jueves, 21 de mayo de 2009

Las pobres Ítacas

Viaje a Ítaca

Cuando emprendas el viaje a Ítaca,
debes rogar que el camino sea largo,
lleno de avenuras, lleno de conocimiento.
Los Lestrigones y Cíclopes,
el airado Poseidón, no temas:
son cosas que en tu camino no encontrarás,
no, nunca, si tu pensamiento se mantiene alto, si una
emoción escogida
tu espíritu y cuerpo toca a la vez.
Lestrigones y Cíclopes,
el feroz Poseidón, nunca los has de encontrar
sino los llevas contigo dentro del alma,
si no es tu alma quien los levanta ante tí.

Debes rogar que el camino sea largo,
que sean muchas las madrugadas de estío
que, con gran deleite, con qué gozo!
entrarás en un puerto que tus ojos ignoraban;
que puedas detenerte en mercados fenicios
y comprar las buenas cosas que allí se exhiben,
corales y nácar, mármol y ébano
y todo tipo de delicados perfumes:
tanta abundancia como puedas de delicados perfumes;
que vayas a ciudades de Egipto, a muchas,
para aprender, y aprender de los que saben.

Mantén siempre en el corazón la idea de Ítaca.
Debes llegar, es tu destino.
Mas no fuerces en absoluto la travesía.
Es preferble que dure muchos años
y seas ya viejo cuando la isla hondees,
rico de todo lo que habrás ganado haciendo el camino,
sin esperar que Ítaca deba darte riquezas.

Ítaca te ha dado el hermoso viaje.
Sin ella no habrías partido.
Nada más tiene que pueda ya darte.

Y si la encuentras pobre, no es que Ítaca te haya engañado.
Sabio como seguro te has hecho, con tanta experiencia,
ya habrás podido comprender qué significan las Ítacas.

Konstantinos Kavafis


Hace muchos años encontré estos versos en un libro prestado por una profesora. Lo leía y releía, y ya entonces, como ahora, me parecía contener una lección vital tan antigua como la humanidad y que habrá de perdurar, al menos, hasta el fin de ésta. Poco se puede añadir, a lo ya dicho por su autor, pero hoy la reencuentro pensando en otro orden de cosas, derivado de aquellas primeras impresiones, evidentes y aún válidas.

En ocasiones, teniendo las necesidades básicas cubiertas, cuando no queda más que alcanzar el tipo de vida que uno podría diseñar a voluntad para sí mismo, sobreviene la letargia. Tal vez por esa falta de una necesidad punzante, los esfuerzos se elevan y estallan como fuegos de artificio, sin abatir objetivo alguno. Como el tacto de las cálidas sábanas en una mañana que la ventana muestra demasiado gris, recuerdos y deseos vagos nos atan de nuevo al sueño a penas empezamos a despertar. El desencanto sobreviene como un antiguo enemigo al que no supimos rematar en el primer encuentro, reapareciendo en el camino cuando ya no lo esperábamos, sorprendiéndonos y tomando ventaja de nuestras debilidades, de nuestro exceso de confianza.

Despertamos como en una pesadilla, terriblemente desorientados, invadidos por la confusa sensación de que el suelo ha desaparecido bajo nuestros pies, que no hay nada que hacer, ningún otro lugar al que ir, y, por extraño que parezca, ni siquiera parece importar lo suficiente para reaccionar... Como un terror nocturno la sombra se sienta en nuestro pecho, paralizándonos, enmudeciéndonos, de modo que el mínimo gesto requiere de nosotros un esfuerzo titánico, y pensando en la meta, en lugar del camino, ésta se nos figura pobre o incluso inútil, y abandonamos antes de empezar.

Una vez sumergidos en el proceso, cuesta creer que lo hayamos escogido, a pesar de que así debe haber sido. Ante los ojos empañados de la conciencia, y a pesar de los recursos del territorio que habitamos, a nuestro alcance, en lugar de cosechas se extiende hacia el infinito un páramo yermo y desolado. Porque, a veces, resulta más fácil extraviar el sentido de las cosas que perder un papel en el que anotamos un teléfono y echamos al bolso sin pensarlo demasiado, aunque más tarde nos encontremos escrutando una memoria sobre la que alguien parece haber derramado demasiados litros de pintura blanca; de modo que terminamos revolviendo, urgidos, no sólo el bolso, sino la casa entera, para encontrarlo... Pues, a pesar de nuestra negligencia, el asunto era importante.

