vida encontraremos muchas personas que tratan de imponernos su propia visión de la realidad, que, de hecho, no consideran una "visión" en absoluto, sino la realidad misma. Estas nos dirán lo que son las cosas, e incluso lo que nosotros somos. En no pocas ocasiones, este apego a las propias convicciones deviene una verdadera enfermedad. Es el caso de las personas con problemas de proyección, para las que no somos más que una pantalla, una especie de lienzo en blanco sobre el que vomitan el contenido - a menudo manchado de traumas - de sus propias cabezas. Todo lo que digamos en defensa de nuestra realidad será retorcido y usado en nuestra contra.

Por lo tanto, por doloroso que en ocasiones pueda resultar, lo idóneo es cortar con estas relaciones lo antes posible. Estas personas están tan sumidas en su propio drama que, por más señales que les hagamos, nunca verán la persona que somos, sino uno de los reflejos de su infierno personal, o una marioneta que colocar en la representación cotidiana de su fantasía. No les importamos, en realidad, ni siquiera se han preocupado en conocernos.

Pero en muchas ocasiones no es posible hacer desaparecer por completo estas mentes de nuestro entorno. Entonces no queda más remedio que tener claro lo que son, y el peligro que representan. No importa cuanto esfuerzo hagamos para ser entendidos, nunca será suficiente., dado que por omisión seremos ignoados. Y no importa cuantas veces nos repitan su versión de las cosas como una realidad incontestable... nunca será más que una versión que podemos aceptar parcialmente, pero no debríamos dejarnos imponer, a menos que pretendamos recortar nuestras vidas a la medida de otro, para encajar en sus esquemas.

Hay que señalar que no siempre estos personajes con los que se quiere suplantar a nuestra persona son negativos, a veces resultan todo lo contrario, colmados de virtudes o capacidades que ya nos gustaría a nosotros poder tener... (y eso es un problema a la hora de "desengancharse" de ciertas relaciones tóxicas, a todos nos gusta que nos digan cosas bonitas, incluso cuando creemos no merecerlas). Cuando la imagen que se proyecta sobre nostros es excesivamente positiva, al romperla, al contradecirla con nuestra realidad, invierte su polaridad, de modo que pasamos de ser "lo mejor" a lo "peor". Pero en cualquier caso, la imagen proyectada siempre es más simple y carente de profundidad de lo que cualquier persona real pueda ser.

No se trata de despreciar a otros, sino de ser conscientes de las coordenadas en las que han quedado petrificados - tal vez algo les haga salir de allí mas adelante, pero tampoco vamos a esperarlos-. Si somos conscientes de lo que sucede, podemos tomar las decisiones adecuadas para evitar en la medida posible que causen daño a otros (incluyéndonos a nosotros mismos), pero también para no dañarlos a nuestra vez. Es el caso de las personas mayores, que han tenido una educación sencilla, o se han quedado atrapadas en un conjunto de ideas muy concreto. Ese es su mundo. Si lo rechazamos con demasiada fuerza, si lo rompemos, tal vez no tengan tiempo de construir otro. Es mejor dejarlos con sus cosas... y seguir con las nuestras. Otra cosa es que se empeñen en darse cabezazos contra unmuro hasta abrirse la cabeza, lo cual es una decisión suya, respecto a la que nada podemos hacer.

Ahora, si estas personas (que, no hay que olvidar que también podríamos ser nosotros mismos) tienen una realidad alternativa respecto a nosotros mismos, obviamente también la tendrán respecto a las situaciones y conflictos que se den en su vida cotidiana. Los problemas que su mente crea al no tener nada mejor con lo que trabajar. Todos hemos conocido a alguien que da por sentado que respondimos un "sí", aunque lo que respondimos fuera un claro "no", y siguen con el plan y se sienten traicionados cuando este no funciona, y van a buscar aliados que los apoyen, y en un momento han conseguido crear una situación bastante desagradable para todos. Es importante, por nuestra salud mental, y por no perder nuestro valioso tiempo, aprender a detectar cuándo los problemas son nuestros o son de otros. Si son de otros, plantearlos si tenemos la necesidad de compartirlos. Si son nuestros, revisarlos detenidamente para ver qué parte es un hecho objetivo y que parte una construcción de nuestra mente (ociosa?). Si no existe un problema real, podemos eliminarlo en el mismo planteamiento. Si existe un problema objetivo, podemos replantearlo desde la serenidad - en lugar de la angustia- , empezar a buscar la solución más adecuada que nuestra mente pueda encontrar para el mismo y dejarnos de sentir mal.