Creo que perder el sentido de las cosas no es tan grave, porque realmente no es algo que se encuentre o dependa de ellas, sino de nosotros: en este aspecto el "sentido" es algo que se construye.Mas bien lo que se olvida es precisamente esta tarea constructiva encomendada por la naturaleza humana, y el valor de los elementos con los que la realizamos.

Necesitamos una Ítaca, a pesar de que la literatura nos haya susurrado de antemano que, en realidad, Ítaca no puede dar más que la excusa para emprender un viaje. Y a lo largo de ese viaje necesitamos saber, cada mañana, para qué nos despertamos, así sea cumplir un deber, o sumergirnos en nuestro propio deleite... Y si nos hallamos varados en nuestra travesía, seguir aprendiendo lo posible, que en algún momento ha de sernos útil. Y si nos sorprende una tormenta terrible, procurar sobrevivir para poder ver días más hermosos que han de venir... Pues, aunque ante la faz de la muerte todos nuestros actos puedan parecer fútiles, la vida es una oportunidad única que se nos ofrece por tiempo limitado.

Olvidamos, aunque sería prudente no hacerlo, que mientras vivimos cada uno de nuestros actos, hasta los más pequeños, es importante. Cada acto es una roca, o una piedra, que puede servirnos tanto para construir como para tropezar. Por acumulación de los mismos dirigimos el curso de nuestra vida del mismo modo que un río se domestica para abrevar el ganado o regar los campos, por más que una corriente mal dirigida pueda reírse y arrasar un proyecto pésimamente diseñado, dejándonos la lección de que debemos preocuparnos en conocer los materiales y las condiciones en las que nuestro trabajo se lleva a cabo.

Ítaca importa, aunque pueda ser sólo una excusa, y cada uno de los pasos que a ella nos acercan importa, aunque al lado del ideal parezcan irrelevantes.

sábado, 16 de mayo de 2009

"Discurso" sobre historia e investigación en general

Aclaro que yo no soy licenciada en Historia; sin que yo lo esperara obtuve la oportunidad de acceder a la Universidad, y a la hora de escoger una licenciatura, elegí una que me permitiera resolver algunas dudas del momento en el que estaba, y confirmar algunos datos. En los años que estuve por allí, logré estos objetivos, y algo más allá de ellos. No tengo la paciencia, en ocasiones sumisión, que requería permanecer allí hasta el final y hacer de la Historia un oficio, pero adquirí las herramientas necesarias para leer a otros y no ser engañada, o al menos, no serlo tan fácilmente. Según mi experiencia, los primeros cursos te enseñan qué es lo que debe y no debe hacer un historiador, es decir, un cierto código de principios... y a medida que avanzas compruebas como, demasiado lejos del ideal, casi rozando la burla, no sólo los divulgadores, o los investigadores de campo; sino los mismos profesores rompen sin vergüenza esas normas básicas. A veces por dinero, a veces por ego, a veces simplemente por falta de un auténtico amor y dedicación a su trabajo.

Pero el trabajo, más o menos contaminado, está ahí y así como hay un momento en el que no se puede pedir al agricultor que venga a nuestra casa a limpiar, pelar, trocear y cocinar las patatas que vamos a comer, de igual modo sucede con la información.

Dicho esto, creo que es importante comentar que la "Historia" inicia su andadura como un género literario, para acabar como una rama de las ciencias sociales, lo que no es precisamente un trayecto corto, ni fácil. De hecho, hasta nuestros días, la Historia se ha tratado en demasiadas ocasiones más como un género literario (propagandístico), que como una ciencia que busca acercarse a la verdad (aproximarse en la medida posible, no pretender "revelarla").

Un profesor que llegué a respetar (algunos hay) decía que para acercarse a la historia había que tener dos cualidades aparentemente contradictorias, como si tuviéramos que trabajar con dos lentes; subjetividad y objetividad. Por un lado se requería acercarse al hecho, al momento, ponerse en la piel o los zapatos humanos de alguien o “alguienes” que estuvieran por allí... él lo llamaba"empatía", pero cambio a subjetividad, porque no se puede dejar de tener presente que su mundo no es nuestro mundo.

Por otro, se requería ser capaz de alejarse, ya no sólo de esos personajes - reales o ficticios- , sino de las propias opiniones, tanto para ser capaz de hablar con cifras y estadísticas, como para cumplir con los requerimientos del método científico; no dar nada por sentado, estar dispuesto a cambiar la teoría, la explicación, aunque llevemos trabajando en ella 40 años de nuestra vida, si los nuevos datos descubiertos por nosotros, o por algún otro profesional, varía.

He hablado de dos lentes, una que nos aproxima y otra que nos aleja. Hay diferentes corrientes de interpretación histórica, que dan más o menos importancia a una u otra de ellas, del mismo modo que algunas enfatizan en la historia de las ideas, y otros en los procesos materiales. Al fin y al cabo, esto no debería importar demasiado, ya que la suma de los trabajos de unas y otras escuelas, igualmente desembocadas en la comunidad científica, debería balancearse al llegar a un público lo suficientemente crítico para limar sus excesos y llenar sus carencias. En un mundo ideal, claro :)

Hay que entender porqué los historiadores estudian historia, y porqué la historia importa más o menos a diferentes sectores de la sociedad y el público. A veces leo eso de que "Conocer la historia, para evitar que se repita", lo que me parece bastante absurdo... por un lado, la historia no tiene un poder predictivo, por otro, todos sabemos que cosas como el hambre en el mundo se podrían mitigar, sino solucionar, con una adecuada gestión de recursos, que no se lleva a cabo de manera efectiva. Hay cosas que no dependen del conocimiento, aunque el conocimiento puede servir.

Creo, no obstante, que el cúmulo de conocimientos históricos sumado a lo largo de los siglos, se ha usado para hacer propaganda de ciertas ideas, y para justificar otras, en ambos casos, la "investigación" o "explicación" poco tenía que ver con una voluntad de acercarse en la medida de lo posible a la verdad, sino más bien con la intención de "reunir pruebas" que apoyaran una "verdad revelada" de antemano por intereses de otro género que la sed de conocimiento humano.

Voy a dividir algunos de los problemas de la investigación histórica según si nacen en los investigadores, en los divulgadores o en el público que los recibe.


Problemas en la investigación- Incluso cuando el investigador tiene realmente un interés en acercarse a la verdad, existen ciertos condicionamientos individuales de los que no es tan fácil zafarse (aclaro que afectan a corrientes interpretativas, divulgadores y público por igual, pero éstos no tienen porqué aferrarse a un código deontológico, porque no es su profesión). Empiezan desde el momento en que nace y trabaja en un lugar y época determinados, la educación que recibe y el calibre de lentes - corriente de interpretación- que elige posteriormente.

La objetividad nunca puede alcanzarse al 100%, y tal vez esto ni siquiera es necesario o conveniente, porque existen otros elementos para nivelar su aportación; la diferencia está en si en la medida de lo posible el investigador se aproxima al ideal, o bien dándolo por imposible lo deja correr sin inmutarse.

Lo que llegué a envidiar de las ciencias puras, aunque ahora dudo si no se repetirá el mismo fenómeno con ellas, es la capacidad del individuo de desapegarse de sus propios triunfos y fracasos, entendiendo que ambos son válidos para la ciencia a la que se supone que se ha dedicado. Cuando un investigador está demasiado apegado a su teoría, puede darse el caso de que, incapaz de aceptar que ésta sea superada, desbancada o falseada, sesga la información, ocultando o eliminando los datos que podrían contradecirla, o luchando en contra de aquellos que los descubren, o tratando de desprestigiarlos; embarrando el paso a sus colegas y a la ciencia en general. Parece de locos, pero no es extraño que se de cuando se ha dedicado el trabajo de toda una vida, o incluso varias, y de repente, simplemente ya no sirve.

Problemas en la divulgación- La divulgación de las investigaciones tiene dos vertientes principales, la destinada a los profesionales, y la destinada al público general, incluyendo los estudiantes no especializados (primaria, secundaria). Dentro de la divulgación profesional, como en cualquier negocio editorial, hay tendencias que propician o no las ventas. Si una determinada corriente interpretativa está "en boga", tendrá más publicaciones que los trabajos de otras... hasta que giren las tornas.

En cuanto a la divulgación para el público, igualmente pesarán las mismas modas que se traducen en ventas. Los mismos investigadores pueden tratar de adecuar sus resultados al gusto imperante, a lo que se espera de ellos, porque si consiguen despertar y mantener el interés del público general conseguirán más fondos para seguir con su trabajo.