La Máquina da resultados de mayor calidad cuando se le da el mantenimiento adecuado, y se le facilitan los mejores materiales pero, sobretodo, cuando se la emplea para aquello para lo que fue hecha.

domingo, 3 de enero de 2010

Espejos rotos

Volver a Barcelona está resultando una experiencia más extraña de lo que podía sospechar. Por detrás de lo hermoso de los reencuentros y de las múltiples trivialidades en las que no nos duele sumergirnos en una visita del tipo al lugar donde crecimos, permanece no obstante un abismo y una conocida sombra se mueve en su profunda oscuridad como un animal en la noche. No tengo miedo, no siento por esto mermada la dulzura de algunos momentos, que son respetados como las vírgenes en el templo... Ni se empaña mi felicidad, que, por el contrario, destaca vivamente sobre este fondo más de lo que en otros tiempos lo hubiera podido hacer. Simplemente me doy cuenta que, por muchos cambios que se sucedan, por muchas vueltas que la vida pueda dar, hay límites - por discretos que sean- que al ser cruzados, no permiten la vuelta atrás.

Caminé por algunos de los escenarios cotidianos de mi vida que dejé atrás, y éstos me acogieron como tantas otras veces, aún después de la prolongada ausencia. Podría haber vuelto hace un año, o dentro de diez, y sé que para las que importan siempre sería como si las hubiera visto el día anterior. Pero pensé en mi infancia, mi adolescencia y mi juventud. En las decisiones que tomé y me llevaron al momento presente, los precios que pagué, las cosas a las que hubo que renunciar por seguir esa voz interna que a lo largo de los años he tratado de convertir en mi guía, evitando desoírla entre tantas otras, sonoras o silenciosas, que siempre nos rodean.

En cierto modo, crecer es adentrarse en un laberinto de espejos en los que vemos reflejada una opción, una variante de nosotros mismos que encarna lo que pudo haber sido y lo que podríamos llegar a ser; Pero lo más conflictivo es, sin duda, ver lo que podríamos estar siendo en el presente.
Es difícil reconocerse al estar rodeados de tantas opciones, de tantas versiones de nosotros mismos, y aceptar no sólo que cada una de las personas que nos llega a conocer guarda una versión de lo que cree que somos, o podríamos ser, sino que nosotros mismos también lo hacemos... Comprender que, al no poder vivir en esa caótica multiplicidad, debemos callar las voces y romper los espejos que el mundo nos presenta , hasta encontrar nuestra verdadera imagen, sabiendo que ésta no dejará de ser una elección más; Que la libertad implica sostener la única responsabilidad sobre nuestros aciertos y errores, con todas sus consecuencias.

No es fácil entender en qué consiste esa voz interna que nos guía a la hora de tomar las decisiones que tomamos; no trabaja para las emociones, ni para la lógica, ni perde el tiempo en las batallas que, de tanto en tanto, éstas libran innecesariamente entre sí. En ocasiones contempla cosas de las que nos daremos cuenta mucho después, recursos o peligros que nuestra mente consciente no era capaz de percibir en el momento. Sin importar sus aciertos, siempre nos costará concederle nuestra temblorosa confianza, aunque puede que sea lo único con lo que realmente podemos contar.

Y a veces hemos visto cosas que nunca podremos comunicar a aquellos que quisiéramos hacerlo, a veces sabemos que algo es lo correcto para nosotros aunque no sabríamos explicar las razones... Habría que preguntarse de dónde viene esta necesidad de explicarse, de justificarse. A veces emprendemos un camino que sabemos que no es el del éxito - al menos no el de el éxito en sus formas comunes y socialmente aceptadas -, y nos alejamos alegres del triunfo y los laureles, y no somos comprendidos... pero ¿porqué deberíamos serlo?

Ganar es hermoso, o al menos, puede serlo: Pero hay apuestas que no nos importará nunca perder. Vivir del modo en el que elegimos vivir, por duras que sean las represalias, puede ser mucho más valioso que aceptar beneficios, comodidades o seguridades que no dejan de ser ficticios y ceder por ello a las imposiciones que el guión ha de llevarnos a ellas exige. Podemos agradecer un sabio consejo, y dejarlo de lado, cuando algo dentro de nosotros nos dice que sólo funcionará si nos convertimos en el tipo de persona para el que funcionaría.

No es que desdeñemos esa sabiduría, ese conocimiento o las buenas intenciones, es que debemos elegir otra cosa, aunque nos conduzca al fracaso más estrepitoso. Nunca hay una sola opción, y debemos elegir, aunque nos duela porque romper el espejo engañoso, pueda significar romper esperanzas ajenas y desterrar partes propias. Para encontrar lo real, habría que empezar por no temer el ser sinceros, por no tener miedo de lo que el espejo pueda mostrarnos más allá del reflejo.

sábado, 2 de enero de 2010

Últimos comentarios

Uno de los inconvenientes del blog es pensar en lo que sucede con las entradas antiguas, aquellas que están en la página principal el día que las escribimos, pero que tarde o temprano pierden accesibilidad al guardarse como archivo. En este sentido me pareció útil la inclusión de un buscador (que además permite buscar en varias webs a las que el blog enlaza). Hoy, además, recibí la alerta automática de un comentario en una entrada relativamente antigua, por lo que decidí incluir también en la columna lateral un widget con los últimos comentarios.