Destacar también que la divulgación para el público general, incluyendo estudiantes de primaria y secundaria, suele ir muchos - a menudo demasiados!- pasos por detrás de la profesional en cuanto a actualización, y estar manipulados por los intereses del poder que impere en el momento en el que ven la luz, que se encargará de potenciar aquellas ideas que sean afines al mismo, y de silenciar en la medida de lo posible las contrarias.

Problemas en el público- Según yo, el principal problema al que se enfrenta el público es la falta de una educación orientada a la crítica. Igual que hay personas que leen sin digerir, sólo por enumerar jactanciosamente el listado de libros que "han devorado", una gran parte del público se acerca a la historia con la idea general de que "es cultura", y a veces aún incluso con aquello de "si está escrito, tiene que ser verdad". Otra parte se acerca a la historia para justificar sus ideas y acciones, y conseguir cierta propaganda de filiación para las mismas; no hay un verdadero interés en el acercamiento a la verdad, y de aquí salen muchas de las ficciones que se usarán después en política o en cursos y cursillos.

En referencia directa a los temas históricos que a lo largo de estos años han surgido en el foro, creo que los defectos más recurrentes con los que nos encontramos son;

1- Etnocentrismo. El etnocentrismo tiene que ver con el lugar y la época dónde uno nace, se forma como individuo, y es educado en escuelas y demás. Significa que su interpretación de la realidad - y de la historia- estará condicionada por ello. Por lógica, ha de ser tan etnocentrista el que acepta sin discusión lo que el entorno le ha legado, como el que se rebela contra él. Pero la mayoría de dedos acusadores se dirigen hacia los primeros, por parte de los segundos :)

El etnocentrismo no es una opción, es un "defecto" o "cualidad" innato del que nadie se escapa, la cuestión es trabajarlo hasta nivelarlo, y la única manera de hacerlo es comprobar otros puntos de vista, sin abrazarlos o rechazarlos pasionalmente a la primera. Una cosa es la "pasión" por la ciencia, por el trabajo... otra diferente en extremo es la "pasión" emocional.

2- Anacronismo y Proyección. El anacronismo es cuando se sacan los datos de su contexto temporal, y la proyección cuando nos hacemos una idea de "lo que fue" según nuestras opiniones y gustos, y la tratamos de encajar en un determinado momento histórico. Les ocurrió a los renacentistas cuando hablaron de la Edad Media como una época oscura y terrible, y les ocurrió a los románticos cuando hablaron de la misma Edad Media como algo maravilloso, en el que todo era poesía y heroicidad. Ocurre a cada rato en el cine (donde en los 60 las princesas medievales se peinan con un parecido sospechoso a las damas de los '60 y usan el mismo tipo de maquillaje, mientras que los héroes medievales de la actualidad se mueven de un modo sospechosamente parecido a los protagonistas de "Matrix"), y en los colectivos que tratan de "rescatar el pasado glorioso..." ,pero también en aquellos empecinados en zafarse de "todas las viejas ideas" y "abrazar el futuro ideal".

3- Sesgo deliberado e inclusión de datos falsos o falseados, pero verosímiles. El sesgo deliberado es cuando se ocultan o ignoran datos comprobados a voluntad para favorecer unas versiones u otras de lo que fuera la realidad del pasado. Así como el etnocentrismo, el anacronismo o la proyección pueden darse de forma tan inconsciente como involuntaria, el sesgo deliberado y la inclusión de datos falsos pero verosímiles, o de datos falseados (como teorías que se sabe han sido descartadas), es una maniobra consciente, que suele buscar un fin ególatra, económico, o ambos.

La frase "La historia la escriben los vencedores", es una verdad a medias. La Historia humana la escribimos todos los que somos, todos los que han sido, y en el futuro la escribirán los que aún están por venir. La cuestión más bien es quién la traduce, y qué fragmentos elige, a qué público se dirige, y para qué. Ciertamente en la antigüedad - aún ahora en parte - la historia era encargada por personas en el poder, para darse propaganda aún cuando ellos hubieran desaparecido de la faz de la tierra, todos estos debían ser vencedores para hacer el encargo y pagarlo. Pero, ¿sería mejor, más cercana a la verdad, una historia escrita únicamente por los vencidos? ¿Acaso ellos no están tan condicionados por sus propias vivencias e intereses como los vencedores? En la historia humana, no siempre es tan fácil determinar quienes son los vencedores y quienes los vencidos, quienes "ganan" o quienes "pierden". Cuando se potencia en exceso esa dicotomía, sucede que aún cuando existió una plaga, un virus, o una desgracia natural, que exterminó a la mayoría de población en un momento dado, no se le presta atención ...

Cuando estuve en la universidad, siempre me pareció que a la mayoría de mis compañeros, y casi a la mitad de los profesores, no les interesaba demasiado la investigación, esa que sin barrer las opiniones propias se ciñe a las normas de la comunidad científica, en la que los descubrimientos e ideas deben pasar a ser de acervo común, ser susceptibles de mejora, de matices, o de ser desbancadas por otras mejores. La mayor parte del tiempo lo que veía eran opiniones andantes y parlantes, hijas del siglo XIX o principios del XX, buscando datos para adquirir cierta corporeidad, buscando afinidades y complicidades, casi a la desesperada. Considero que el que un profesor de historia entre en un aula blandiendo un periódico, y diciendo que "es el único que dice la verdad" es algo vergonzoso; un aula de historia no debería ser un mítin, y una lección para investigadores no debería ser discurso político. Por otro lado, tratar de manejar el presente con la misma pasión y las mismas "soluciones" que hace 50 o 100 años ondearon como banderas, me parece una señal de falta de madurez, de contextualidad, y de indefensión ante la propaganda, que si bien otros pueden permitirse, no deberían ser propias de un investigador.

Había otro profesor, de una de las asignaturas más convulsas por lo de recientes o contemporáneas, que incluso habiendo participado activamente en algunos de los hechos que nos describía, nunca perdió los papeles. Como ex militar, podía dar muchos detalles acerca de los armamentos o estrategias empleadas, y esa era una parte de la historia que no se suele ver; pero además de completar datos con su especialidad, nos daba por igual los procedentes de otras. Nunca nos negó sus propias opiniones, pero nos dio buenos y abundantes ejemplos de otras, que no tenían nada que ver. Nos explicaba cómo las cosas a veces dependen de las decisiones humanas, como una buena idea puede ser contraproducente, como la naturaleza o la casualidad pueden intervenir cambiándolo todo... Y siempre recordaré que se negaba categóricamente a hablar de "buenos" y "malos", él siempre nos habló de personas, incluso cuando hablaba de sus enemigos, incluso cuando hablaba de cuando su propia vida había estado en peligro. Lo vi también participar en algunos debates televisivos acerca de su especialidad; y era el mismo que en el aula, no hablaba al público general como si fueran necios, ni trataba de ganarse su favor. Posiblemente, su asignatura es la que menos me interesaba de las que pude cursar, pero él es sin duda el profesor que más llegué a admirar.

Entonces, qué es la Historia? o para que sirve en realidad? Dado que no es predictiva, y pocas ocasiones alcanza el mínimo nivel de objetividad científica que requeriría, mi muy personal idea acerca del estudio de la historia es, por un lado, que conociendo de qué y cómo está hecha, podemos evitar ser manipulados con la propaganda para la que se emplea, rebajándola.

Conociendo cómo la humanidad se explica a sí misma, sabemos algo más de ella. Y entramos en contacto con una serie de sistemas que aunque sean tan inasibles como realidades paralelas, funcionaron mejor o peor durante algún tiempo en forma real, recordándonos que cada época y geografía tiene una estructura y normas y sobretodo mucha gente que se apaña como puede con todo ello... recordándonos que no estamos en ningún final, y que las cosas siempre podrán hacerse de otro modo.


viernes, 8 de mayo de 2009

Desilusión e Iniciación

Durante la iniciación de Sinuhé - me refiero a la novela de Waltari, y sigue mini spoiler - los jóvenes aspirantes debían pasar una noche velando en el templo la estatua del dios Amón, considerando la tradición que si éste los creía dignos se les aparecería de modo individual dicha deidad. Pero los alumnos del templo, tan corruptos como sus sacerdotes, pagan a los mismos para pasar la noche ebrios, dormidos, jugando a los dados, o aún fuera del templo en compañía de mujeres, a pesar de que las prescripciones indicaban mantener abstinencia. De modo que el único que realmente vela es el joven Sinuhé, y sin embargo en toda la noche no consigue ver más señal que un ligero movimiento de las cortinas.
Al amanecer acude el sacerdote aún medio ebrio, para preguntar a los aspirantes si se les ha aparecido el dios; a lo que todos responden sin vergüenza alguna que, efectivamente, así ha sido, e inventan una bendición particular sobre ellos mismos, rivalizando en cuanto a la generosidad de Amón respecto a cada cuál. Excepto Sinuhé, que no comenta más que lo que ha visto, es decir, el leve movimiento de las cortinas; honestidad que le acarreará desde el primer instante un sinfín de burlas y escarnios.
Estoy segura de que más de un lector se sentirá tan identificado con la situación descrita como yo. Y por más que Waltari sea un autor relativamente moderno, y la suya una obra de ficción histórica, no se hace demasiado difícil pensar que escenas como la anterior pudieran venir de muy lejos en el tiempo. Pero no es mi intención centrarme esta vez en la misma decepción recurrente de la que podemos llegar a hastiarnos; sino en esa honestidad que, aún rozando la ingenuidad, puede cerrar muchas puertas pero que, sin embargo, conserva la facultad de permitir el acceso a las cámaras subterráneas donde se guardan el tipo de tesoros que nunca caerá bajo el poder de la corrupción.

La humanidad pierde primero la memoria de las esencias, sólo más tarde la de las costumbres que las guardan como vasijas de arcilla bellamente decoradas; de modo que muchas tradiciones perviven aún vacías de significado, o son rellenadas con algún otro que poco o nada tiene que ver con el original. Pero la humanidad, como la vida misma, se renueva a cada instante, y nada importante puede perderse en realidad, salvo la misma relación humana con las fuerzas de la vida, ese cordón invisible, similar al que une a un embrión con su madre, que es como un tallo verde que por un mal cuidado puede secarse y volverse quebradizo.
Sobre este vínculo se amontona a menudo paja y estiércol, de modo que junto a la suciedad cotidiana de aquellos que se adornan con atributos y títulos que no merecen,
se podrían encontrar aún valiosos deshechos de otros tiempos que líderes y seguidores no saben para qué usar. Sin embargo, paja y estiércol pueden ser un poderoso abono para que la semilla de la búsqueda despierte y se aventure a abrirse paso hacia la luz del cielo abierto, abrazando de este modo su destino.

Dicho de otro modo, es muy comprensible que uno se sienta decepcionado o engañado cuando, sin ninguna intención por su parte, andando respetuosamente su camino, mitos antiguos y modernos se derrumban a sus pies, como si una sola, desnuda y entregada presencia resultara una insospechada fuerza que, fuera de control, se lanzara a atacar precisamente aquello que más amamos.
Pasado el doloroso momento inicial y el espanto que conlleva, no obstante, uno puede darse cuenta que el efecto producido es el mismo que el de un fruto que se nos ofreciera, en correspondencia a nuestra propia entrega; liberado de su cáscara...
ofreciéndose, generoso, para nutrirnos calmando nuestra hambre y nuestra sed, e instruirnos finalmente en el secreto de la semilla de su mismo centro, de la regeneración de la vida y de nuestro propio vínculo con ella.

No podemos permitirnos el lujo de ser ingenuos en el mundo "social", y para que no ser sorprendidos o decepcionados suele ser más prudente aprender a ver las cosas como han elegido ser, del mismo modo en que los animales conocen las particularidades y peligros del territorio que habitan. Pero, por la misma honestidad respecto a nosotros mismos, conservaremos la idea de que las cosas podrían ser muy distintas y funcionar igual o mejor, y nos daremos a la tarea de escoger con cierta conciencia aquello que deseamos para nosotros mismos, y, sobretodo, aquello que nosotros queremos ser.

He conocido personas capaces de mezclar todo y cualquier cosa, incluidos los frutos de su fantasía, de modo que serían el blanco perfecto para las acusaciones de aquellos "nuevos eruditos", que por haberse desilusionado respecto a las creencias que no tuvieron más remedio que abandonar, rotas, reparten su tiempo entre el cebado de su ego y el ataque a las creencias de los demás.
Sin embargo, estas personas que mezclaban a su antojo, podían dar una cierta coherencia al conjunto, elaborando por sí mismos la sustancia capaz de realizar la abigarrada amalgama y trabajarla después hasta que adquiriera el aspecto de una hermosa talla o una excelente herramienta; tenían en su haber buenas palabras y mejores actos, sabios consejos y prácticas efectivas, con los que no esperaban alcanzar notoriedad o ganar dinero.

La mayor diferencia entre ellos, no es tanto el grado de erudición, sino la capacidad de procesar el material en bruto, la capacidad de crear dando una nueva forma de acuerdo a la utilidad determinada por la necesidad o voluntad verdadera. De nada sirve acumular información si no se sabe qué hacer luego con ella. Y así, mientras unos, por nefasta que nos parezca su materia prima, siguen creando y perfeccionando su arte, los otros dejan de producir, estancados a los lados del camino que abandonan sin darse cuenta, para dedicarse a señalar y tirar piedras.

La decepción, la pérdida de algo en lo que creíamos y debemos dejar atrás, es una pequeña
muerte que traza la frontera entre lo que un día fuimos y lo que a partir de entonces somos. Es un velo que se descorre vertiendo sobre nosotros, súbitamente, un resplandor o una oscuridad desconocidos... a los que más pronto que tarde, si no echamos a correr por donde vinimos, nuestros ojos se acostumbrarán hasta encontrarse en un ámbito que llegarán a sentir más natural y propio que el que abandonaron.

La desilusión es, por tanto, una iniciación en toda regla, una prueba en la que nuestra capacidad de asombro, de maravilla, incluso de comunión y agradecimiento por la existencia, pueden perderse para siempre. Pero que si por el contrario logran sobrevivir, resultarán fortalecidas y ya no habrán de abandonarnos jamás.

sábado, 2 de mayo de 2009

Memoria no consciente

En las últimas semanas mis sueños han cobrado un realismo acuciante, susurrando una y otra vez un mensaje que no alcanzo a descifrar - y presiento que ha de ser mejor así-, y a través de ellos he vuelto a sentir el olor de las rosas frescas, a ver la miríada de reflejos solares que el mediterráneo mece sobre el lomo de sus verdes aguas y aún a sentir su constante rumor, como un despertar de los sentidos internos.

La víspera de mayo, de madrugada, me senté casualmente en las escaleras de un rellano, contemplando en la oscuridad el elegante perfil de las blancas calas y sus anchas hojas,
erguidas sobre la maceta y aún el retal de cielo que los edificios no alcanzaban a ocultar; sintiendo flotar en el aire, que aspiraba en un silencio repentinamente solemne, el delicado velo del tiempo mágico, mientras inesperados recuerdos de adolescencia acudían a mi mente... Calles, plazas, parques mil veces visitados, que resultan ahora tan lejanos en la distancia geográfica como en el tiempo. Y junto a ellos los rostros, voces y nombres que antaño conformaron todo el universo conocido, y hoy sólo son un puñado de teselas dispersas en ese mosaico del pasado al que rara vez dirigimos la mirada.

Aunque yo no recordara en aquel momento, conscientemente, la importancia de la fecha, la memoria corporal sí lo hacía; de modo que tras años de entrenamiento y costumbre la encontré -aún a mis espaldas- afanándose en los preparativos precisos para la celebración en el templo interno. Empujando recuerdos, imágenes, conexiones, que tanto si mi conciencia quería como si no, iban a realizar el mismo trabajo que antaño les fuera encomendado. Al fin, al caer en la cuenta de lo que sucedía, el hecho de disponer en el exterior el más humilde de los altares, resuena en este mundo interno con el efecto de un curioso eco...


Por un lado, es una muestra de que el trabajo acumulado en años, siempre que guarde coherencia, no se ha de perder en un pozo sin fondo, sino que traza el recorrido de un canal capaz de guiar aquellas fuerzas de las que no somos conscientes al destino que hayamos considerado con anterioridad conveniente para las mismas.

Por otro, una muestra de que nuestro cuerpo, y los aspectos no conscientes de nuestro ser, aprenden, crecen y profundizan en las experiencias junto a nosotros, y sería más conveniente valorarlos con justicia, que relegarlos o encorsetarlos según los gustos y caprichos de ese estado que nos empeñamos en llamar "consciencia" aunque no siempre merezca el nombre, el mismo que a nuestro pesar tropieza más de una y de dos veces.